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23 de agosto de 2024

El director de cine, guionista y escritor Daniel Sánchez Arévalo

El director de cine, guionista y escritor Daniel Sánchez ArévaloGtres Online

Daniel Sánchez Arévalo, el cineasta que retrata una España que cambia

El director de películas como Primos o La gran familia española estrena en Netflix su primera serie, Las de la última fila, en la que se sumerge en el universo femenino a través de un grupo de amigas

No era la primera vez que lo hacía, porque cuando escribió La isla de Alice se puso en la piel no de una, sino de varias mujeres, y con ella quedó finalista del Premio Planeta. Pero Daniel Sánchez Arévalo (Madrid, 1970) sentía que, especialmente en lo audiovisual, tenía «una cuenta pendiente con las mujeres». Sus películas totémicas, que van de Primos a La gran familia española pasando por Azuloscurocasinegro (ganadora de tres Premios Goya) o la reciente Diecisiete, le habían llevado a radiografiar la sociedad de la época desde una perspectiva predominantemente masculina, acompañado de actores fetiche como Antonio de la Torre y Raúl Arévalo.

Por eso ahora el director pero también guionista, productor y escritor ha decidido zambullirse en la mirada femenina... o al menos intentarlo. Y lo ha hecho creando y dirigiendo su primera serie, Las de la última fila, que narra un viaje físico y emocional de cinco amigas: una de ellas (no sabemos cuál) tiene cáncer y, por solidaridad, todas deciden raparse el pelo e irse de viaje: para conocerse, acompañarse y ayudarse a superar miedos y dolores juntas.

Para hablar de este estreno y, en general, de toda su trayectoria, el cineasta acudió junto a una de sus protagonistas, Mariona Terés, a una nueva edición de Cooltural Plans, las reuniones culturales que integran cultura, vida social y gastronomía en planes de cine, arte, fotografía, música, política y literatura.

Itsaso Arana, Mónica Miranda, Maria Rodríguez Soto, Mariona Terés, Godeliv Van den Brandt y Daniel Sánchez Arévalo

Itsaso Arana, Mónica Miranda, Maria Rodríguez Soto, Mariona Terés, Godeliv Van den Brandt y Daniel Sánchez Arévalo

−Tu padre era artista y tu madre actriz. Tú en cambio estudiaste Empresariales. ¿Fue un acto de rebeldía?

−Fue un acto de rebeldía a la inversa, y además acabé con notable en Icade. Mi padre es pintor, mi madre actriz, mi hermana bailarina y mi hermano trabajaba en realización en Antena 3. Y yo pensé que tenía que ir por otro lado. Tenía mentalidad práctica y pensé en una carrera que me diera trabajo. Soy muy fóbico, no me gusta estar lejos de casa y la facultad de Icade me pillaba cerca de casa...

−¿Y cómo llegaste al mundo del cine?

−Estaba haciendo entrevistas en bancos, asesorías y auditorías... y a la vez estaba escribiendo un relato. Mi hermano me dijo que al menos escribiera algo que me diera de comer, y como él estaba en Antena 3, me dio un guion de Farmacia de Guardia y me dijo: «Algo como esto». A raíz de leerlo entendí lo que son las acotaciones, las localizaciones, las aclaraciones... Una semana después escribí un guion y se lo di a mi hermano. Después llegó a un auxiliar de producción, al que le gustó mucho, y se lo dio a una directora de casting a través de la que llegó a Antonio Mercero. Me llamó, me angustié y fui a verle, pero el equipo de guionistas me lo tiró abajo. Mercero me dijo que le llevara cinco sinopsis y a los dos días se las presenté. Era un capítulo en el que Quique, el hermano mayor, descubría que tenía fimosis porque había empezado a tener relaciones sexuales y le dolía mucho. Curiosamente a mí me había pasado lo mismo... Así que técnicamente, estoy aquí por mi fimosis.

−Como cineasta dices que tenías una cuenta pendiente con las mujeres. ¿Por qué ahora?

