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El obispo Erik Varden, durante la entrevista con El Debate

El obispo Erik Varden, durante la entrevista con El DebateLupe de la Vallina

Erik Varden: «El contexto cultural al que enfrentaron los Padres de la Iglesia en los siglos III y IV es similar al nuestro»

Según ha relatado el obispo noruego en EncuentroMadrid, «las complejidades del momento actual son parecidas a las perplejidades de los primeros siglos del cristianismo»

Trondheim es una ciudad noruega situada en un fiordo donde se pescan salmones. Su población es similar a la de una capital de provincia española, como Oviedo, Pamplona, Almería o San Sebastián. Se halla a la misma latitud, más o menos, que la islandesa Reikiavik. Dentro de la Iglesia católica, esta localidad es la cabeza de una prelatura nacida hace medio siglo −por decisión de Juan Pablo II− para sustituir las fórmulas previas de administración apostólica mediante prefecturas y vicariatos. Su clero lo componen su prelado y una docena de sacerdotes; atienden a una creciente feligresía que supone ya más del 2 % de la población del territorio. Desde 2019 su prelado es el monje cisterciense (trapense) Erik Varden (1974), que se crio en una familia luterana no practicante. Varden estudió Teología en la Universidad de Cambridge, y desde 1993 forma parte del catolicismo. Nueve años más tarde entró en el monasterio. En octubre de 2020 fue consagrado obispo.

Ahora este monje obispo visita España, para participar en EncuentroMadrid y para presentar su nuevo libro, Castidad: la reconciliación de los sentidos (Ediciones Encuentro). Aquí, miles de personas lo conocen hace tiempo y lo leen con asiduidad y fascinación. Mientras el sol madrileño acaricia su cara blanquecina y su hábito −simple y digno, aunque con el cuello tazado−, le ofrecen un café, y responde sonriendo y en italiano: «Un cappuccino, un cappuccino inculturato». Sabe que los celtíberos añaden bastante leche al café. En Erik no hay nada de vikingo, sino una mezcla de sencillez, hondura, y cercana simpatía. Parece que es fácil hacerse amigo de él.

Monseñor Erik Varden, obispo de Trondheim, en Noruega, en EncuentroMadrid

Monseñor Erik Varden, obispo de Trondheim, en Noruega, en EncuentroMadridLupe de la Vallina

En su libro comenta que, paseando hace unos años por Roma, una mujer, al verlo con sus vestimentas monacales, le escupió a la cara. Varden comprendió que aquello se debía a la mancha de abusos sexuales dentro de la Iglesia. Por eso, asume la necesidad de recuperar el sentido que la sexualidad tiene dentro del pensamiento católico, tanto para célibes como para el resto de creyentes. La sexualidad habla de la identidad humana, y Varden se atreve a disertar sobre ello, no sólo porque el monacato sea una reflexión sobre la condición humana −pues «el monacato fue, desde antiguo, un laboratorio teológico»−, sino porque «el ser humano como tal es contemplativo». Toma su café y dice: «La pregunta fundamental para la Iglesia hoy es qué significa ser humano. ¿Qué es el hombre? En la prensa, en la literatura, en las estadísticas de salud mental, a diario observamos una tremenda perplejidad sobre lo que es ser humano. Por eso, lo que procuro trasladar en mis libros es lo que considero una antropología cristiana».

Lo cual le lleva a reivindicar la tradición de la Iglesia desde sus primeros siglos, el pensamiento de los primeros cristianos y los Padres que se preguntaban acerca de su fe y, sobre todo, de las consecuencias derivadas de creer que Dios se hubiera hecho hombre. De que Cristo fuese a la vez Dios y hombre. Aquello no era simple «especulación intelectual, puesto que lo que creemos sobre Cristo, lo que creemos sobre la economía de la salvación, tiene un impacto elemental en el modo como nos comprendemos a nosotros mismos» y de lo que implica ser humano.

De hecho, el concepto mismo de resurrección de la carne sacude los cimientos de estas preguntas, pues, citando el salmo, «mi carne te anhela, oh Dios», apunta Varden. Y añade: «Pensamos que lo que está sucediendo en el mundo ahora es tan extraordinario, que nos enfrentamos a preguntas que nadie antes se había planteado, que estamos ante una tabula rasa y sin referencias, lo cual no es cierto, porque, en muchos aspectos, las perplejidades del momento actual son similares a las perplejidades de los primeros siglos del cristianismo».

