¿Conoces a todos?
En la perrera, aprendemos a distinguir la voz. No todas son iguales y quizás sea lo más difícil de individualizar, pero se consigue. No de todos, esa es la verdad, pero sí de muchos. Es algo en lo que pongo especial atención y esfuerzo pues, monteando, me encanta saber, por ejemplo, quién arrancó esa ladra

Rehala de perros monteando
Hace años, monteando en Ciudad Real, acompañados y orientados por un guía, Jorge me dijo por la emisora: «Diego, ahí entra Atajo. Llevábamos sin verlo desde la suelta». El guía, al oír nuestra conversación, comentó: «¡Anda, mochuelo! ¿Cómo vas a saber que ese perro es tuyo y, encima, cuál de todos es? ¡Está lejísimos!» Y era él. Alucinó.
Creo que con «¿Vas a entrar hoy con los perros?», la pregunta sobre si conozco a todos es de las más recurrentes que me hacen. Y entiendo la duda, pues, para la gran mayoría, todos los perros de rehala pueden parecer iguales. Son solo eso… Pero nada más lejos.
Es cierto que fijar una línea hace que el parecido entre todos sea más que razonable. Igualar las capas y las hechuras hace que sean muy homogéneos. Tampoco ayudan los collares ya que todos van uniformados bajo una misma divisa. Pero la realidad, no obstante, es que cada perro es distinto al otro y que las diferencias son numerosas. Creo que no tenemos mucho mérito. Ya sea en la perrera, durante los campeos de verano o en la temporada, pasamos infinitas horas con ellos. Y estamos atentos, con los cinco sentidos, y dedicándoles todo el cariño del mundo.
¿Qué es lo que distinguimos en cada perro? ¿Cómo los diferenciamos? Esto empieza cuando nacen. Lo primero que hacemos es buscar nombres que nos gusten y que recordemos por muchos años. Esto ya les da una identidad. Lo siguiente, cuando ya están un poco más crecidos, es identificar señas morfológicas o, si son berrendos, dibujos en las capas: forma, ubicación y color. Cuando un estándar está fijado, estos elementos se repiten y ello ayuda a reconocerlos y a asociarlos con antepasados, guardando más cosas en común con estos de lo que nos creemos.
Uno de los perros de la rehala de Diego Gómez-Arroyo
Entonces, empezamos con la doma. Aquí es cuando recibimos la siguiente dosis de información que nos permite seguir detectando particularidades. En la perrera, aprendemos a distinguir la voz. No todas son iguales y quizás sea lo más difícil de individualizar, pero se consigue. No de todos, esa es la verdad, pero sí de muchos. Es algo en lo que pongo especial atención y esfuerzo pues, monteando, me encanta saber, por ejemplo, quién arrancó esa ladra.
Conocemos su estampa. Entendemos sus manías. Sabemos distinguir sus andares
Cuando batallas con ellos de cachorros, los empiezas a conocer. Descubres su carácter y su forma de ser. No hay dos perros iguales. Cada uno tiene su temperamento. Cada uno interactúa de una manera con el resto… Y contigo. Cada uno desempeña su papel dentro del grupo, algo muy valioso de identificar. Es como un grupo de amigos. Todos ellos, unidos por una base común, son distintos entre sí, pero aportan de manera individual a la cuadrilla. Esta información es esencial para que el perrero, como líder que es, sea capaz de hacer un equipo. De arrecovar a un número de perros y convertirlos en una rehala, que no en un conjunto de perros.
Durante estos meses, aprendemos de ellos y con ellos, y, casi sin darnos cuenta, vamos entrenando el ojo y grabando en la retina las características de cada sujeto. Conocemos su estampa. Entendemos sus manías. Sabemos distinguir sus andares. Diferenciamos el cencerreo de cada cola y lo que los movimientos de ésta significan. Así, hasta un largo etcétera de atributos que hace único a cada uno de nuestros perros y que nosotros hemos interiorizado.
El colofón llega en los campeos. Al final del verano, cuando salen al campo por primera vez, estás a solas con ellos. No hay estímulos ajenos. Una vez más, con paciencia, sensibilidad y capacidad de análisis, acabas de conformar a la perfección quién y cómo es cada uno.
Ya no hay fallo. Nos hemos hecho una imagen precisa, y preciosa, de cada uno de los miembros de la rehala. Seremos capaces de sacar el máximo de ellos, de identificar bueno y malo, y de cuidarlos de manera individualizada.
Empieza la temporada y todo este proceso sigue en las monterías. En febrero ya no habrá desconocidos. Sabremos quién tiene su sitio fijo en la furgoneta. Los distinguiremos a mucha distancia por el tranco que llevan al cazar. Aunque los tape el monte, la forma y colocación del rabo nos dirá de quién se trata. Identificaremos de quién es la voz que da de parado, quién aguantó o quién no, quién se tiró como un toro a un capote, si tiene querencia o no, si es largo o está en la voz… ¡Fichados!
No humanizamos a los perros. Los queremos con locura. Nos preocupamos mucho por ellos y tratamos de conocerlos en profundidad, pues cada uno es singular e irrepetible. Cada perro es único.
¿Le habrá explicado alguien todo esto al animalismo?
- Diego Gómez-Arroyo Oriol es perrero