−Tenía ganas y esta idea de Las de la última fila ya la tenía escrita, aunque no sabía darle forma. Lo que quería contar era complejo, por la relación de los personajes, los dramas personales... No quería hacerlo a medias y sentía que podría parecer superficial. Al acabar de rodar Diecisiete, le dije a mi chica que no sabía qué hacer y le conté cuatro ideas. Cuando le conté esta, le cambió la cara y me dijo: «Yo quiero ver esa historia».

−¿Y en qué momento entra Netflix en juego?

−Desde Netflix me dijeron que querían producirme una serie. Quedamos a comer y le conté el arranque de Las de la última fila: «Esto empieza con cinco tías rapándose el pelo». No tuve que contarle más. Ha sido un proceso muy bonito, me han dado mucha libertad creativa. Yo iba mandando guiones y me decían que siguiera escribiendo. «Esta es tu historia, tu manera de contarla, y nos gusta cómo lo haces», me decían. Ha sido un regalo.

−¿Cómo conseguiste meterte en la psicología femenina? ¿Tu chica te metió en su chat de amigas?

−Al final llevo 52 años viviendo con vosotras. La serie es un producto de mi imaginación: mi radar se abrió y empecé a vivir muy atento a vosotras. También mi chica fue muy generosa contestando mis preguntas. El proceso creativo, el casting, el elenco y las actrices... Todo ha contribuido. A las chicas les dije que no hicieran nada que no tuviera coherencia con su personaje. Ellas cogieron lo que había escrito y lo hicieron suyo.

−¿Esta sería la misma historia protagonizada por cinco hombres?

−Sería muy distinta... o quizá no. Habría tristeza y rabia, pero quizá más soterrada, y quizá lo más personal y emocional sería más difícil, porque hay más coraza en los hombres. Desde luego, los diálogos serían más cortos (risas).

−Javier Rey interpreta en esta serie al hombre perfecto. ¿Dónde está, existe acaso?

−En todas mis películas, los tíos son un amasijo de taras. Así que quise hacer intencionadamente un hombre que no existe, que está ahí pero que te deja tu espacio, que es atractivo pero no pretencioso, que sabe ocupar su lugar... No quería un personaje masculino que opacara el lugar de las chicas. Y en ese sentido Javi ha sido muy generoso, porque él está acostumbrado a ser el protagonista y en esta ocasión ha dejado que las chicas brillen.

−¿Cómo fue rodar en Cádiz?

−Se supone que está ambientada en la última semana de junio, pero rodamos de septiembre a noviembre, y como queríamos luz estival, no podíamos ir a Cantabria. Investigué a dónde se van los grupos de amigas y Cádiz sonaba bastante, así que rodamos desde Conil hasta Tarifa. Cada atardecer fue más bonito que el anterior. Ha sido un viaje para los personajes, pero también un viaje personal para todos muy transformador. Hemos hecho mucha piña y nos lo hemos pasado muy bien: cada sábado hacíamos una fiesta temática, y después de tres meses rodando juntos... han pasado muchas cosas.

−¿Alguna anécdota?

−En las fiestas sonaba siempre la canción Fin del mundo de La La Love You, que se convirtió en nuestra banda sonora y después estuvo muy presente en la serie. Una cosa curiosa que ha sucedido es que ha habido muchas rupturas (unas 15, creo), porque la gente se daba cuenta de que estaba atrapada en una relación, que no eran felices... Y eso ha sido gracias al viaje que supone la serie. También teníamos ese efecto campamento: ninguno queríamos volver a «la vida real», a nuestras vidas en Madrid. Hemos sido muy felices.

−La cantante Rigoberta Bandini no sólo tiene presencia en la banda sonora, sino que ella misma hace un cameo. ¿Cómo se dio?

−En realidad estuvo un día, pero sí que pudimos tomarnos algo con ella y nos cantó Perra en acústico. Pero su hijo era muy pequeño y no quería pasar tanto tiempo lejos de él.

−Ahora que vivimos en la era de la cancelación, ¿te da miedo meterte en problemas?

