Luis de la Peña
Luis de la Peña

Pensamientos vedados

A veces pienso que me empacho de caza, que voy de un sitio a otro con la lengua fuera y no puedo dedicar el tiempo necesario a saborear mi afición. Nuestro tiempo corre más deprisa que el del campo. No se caza más, ni desde luego mejor, por matar más

Actualizada 04:30

Un cazador, durante una jornada de caza en Castilla y León

Un cazador, durante una jornada de caza en Castilla y LeónEuropa Press

Cada lance montero tiene su peculiaridad, no hay un rececho ni un aguardo idéntico a otro, ni una arcea levanta el vuelo de la misma forma que sus congéneres, ni la zorra utiliza siempre la misma vereda; en definitiva, cada cacería es distinta y cada experiencia de caza es singular. Podríamos decir que cada cacería tiene su emoción personal y cada cazador vive o siente a su manera la adrenalina venatoria. Ni cada lance es igual ni cada cazador lo vive igual. Me gusta decir que hay tantas formas de entender la caza como cazadores. Nos empeñamos en categorizarlo todo, en crear axiomas que pontifican los diversos escenarios y situaciones. Así, por ejemplo, si estamos colocados en la cuerda y aireando no veremos un rabo; si ocupamos una traviesa en el cogollo de la macha seremos afortunados; si hay mucha nieve los sarrios se encontrarán bajos o la última semana de septiembre es óptima para la berrea en España. Después viene la meteorología caprichosa, el inoportuno chanteo o los imponderables que hacen valer la odiosa ley de Murphy. Bendita sea la incertidumbre que rellena día a día el depósito de nuestra afición. En verdad, la caza -auténtica- es poco predecible y se lleva mal con los pronósticos certeros. Los guardas que yo conocí de niño no se mojaban ni debajo del agua.

El inicio de la primavera presenta una cara nueva en la montaña. Los sarrios han cambiado de color y de costumbres

Sin embargo, también es cierto que la caza tiene su rutina; no digo que sea rutinaria, pero tiene sus ritos, sus repeticiones, su tradición, sus tiempos sucesivos. La veda se sucede a la temporada un año tras otro, se interrumpe la caza y se abren otros sueños. Se dice que lo mucho cansa y la novedad de mantener enfundadas las armas tiene su punto de gracia. A veces pienso que me empacho de caza, que voy de un sitio a otro con la lengua fuera y no puedo dedicar el tiempo necesario a saborear mi afición. Nuestro tiempo corre más deprisa que el del campo. No se caza más, ni desde luego mejor, por matar más. De repente, llega la veda; tan corta, pero a la vez, tan odiosamente cansina. Para mí, el mes de marzo es el más tranquilo, al principio, descanso de ir de un lado a otro sin tregua y, después, echo de menos cazar. A todos los cazadores nos apasiona el campo, los espacios salvajes, la vida al aire libre pero estando de caza vivimos la felicidad completa. Después de unos días, empiezo a soñar con la nueva temporada, a planificar nuevas aventuras, a renovar cotos, a hablar con los guardas. Sin querer, he abierto la veda particular de mi afición y la sola organización de las cazatas es un alivio ideal para matar el gusanillo.

El inicio de la primavera presenta una cara nueva en la montaña. Los sarrios han cambiado de color y de costumbres. Los días son más largos y las cacerías distintas a las de otoño. Otras estrategias para otras costumbres. Decía antes que he pensado en empachos al final de la temporada de invierno pero nunca he tenido esa sensación al final de la temporada de primavera. Escribo a mitad de marzo y pueden imaginar mi espíritu y mis pensamientos, deseando atarme las botas en busca de lo mismo, es decir, de distintas aventuras de montañas, sarrios y caza. Tantas primaveras y tanto disfrute. Qué suerte tenemos los cazadores de tener una afición tan poderosa. La caza no deja margen para la desidia y sus excesos se curan tan rápido …

  • Luis de la Peña es vicepresidente del CIC Consejo Internacional de la Caza y Conservación de la Fauna

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