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Un perro en la Zona de Exclusión de Chernóbil

Un perro en la Zona de Exclusión de ChernóbilJorge Franganillo

Los perros de Chernóbil son genéticamente distintos a los del resto del mundo

Esta característica los convierte en «candidatos ideales» para futuros estudios sobre los efectos a largo plazo de los entornos altamente radiactivos

Un estudio genético con 302 perros salvajes de la Zona de Exclusión de Chernóbil (ZEC) ha identificado poblaciones caninas genéticamente distintas entre sí y de perros de otros lugares del mundo.

El estudio sostiene que «la singular diversidad genética de estos perros» los convierte en «candidatos ideales» para futuros estudios destinados a comprender los efectos genéticos a largo plazo de los entornos altamente radiactivos sobre la salud de las poblaciones de grandes mamíferos.

La investigación, cuyos detalles se publican este viernes en Science Advances, ha sido dirigida por Gabriella Spatola, del de la Universidad de Carolina del Sur, y por Elaine Ostrander, del National Human Genome Research Institute.

Poco después de que en abril de 1986 se produjera en Chernóbil la mayor catástrofe nuclear de la historia, el gobierno soviético ordenó evacuar la zona que rodea a la central nuclear (CNPP) y sacrificar a los animales domésticos.

La ZEC fue dividida en cuatro zonas concéntricas. De ellas, la cuarta (la más cercana a la central y la más peligrosa) tiene un radio de 30 kilómetros.

Con los años, la falta de humanos favoreció el retorno de la vida silvestre y la presencia de animales salvajes, algunos de ellos, como los perros, descendientes de los animales domésticos que quedaron allí.

Algunos estudios han analizado los efectos genéticos de la exposición a la radiación ionizante (se sabe que eleva las tasas de mutación genética en diversas especies de plantas y animales), pero sigue sin estar claro cómo puede afectar a poblaciones de animales grandes como los perros.

Para averiguarlo, Spatola y su equipo usaron muestras de sangre de 302 perros silvestres recogidas entre 2017 y 2019 por la Chernobyl Dog Research Initiative, que desde 2017 presta atención veterinaria a estos perros y recoge muestras para realizar análisis genéticos.

Las muestras se recogieron en perros que vivían en la ciudad de Chernóbil (a 15 km) y en Slavutych (a 45 km). El equipo identificó 15 estructuras familiares complejas exclusivas de la población de Chernóbil en comparación con otros perros de todo el mundo, y con amplias variaciones genómicas dentro y entre ubicaciones geográficas de la ZEC, lo que sugiere que estos perros se desplazan entre emplazamientos, viven cerca unos de otros y se reproducen libremente.

A la vista de estos datos, el estudio concluye que «la población canina de Chernóbil tiene un gran potencial para fundamentar estudios de gestión de recursos medioambientales en una población resurgente».

Críticas al estudio

Sin embargo, en declaraciones al SMC España, James Smith, de la Universidad de Portsmouth (Reino Unido), cree que el estudio «solo muestra que hay una mezcla diferente de razas y familias en Chernóbil en comparación con otros lugares, lo cual no es un hallazgo sorprendente, dado que la población actual depende de la mezcla particular de razas que sobrevivieron al sacrificio de animales domésticos en 1986».

Y añade: «Me sorprende que los autores no indiquen claramente en el artículo que sus resultados no demuestran que la radiación esté causalmente relacionada con las diferencias en la estructura de la población de perros de Chernóbil» y que afirmen que estos perros pueden ser genéticamente distintos debido a la radiación cuando el artículo «no presenta pruebas que apoyen una relación causal entre la estructura de la población y la dosis de radiación».

En la misma línea, Germán Orizaola, de la Universidad española de Oviedo, cree que el estudio solo describe cómo es la estructura de la población silvestre de perros de Chernóbil pero al no incluir datos sobre la exposición a radiación, no sirve para estudiar los efectos de la radiación en estos animales.

Además, puntualiza el investigador español, el trabajo se hizo entre 2017 y 2019, cuando los niveles de radiación en la zona se han reducido más de un 90 % desde el accidente, y los isótopos más dañinos para los organismos vivos, como el I-131 hace décadas que han desaparecido.

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