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Mario de las Heras
Mario de las Heras

Unamuno no murió asesinado como dijo Pisarello y tampoco fue el antitaurino que este describió

El sectarismo de la nueva izquierda consiste en mentir a sabiendas de que se miente para inocular en la sociedad un nuevo relato que ya es hasta una «Ley de Memoria Democrática»

Madrid Actualizada 04:30

Miguel de Unamuno y Gerardo Pisarello

Miguel de Unamuno y Gerardo PisarelloGTRES

Gerardo Pisarello, secretario primero del Congreso de los Diputados de España y presidente de su Comisión de Cultura, dijo el pasado miércoles durante dicha comisión, en la que defendía la eliminación del Premio Nacional de Tauromaquia decidida por su compañero de partido el ministro Urtasun (la cultura institucional española se encuentra en manos de la izquierda radical de Sumar), que Miguel de Unamuno murió asesinado.

Después de semejante afirmación nadie debería poder creer al político mentiroso, seguramente a sabiendas (es decir, sectario), pero él lo intenta. Una vez colada la primera falacia, debe de convertirse en un vicio: el vicio de mentir y de confundir como una pulsión inevitable. La historia de que Unamuno murió asesinado es vieja. La difundieron (y la siguen difundiendo) los interesados: los republicanos de ayer y los nostálgicos de hoy.

La propaganda

Una simple búsqueda en internet sobre «Unamuno asesinado» remite a informaciones en este sentido de medios exclusivamente de izquierdas. Nadie ha probado nunca semejante afirmación. En los días posteriores a la muerte del escritor se sucedieron las noticias que la aseguraban sin prueba alguna y solo con el poder de la propaganda que usó las palabras «premonitorias» del propio Unamuno, quien hablaba de que todavía no le habían matado.

Ningún familiar dudó nunca de la muerte repentina diagnosticada en la rotura de un vaso sanguíneo en el bulbo raquídeo. Tampoco los amigos cercanos, médicos muchos de ellos e intelectuales como Ortega y Gasset o Gregorio Marañón. Muchos pudieron hablar al respecto después de la muerte de Franco, pero nadie lo hizo nunca. Ningún documento refrendó el bulo. Ni siquiera el más pequeño o remoto.

Actitud crítica hacia los toros, no odio

La suposición se basa en un relato, en la imaginación que rescata casi un siglo después el sectarismo de Pisarello, quien también destacó el antiataurinismo radical (para asemejarlo al suyo) de Unamuno. Otro tópico repetido que no por tópico puede ser verdad más que en la superficie y en la ideología dirigida. El catedrático de literatura española de la Universidad de León, José Ignacio Balcells, trató en una sesuda monografía el rechazo a la Fiesta del escritor.

Toros y tauromaquia en Miguel de Unamuno describe de forma pormenorizada la relación del autor de Niebla con la Fiesta, que no es la forma lapidaria en que Pisarello libera sus consignas haciéndose pasar por un ilustrado. Unamuno siempre mantuvo una actitud crítica hacia los toros, pero no producto de la animadversión injustificada y dogmática de Pisarello y Urtasun sino todo lo contrario: producto del espíritu crítico que le hacía dudar de (y pensar sobre) todo. De precisamente cualquier dogmatismo.

Defendió la valentía de los toreros

Las contradicciones en Unamuno fueron siempre marca ineludible de la casa en el intelectual, en el pensador, en el filósofo, lector y escritor que constantemente se repreguntaba por toda «certeza», incapaz de acomodarse en ella. Gracias a esta característica personal, Balcells pudo afirmar en su libro que el protagonista «se opone sin ambages a que contra la tauromaquia se lancen insensateces...». Las mismas insensateces de Pisarello, que miente y tergiversa.

Unamuno siempre defendió la valentía de los toreros y nunca les atribuyó crueldad alguna, como tampoco a los espectadores, de los que él siempre formó parte habitual. Su presencia en las plazas es otra de las contradicciones del autor contradictorio por naturaleza, el hombre de las dos mitades movibles, nunca cerradas, nunca fijas, de una de las cuales se aprovecha Pisarello haciéndola precisamente cerrada, fija, falsa en definitiva y en el vicio incurable de la tergiversación que es el insulto que define al simple agitador que preside la comisión de Cultura del Congreso español.

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