Lolo De Juan
Lolo De Juan

Los trastos de torear

La mañana continuó sin mayores; puestos colocados, perros organizados y caballerías listas. Sólo quedaba dar la orden de soltar. Una hora antes del Ángelus -y eso que para mí es tarde- mandé abrir portones

Actualizada 12:00

Lucas Pujazón Laviña

Lucas Pujazón Laviña, ahijado de Nacho LaviñaCedida

Un mensaje para el cielo a mi amigo Nacho Laviña: buen encaste traes, tienes y dejas.

Hacía sol y ningún aire. La tierra borracha de agua. El firme afable, el monte limpio y había un par de piaras en la mancha. Qué más se puede pedir cuando aquí venimos a sacar una cosecha de carne a la sierra.

Siempre me fijo en los pocos que veo. Sí, ya saben, me fijo en los chavales jóvenes que ya no son niños y están a boca de ser hombres. Hombrecitos a los que les falta un último arreón para cuajarse; un afeitado más, un par de pulgadas más, cuatro o cinco kilos más, terminar el colegio o aprobar el carné de conducir. Existe una barrera invisible a nuestros ojos y que ellos -los sementalillos- están deseando cruzar para meterse en el corrillo de los hombres, poder escuchar sus conversaciones siendo considerados personas -no perdigones. Brincar esa alambrada que ellos -los varetos que desean lucir luchaderas y coronas- quieren para dar puño a la mesa y decir que ya están preparados para lo que sea menester.

Cuando saqué la armada lo vi atento y con ademanes firmes. Me saludó dándome la mano fuerte, pero servidor siguió con su cantinela. La mañana continuó sin mayores; puestos colocados, perros organizados y caballerías listas. Sólo quedaba dar la orden de soltar. Una hora antes del Ángelus -y eso que para mí es tarde- mandé abrir portones. Las diez recovas de valientes salen a comerse la última montería de la temporada. Me santiguo, acaricio el cuchillo y que Dios disponga. Esto para mí es parejo al torero que se entrega al ruedo y al destino, al paracaidista que se lanza del avión con más arrestos que consciencia. El mundo es de los valientes que a veces son también inconscientes. La diferencia entre ambos es el resultado.

Los punteros salieron como balas. Uno de ellos -lo vi en la distancia- ladra dos veces a una retama y no tarda en levantar un marrano que mete kilos. Lo siguen de cerca. El cochino no vacila pues sabe que los perros van frescos y aquí correr es tener una posibilidad de vivir. Observo el lance, va a cumplir junto a un puesto pero los perros están muy cerca. Hay un zarzal donde se decidirá todo. Me grité para mis adentros: Ahora o nunca Polvorilla.

Llego presto y firme con la lección aprendida de muchas como esta. Voy ligero y sin vaciles. El zarzal se zarandea y sólo hay una entrada donde, a porta gallola, un centinela va a vender caras sus seis arrobas de mala leche. Me detengo, veo la estrategia. De pronto aparece el joven de esta mañana con la mirada fija, el pulso acelerado y remangado. Ha cruzado por un regato sin rodeos, metiéndose hasta la cintura para llegar antes. Nos intercambiamos miradas; el muchacho había dejado pasar el marrano por tener los perros demasiado cerca, primera norma del montero. Y ahora acudía a rematar el trabajo de la rehala, dar una muerte rápida y limpia a la presa, pero había que enhebrar esa aguja. Vi sus ojos y vi la fuerza de la legión. Desnudé mi cuchillo y, como el torero que cede los trastos al diestro que toma la alternativa, se lo tendí:

Fue un tipo duro porque entró pecho a tierra por un zarzal espinoso. Fue inteligente porque esperó a que un alano lo apresara del testuz

-A ver de qué estás hecho…

Un perrero llegó también al agarre y sujetó mi brazo tratando de impedir la locura de dar una situación tan comprometida a un chaval tan joven. Perseveré en mi iniciativa; la falta de experiencia se suple con el exceso de cojones. A veces funciona. Y esta tenía que ser una de ellas…

Fue un tipo duro porque entró pecho a tierra por un zarzal espinoso. Fue inteligente porque esperó a que un alano lo apresara del testuz. Fue valiente porque no manseó cuando el cuchillo hizo carne y el cochino lo zarandeó. Demostró conocimiento cuando, una vez entregada la muerte al marrano, premió a los perros con su ánimo y su caricia. Fue generoso porque él sólo arrastró el animal hasta lo limpio para dejarlo a cargadero. Y se convirtió en mi amigo cuando -con la mano arañada y sangrienta- me la estrechó firme diciendo:

-Ésta se la dedicamos a mi padrino Nacho Laviña.

Me dio un vuelco el corazón. Era el vivo retrato de su desaparecido tío Nacho. Esas ganas propias de los valientes no podían ser de otro encaste. El perrero que había observado todo le abrazó con energía y espetó a los cielos:

¡Éste ya puede considerarse un hombre!

Un amigo más para el camino. Enhorabuena Lucas Pujazón Laviña.

  • Lolo De Juan es gestor agropecuario
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