Nos animamos a preguntarle.

– ¿Es la castidad un modo de acallar el ruido que hay alrededor de nosotros, y dentro de nosotros? Esa atmósfera nos impide entendernos a nosotros mismos.

– Algo previo a la fe, y a vivir y amar castamente, consiste en afrontar lo que realmente sucede dentro de cada uno de nosotros. Hay que pararse y escuchar el ruido interior. Y eso es muy interesante. En la literatura monástica se indica que hay quienes se marchan al desierto, se alejan del bullicio del mundo hacia un lugar de silencio y soledad. Pero lo que encuentran, sin embargo, no es únicamente silencio y quietud, sino que, en proporción a la calma frente al caos exterior, comienzan a volverse más y más conscientes del caos interior. En San Antonio Magno ya encontramos esa idea del monje que va al desierto y se libera de muchas batallas; se libera de la batalla de los oídos, de los ojos, del siglo. Pero le queda una batalla, que es la batalla de su propio corazón. Es una experiencia muy común y una experiencia atemporal. Eso es lo que vivió San Antonio en el siglo IV. Tengo una amiga que es una monja trapense y que ingresó en el monasterio hace unos cuarenta años, y recuerdo que, cuando me estaba pensando la vida monástica, me dijo: «Al entrar en el monasterio, cortas con muchos de los estímulos que hay en el curso normal de tu vida, desde el modo como vistes, y la gente con la que sales, hasta lo que haces en tu tiempo libre. Te reduces a ti mismo y ya no hay distracciones». Y ella continuaba: «Poco a poco, me fui dando cuenta de que dentro de mí se estaba gestando un proyecto y sentí como si llevara en mi corazón una pantalla de cine en la que se proyectaba todo lo que había vivido». Eso se corresponde con una experiencia universal, y por eso es importante encontrar lugares donde escuchar esas voces diferentes, sobre todo, esas voces que pueden decir cosas que yo, en concreto, no quiero escuchar. Pueden inspirar miedo o vergüenza. En el Evangelio se dice: «donde está tu tesoro, también estará tu corazón». Y un tesoro no es necesariamente un tesoro en sentido positivo. También puede ser un tesoro de vergüenza, de miedo y de cosas que queremos mantener fuera de nuestra vista. Y la mayoría de las veces, aquello va a revelar algo profundo sobre mí; no se trata de silenciarlo artificialmente.

El obispo Erik Varden, dedicando su libro 'Castidad' (Ediciones Encuentro)

El obispo Erik Varden, dedicando su libro 'Castidad' (Ediciones Encuentro)Lupe de la Vallina

– ¿Toda antropología es una teología? ¿Toda teología implica una antropología?

– Teología y antropología son dos disciplinas diferentes. Pero, puesto que el cristianismo es, en esencia, fe en la Encarnación, cualquier afirmación teológica conllevará un impacto antropológico o una consecuencia antropológica. De igual modo, todo lo que sea verdaderamente humano tendrá una dimensión potencialmente divina, y dará pie a una cuestión de teología. Las referencias son mutuas.

– ¿Desde Noruega se percibe mejor que desde España o Italia la secularización de Occidente?

– He vivido en Italia durante varios años, y me doy cuenta de que, cuanto más te acercas al mar Mediterráneo, más extrema es la percepción de la vida en los países nórdicos como un mero desierto espiritual, un páramo materialista. Y no creo que sea así; es algo más complejo. Es cierto que nuestros países han abrazado un proceso bastante consciente de secularización durante varias décadas. Pero creo que estamos observando una especie de movimiento tectónico en la actualidad, o un cambio de paradigma. Ahora nos hallamos en un estadio de post-secularismo en el que hay una especie de nuevo despertar. Ese discurso de «Dios ha muerto» es de ayer, no de hoy. Ahora se da una apertura mucho mayor al discurso cristiano que cuando yo era niño. Es extraordinario vivir en un contexto cultural donde puedes contarle a la gente la parábola del Buen Samaritano, y que nunca la hayan escuchado antes. De hecho, tenemos mucho que aprender de la experiencia misionera y catequética de la Iglesia desde los primeros siglos. Porque el contexto cultural al que enfrentaron los Padres en los siglos III y IV es, en muchos aspectos, similar al nuestro. Es algo muy alentador para la Iglesia el recordarnos con plena serenidad que, en realidad, no habíamos estado aquí antes. Quizá no haga falta que nos volvamos frenéticos.

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