El conde de Teba
El conde de Teba

Papelitos por aquí, papelitos por allá

Cuando se fueron los hombres llegaron las gentes. Los gobernantes encerraron a esas gentes en oficinas que son cárceles del alma de donde escapan a jugar a la cafetería. Todos sueñan con sus vacaciones donde huyen lo más lejos posible regresando a esos pueblos donde fueron felices. Y mientras marchitan sus vidas en papeleo y más papeleo

Actualizada 04:30

Arrocero durante la recolecta en las marismas del Guadalquivir

Arrocero durante la recolecta en las marismas del GuadalquivirEuropa Press

Queridos Incautos, corrían los años 60. Era yo un niño que al salir temía ser fulminado por un sol cegador, que brillaba en todo… tanto, que exponía hasta las miserias de tu espíritu. La campana había dado el tercer toque, regía aquella vida de gentes sin relojes. Que calculaban el tiempo mirando al Sol. De ahí conservo esa anticuada habilidad. Siempre sé la hora que es.

La capilla a rebosar. Se respiraba un ambiente de fervor. De verdades eternas. Las paredes cuajadas de santos. Que robaban mi atención como intentando comprender un solemne libro visual. Las gentes eran formidables estatuas vivientes. Héroes eternos de profundas arrugas, que miraban de frente y sonreían con la mirada. Menudos, duros, ágiles. Camisas blancas. Chalecos y pantalones negros. Faja y sempiterna boina, sin las que se sentían desnudos y que solo se quitaban allí.

Venían orgullosos a ofrecer a la Virgen su trabajo. Azadones engalanados. Arados llenos de rosas. Un estribo. Unas cencerras. Un yugo de los bueyes. Con cantuesos y Tomillos. Con hierbabuena y amapolas. Rogaban por el tiempo. Que cayera agua en mayo. Y no durante la siega. Que les librara del frío tardío que arrasa los brotes cual negra escarcha. Por la salud de los suyos y por el alma de los que se fueron. Temían las cabañuelas. Regían sus vidas por los santos. Por san Blas la cigüeña verás. De san Dimas a san Damián. De san José a Todos los Santos.

Siempre se hacía larguísimo. A la salida una infinidad de críos en tropel. A la caza de los caramelos que tiraban mis tías. El caserío era un hervidero de gentes felices, con todas las casas abiertas a unas pandillas de críos salvajes agrupados por edades. Entrábamos y salíamos de fuego en fuego. Todos los pucheros en las lumbres. A cazar lagartijas, gorriones y lo que se nos pusiera por delante con los sempiternos tiradores. Los bolsillos llenos de piedras elegidas. Los mayores con la escopeta de plomillos. Todo el día la acarreábamos. De mala gana las dejábamos para la Misa, escondidas detrás de la sacristía. Y solo entonces nos sacábamos los perdigones de la boca.

La matanza. Un rito ancestral. Se invitaba a todo el mundo. Reminiscencia de un pasado medieval que mostraba públicamente que no éramos moros.

¿Dónde se fueron todos? La capilla sólo recobra vida cuando viene mi primo sacerdote. Hoy un santo que cuando nos miramos sonreímos recordando las trastadas de juventud. No hay santo sin pasado, ni pecador sin futuro.

Las noticias de la tele alertan del tiempo. Fallan pronósticos a una semana, pero hacen certeras previsiones catastróficas para dentro de 10 años

Veo los campos desiertos. Las noticias de la tele alertan del tiempo. Fallan pronósticos a una semana, pero hacen certeras previsiones catastróficas para dentro de 10 años. Y el fin del mundo en 20. Todo ha cambiado. Hay máquinas que nos facilitan la vida y gentes que nos la complican. Según fueron desapareciendo los hombres crecieron los papeles. Napoleón decía que un Estado de derecho es uno donde uno no sabe muy bien si le van a cortar la cabeza o no. Y en ello estamos.

Tenemos un sistema donde elegimos cada pocos años a gentes que nos gobiernan. Con las que nunca estamos de acuerdo. Y les pagamos para que hagan leyes. ¿Leyes? ¿Más? Pero ¿es que hacen falta? Más y más y más. Municipales, autonómicas, nacionales, europeas y dentro de poco de la confederación estelar de la vía láctea. Leyes para todo. Decretos, artículos, apartados.

Ahora sobrevivimos en libertad vigilada. En un perpetuo despilfarro de tiempos. Tutelados por gentes lejanas. Somos menores de edad para una administración asfixiante y esperpéntica.

Cuando se fueron los hombres llegaron las gentes. Los gobernantes encerraron a esas gentes en oficinas que son cárceles del alma de donde escapan a jugar a la cafetería. Todos sueñan con sus vacaciones donde huyen lo más lejos posible regresando a esos pueblos donde fueron felices. Y mientras marchitan sus vidas en papeleo y más papeleo. En un tedio que envejece el alma y desmadeja la existencia. Consciente de su inutilidad, de su absoluta irrelevancia, el sistema impone el respeto mediante multas astronómicas por fruslerías. ¡Ay de ti si te gotea el tractor! O si se te voló un saco de pienso. De vez en cuando un mártir ejemplarizante. Un pastor que osa asesinar una víbora. Un anciano que puso un cepo para comer un conejo.

Las carreteras, un frenesí. La vida rural fue siempre de bar. Tras la jornada, en el «cuatro latas» o en la furgoneta Dyane a tomar una caña al bar. Y a echar la partida. Hoy acechan los guardias. Y cuando vuelven a su casa… a soplar. El vino o la caña te cuestan la ruina. ¿Quién va a salir? Solo queda quedarse en casa rellenando papeles para pedir un permiso urgente que responderán en varios meses… Si acaso. Siempre denegándolo… Por si acaso. Y si no con tantas condiciones que hacen desistir.

Los perros. La junta aconseja tener mastines para proteger el ganado de los lobos. ¡Ay de ti! si los tienes. Necesitas una autorización. Un ente que vienen en llamar núcleo zoológico. Que no se sabe muy bien qué es, qué cambia, o qué condiciones impone. Pero seguro que muchas, molestas y malas. La última la de las gallinas. Pero ¿cómo se te ocurre tener la intención de comer huevos de campo? Si tienes gallinas tienes que tener un veterinario responsable. Y si no 3.000 euros.

No conozco ningún veterinario de gallinas. Bastante tienen con las vacas, las ovejas y los caballos. Y mucho ojo como las protejas. Hoy todas las alimañas son sagradas. Los meloncillos, las comadrejas, las garduñas, los… ¡todos! Hasta los zorros en época de veda. La gente de Campo somos los últimos hombres libres. Y por eso vienen contra nos. Los esclavos de las oficinas no nos toleran. El ser señor de tus tiempos. La pasión por un trabajo que gusta, aunque retribuye muy poco. Y por encima de todo. La intolerable satisfacción de hacer algo que realmente sabes que sirve para algo.

  • El conde de Teba, Jaime Patiño Mitjans, es arquitecto y ganadero

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