El Castillo de Maqueda, la propiedad del Estado que nadie quiere comprar
A pesar de la última rebaja de un 50 % en el precio de venta nadie quiere adquirir la fortaleza debido a su alto precio o los cuantiosos gastos de su necesaria reforma y mantenimiento
El Castillo de la Vela o Castillo de Maqueda no guarda un fantasma en su interior como el de Canterville, pero lo parece. En este caso el fantasma, o los fantasmas, son un precio elevado de venta; una reforma necesaria para su posterior e incógnito futuro uso o el alto coste de mantenimiento como Bien de Interés Cultural (BIC).
Tras ocho años en venta, el Estado continúa siendo incapaz de desprenderse de su propiedad desde que en 2013 saliese a subasta, que quedó desierta, por diez millones de euros. Dos años más tarde se volvió a intentar su enajenación con una rebaja del 30 %, también sin éxito.
La reciente y última tentativa de venta ha vuelto a fracasar a pesar de la disminución de su precio en un 50 %. El castillo de Maqueda se cree que fue una fortaleza romana preexistente en un principio sobre la que Almanzor construyó su propia alcazaba, que luego fue sucesivamente asediada y conquistada.
El castillo fue tomado por Alfonso VI y pasó a manos de Alfonso Yáñez en 1153, hasta que fue cedido a la Orden de Calatrava en 1157. En el S. XV fue reedificado casi por completo, respetando únicamente la torre de los Palazuelos en la que se dice que se alojó la reina Isabel la Católica. También llegó a albergar un cuartel de la Guardia Civil y se llegaron a iniciar las obras para instalar en él un museo de la Benemérita que nunca llegó a inaugurarse.
El espíritu de Canterville
Propiedad del ministerio del Interior y declarado Monumento Histórico-Artístico en 1931, el fuerte se ubica en el municipio manchego de Maqueda, en Toledo. Es de planta rectangular y se asienta sobre dos niveles de terreno. En el interior de sus muros, de 3,5 metros de grosor, no es que vague un fantasma que atormente a sus habitantes porque ni siquiera los tiene. Nadie quiere hacerse cargo del castillo, no obstante, como si la existencia del espectro fuera en verdad la causa. Un desconsolado espectro, el Estado en este caso, que como en la novela de Oscar Wilde, sigue haciendo esfuerzos por superar su particular maldición.