−Estoy muy agobiado con este tema, muchísimo. Cuando empecé a escribir la serie tenía el brazo agarrotado, como en el tenis, porque me daba más que respeto: me daba miedo que cualquier cosa que escribiera se llevara a otro sitio. Contraté a una psicóloga experta en género que me corregía palabras, frases y expresiones, y eso me dio mucha confianza. Me dijo muchas cosas, pero no «demasiadas», por lo que pensé que podía seguir. Pero vivimos en un tiempo de mierda. Hoy por ejemplo yo no podría escribir Primos, porque hay que ser políticamente correcto. He tenido problemas en entrevistas, me han llamado gordófobo, machista... De hecho, cuando escribí La isla de Alice, como la narradora es una mujer, yo siempre decía que me encantaría que el lector pensara que lo había escrito una mujer. Pero me di cuenta de que es un error. En esta serie no he pretendido «hacerme pasar» por una mujer: yo escribo y firmo desde mi sensibilidad y no he pretendido hacerme pasar por nadie. Ponerme a rebatir todo es muy delicado. Yo creo que lo ideal para un escritor es mantenerse al margen, porque si no, no escribes. Por eso ya no uso Twitter.

−Y con el tema del cáncer, ¿qué retorno habéis tenido?

−Ha sido lo más bonito de todo. Muchas pacientes nos han dado las gracias. Nos escriben todos los días. Para hacerlo bien, me reuní con asociaciones contra el cáncer, con pacientes y con familiares. El cáncer en la serie está en la raíz, pero es periférico: mueve a los personajes pero tiene más que ver con ellas mismas. He intentado abordarlo honestamente: no quería que nadie me dijera que no se sentía representado.

−El espectador no sabe cuál de las chicas tiene cáncer hasta el final. ¿Cómo fue trabajar así?

−Las propias actrices tampoco lo sabían, y eso fue bueno, porque se colocaban en otra posición, sin «victimización». Yo tampoco decidí quién lo tenía hasta el final. De hecho tuve que dejar de escribir tres semanas porque no era capaz de decidir quién lo padecía. Pero quiero aclarar que no es una decisión caprichosa, para jugar con el espectador o generar morbo: quería que las chicas lo vivieran de una manera personal, como lo viviría un grupo de amigas.

Fotograma de la serie 'Las últimas de la fila'

Fotograma de la serie 'Las últimas de la fila'

−Es un tema dramático, pero es una serie de humor. ¿Cómo se combinan ambos factores?

−Es el cóctel perfecto. Para mí es fundamental no forzar nada, y encontrar una combinación entre drama y comedia: si algo es dramático, no meter el dedo en la llaga, y si es cómico, que sea muy orgánico.

−En la serie, las chicas apuntan en un papel los retos a los que quieren enfrentarse, los miedos que quieren superar. ¿Cuál sería el tuyo?

−El que sale en el capítulo cinco: decir la verdad. Y decirla sin filtros... Esa fue una de las pruebas del casting, responder esta pregunta, entre muchas otras. Fue un casting largo porque nos pilló el confinamiento de por medio. ¡Ah! Y requisito indispensable era estar dispuesta a raparse el pelo.

−Has comentado que quieres volver a hacer cine, aunque las salas se están quedando vacías... ¿Tienes conflicto con las plataformas?

−Creo que lo más importante es hacer buenas películas, pero ese no es el problema. Este año es el mejor del cine español en 20 años. Desde marzo de 2020 hasta ahora, sólo 20 películas han conseguido dos millones de euros de recaudación. Es una cifra tímida. Es el momento de arrimar el hombro. Diecisiete la hice en Netflix, y eso me retiró del circuito comercial del cine; por eso quiero volver. Pero me niego a pensar que la llegada de plataformas es la muerte del cine, porque no es verdad. Todo es compatible y se puede convivir. Lo que sí es verdad es que el cine ha dejado de ser una forma de ocio constante, y me incluyo a mí y a mis compañeros directores.

−Siempre haces películas con actores pocos conocidos para el gran público. ¿Hay intencionalidad en ello?

−Sí y no. Yo busco al mejor para el personaje que he escrito. Es mi única premisa. Me da igual que sean conocidos o no. Hay un plus en encontrar a chicas no tan conocidas, porque yo no quería actrices de postal: no me parecen tan creíbles.

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