Pepe Viyuela o el penúltimo totalitarismo de «la cultura» que refleja la esencia de la izquierda
El abandono del actor de la obra de teatro por las acusaciones de delitos sexuales a su director es la enésima demostración del sectarismo acostumbrado
Dijo una vez el actor Pepe Viyuela, en el candelero por sus manifestaciones ideológicas, no tanto por sus talentos artísticos, que «cuando se rompen todos los puentes y se construye un discurso a base de mentiras y amenazas, basado en el odio y la confrontación, suelen ocurrir estas cosas: nadie quiere compartir pupitre contigo ni invitarte a su cumpleaños».
Sin presunción de inocencia
El «odio y la confrontación» como mal del otro. Viyuela decidió hace unos días abandonar la obra de teatro que protagonizaba. La razón: la denuncia de la Fiscalía a su autor, Ramón Paso, por presuntos delitos sexuales a instancias de las acusaciones de 14 mujeres. Viyuela no le concede la presunción de inocencia a su colega alineándose sin juicio previo del lado de las acusadoras.
Es la nueva moral. En Camboya, en los peores años de los jemeres rojos, los niños eran considerados seres puros y su arbitrio infantil era utilizado para depurar a la población en el genocidio de Pol Pot. El señalamiento caprichoso de un infante era el motivo para asesinar a una persona o a muchas. No es tan distinto el señalamiento que ejerce la izquierda para instituir su verdad.
Es la verdad basada en la mentira del señalamiento del discordante a través de la consigna. En el caso de Viyuela la doctrina es que si una mujer acusa tiene razón. Imagínese si son 14. Es el ejemplo máximo del adoctrinamiento donde el sentido común y el sentido democrático son violentados. Es el penúltimo caso, porque habrá muchos más, y tampoco es el primero en una notable colección de totalitarismos «culturales».
Con la Ley de Memoria Democrática o la invasiva ideología de género la izquierda tiene una base sobre la que trabajar, sostenerse y guiarse. La supuesta igualdad por la que aboga la izquierda es un telón que oculta la profunda desigualdad de sus postulados: trabajando por la igualdad niegan la desigualdad natural de las personas, lo que produce verdadera desigualdad, sectarismo y totalitarismo como el de Pepe Viyuela condenando a su colega con solo escuchar las voces «correctas» de la Historia, como dijo Yolanda Díaz.
Es el sectarismo acostumbrado y expresado recientemente por Marisa Paredes de forma delirante cuando en el funeral de Concha Velasco se enteró que estaba llegando Isabel Díaz Ayuso y delante de los micrófonos espetó: «¿Pero que hace aquí, ¡fuera, fuera!». Viyuela no respeta la presunción de inocencia de su colega y Paredes no respeta el derecho de la presidenta de la Comunidad de Madrid de acudir al velatorio de la actriz española.
Pocos reparan en la gravedad de estos gestos que se suceden con profusión. Cabe recordar las manifestaciones por la escuela pública en Madrid, y solo en Madrid, encabezadas por los habituales «abajofirmantes», como por ejemplo Almodóvar, quién dijo oír rezos a partir de las ocho de la tarde en su vecindario por los que se estremece, juzgando, sentenciando, en este caso a los católicos en el ejercicio habitual de sectarismo, o Carlos Bardem, siempre pendiente de la actualidad política para dejar su huella, como por ejemplo en su afirmación de que el imperio español no existió: sectarismo cultural al servicio del sectarismo político.
A Woody Allen le defenestró Hollywood por unas acusaciones de abusos sexuales que jamás fueron probadas. De nada sirvió que no fueran probadas como tampoco sirvió que no fueran probadas las acusaciones a Plácido Domingo, marcado desde entonces por el estigma, que no por la verdad del estigma. La izquierda cultural dominante señala y sentencia del mismo modo que la izquierda política lo hace con la pretensión de dejar a un lado a los jueces, esos obstáculos para su idea de «igualdad».
Ese es su totalitarismo, en el que se edifica Viyuela para condenar a Ramón Paso sin juicio en una sociedad democrática, Paredes para negarle a Ayuso su derecho democrático a ir a donde le plazca como a cualquier ciudadano o Almodóvar para burlarse de la libre confesión (católica, no la musulmana, de esa no se ríen) de los demás.