Historias de película
La película navideña de James Stewart que inspiró 'Tienes un e-mail' (y no es ¡Qué bello es vivir!)
Ernst Lubitsch dirigió este clásico entre sus dos obras maestras, Ninotchka y Ser o no ser
Es, según Rotten Tomatoes, la segunda mejor película navideña de todos los tiempos y la cuarta con mejor puntación en FilmAffinity. Y es que esta pequeña joya del cine clásico es una de las historias más entrañables y adorables de todos los tiempos, que llegó de la mano de uno de los mejores directores europeos que ha habido: Ernst Lubitsch.
Nacido en Alemania en 1892 y criado en el teatro, su historia es la de tantos directores judíos que, mientras crecía el nazismo en Europa, aprendía el oficio en el cine, lo que le llevó a despuntar en la realización y ser atrapado por las mieles hollywoodienses. Su leyenda empezó cuando Mary Pickford, estrella rutilante del cine mudo, le reclamó para que la dirigiera en Rosita, la cantante callejera (1923). La misma Mary Pickford que años más tarde diría de él: «A Lubitsch no le interesaban los actores, sólo le preocupaban las puertas».
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Aunque en su haber hay algunos dramas soberbios como Remordimiento (1932) o Ángel (1937), qué duda cabe que su género natural fue siempre la comedia. La alta comedia, la que recreaba la vida de la aristocracia, de los salones repletos de copas de champán, estolas de visón, violinistas discretos, amantes apasionados, sarcástica sensualidad y muchas, muchas puertas que se abrían y cerraban.
En 1938, se hallaba Lubitsch en el cénit de su genio y de su ingenio cuando fichó por la Metro Goldwyn Mayer con la que se comprometió a hacer dos películas, siendo una de ellas, obligatoriamente, con la Garbo. El resultado fue la sofisticada, inteligente y casi política Ninochtka (1939), uno de los mayores éxitos de su carrera. Como lo sería Lo que piensan las mujeres (1941), quintaesencia de su estilo y Ser o no ser (1942), su película más importante a todos los niveles. Pero entre esas joyas realizadas en el cambio de década donde hay, efectivamente, ambientes refinados y toda clase de odas a la clase alta que a él tanto le gustaba, hay que añadir El bazar de las sorpresas (1940), adaptación de la obra de teatro Parfumerie del húngaro Miklós László. En ella se cuenta el devenir de una tienda de regalos y el día a día de sus empleados donde el encargado, maravilloso James Stewart, ama secretamente a una mujer a la que conoce sólo por carta. Como en todas las películas de Lubitsch el equívoco suave no tarda en llegar, así como el juego de las apariencias y los pequeños secretos que harán que el espectador, con quien el genio alemán tenía una complicidad especial, sepa más que los personajes. Todo ello ambientado, además, en los días previos a la Navidad en que la tienda de la vuelta de la esquina es un hervidero de gente y de compras de regalos.
El calor y la sencillez de la película provocó que fuera un éxito inmediato de taquilla, de los más grandes de la carrera del director. Y es que El bazar de las sorpresas, que inevitablemente se mira en el Cuento de Navidad de Dickens como, de un modo u otro, todas las películas navideñas, cuenta con los mejores ingredientes del género: la avaricia y la generosidad, la familia, la enfermedad, la soledad, la redención y el libre albedrío, la bondad, la solidaridad y los sueños… Todo eso está aquí. Tal vez por eso sea la más capriana de todas las películas de Lubitsch, porque por primera vez mira a la clase media y sale de los salones, los bailes y los teatros, para meter a sus intérpretes en una tienda, una trastienda y, como mucho, un café.
La película no tardó en convertirse en leyenda. En 1987 se reestrenó en Francia donde estuvo casi dos años en cartel siendo la reposición de mayor éxito en la historia de Europa. Tal vez por eso, en 1998 Nora Ephron se propuso escribir, dirigir y producir una película con los ecos de El bazar de las sorpresas, pero en los albores del siglo XXI logrando una de las comedias románticas más icónicas de la década, Tienes un e-mail en la que Tom Hanks Y Meg Ryan redefinen los papeles de James Stewart y Margaret Sullavan a los que homenajean en algunas escenas casi idénticas como la de su encuentro en el café. El filme fue un éxito rotundo que hizo una taquilla de 250 millones de dólares, aunque le falta el encanto navideño.
Y es que -atención spoiler- parte de la magia de la película de Lubitsch, parte de lo que la hace inolvidable y eterna, es que sus protagonistas viven su historia de amor el día de Nochebuena. Y que en la época en que se produjeron las mejores comedias de enredo y las mejores comedias sentimentales de la historia, entre Sucedió una noche (1934) e Historias de Filadelfia (1940), entre La fiera de mi niña (1938) y Bola de fuego (1941), el genio alemán se atrevió a ponerse tierno y a hacer que dos personajes solitarios y enamorados hallaran su final feliz un 24 de diciembre, mientras los adornos del árbol de Navidad de la tienda de la vuelta de la esquina tintinean tras ellos.