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07 de septiembre de 2024

El torero José Ruiz Muñoz

El torero José Ruiz Muñoz

El duro momento de Ruiz Muñoz, el torero que lucha por su familia y por su carrera

José Ruiz Muñoz es matador de arte y sobrino nieto de Curro Romero, pero está lejos de posibles ventajas por el parentesco con el Faraón de Camas y más allá. Nunca las buscó

la carrera primero y la vida después conforman en estos momentos una difícil encrucijada existencial que José Ruiz Muñoz afronta con una entereza admirable. Poco se sabe de las duras circunstancias familiares por las que pasa el torero por expreso deseo de él. Mucho más que eso, la entereza del hombre de fe arrambla con las dificultades como un Atlas discreto.

En toda entrevista o declaración, José decidió no mencionar su situación personal a nadie, a pesar de ser medianamente conocida, en general. Y seguir adelante. Ruiz Muñoz ha decidido seguir adelante con más fuerza que nunca, pero el vaso de su temple ha terminado por rebosar de algún modo, y para poder caminar ha tomado la determinación, un desplante, un remate sentido y sensible, como es él, de verterlo sin más para poder avanzar más ligero de peso.

Valor y firmeza en una carta completa a los medios, liberación de demonios, explicación de sus circunstancias y también agradecimientos que se reproducen a continuación más allá de la valiente expresión de su dolor:

«Carta abierta de Ruiz Muñoz a los medios de comunicación

La Puebla del Río, 22 de julio de 2024

Estimados amigos,

Alrededor de los días de mi comparecencia en la Real Maestranza de Sevilla, en la corrida de toros del pasado 7 de abril, algunos medios de comunicación dieron a conocer –con el máximo respeto y afecto– algunos aspectos de la situación familiar que estoy viviendo desde el pasado mes de octubre de 2023, sin entrar en detalles. Desde entonces no he dejado de recibir llamadas telefónicas por parte de numerosos aficionados y profesionales (compañeros del escalafón, banderilleros, ganaderos...), lo que agradezco enormemente aunque apenas disponga de tiempo para atenderlas como se merecen, pues me faltan horas a lo largo del día para cumplir con tanta gente que está demostrándome constantemente su cercanía.

Por eso, después de pensarlo largamente, he considerado que ha llegado el momento de detenerme para explicar qué está ocurriendo en mi entorno familiar, dado que está repercutiendo de manera directa y determinante en mi carrera taurina. Además, siento la necesidad de compartir estas circunstancias como manera de devolver tanto afecto. Creo que es de todos sabido que soy un torero que manifiesta su situación anímica delante de los animales. En este sentido, no sé esconderme bajo un disfraz ni interpretar aquello que no siento. Desde que di comienzo a mi carrera, mi toreo refleja aquellas cosas que me hacen gozar y sufrir.

Puedo decir con sano orgullo que vivo en torero las veinticuatro horas del día, que cada jornada lucho por crecer en el desempeño de mi profesión. Llevo muchos años en este camino, en el que he superado todo tipo de circunstancias, algunas muy complicadas. Y si mi ilusión es creciente –de modo que nunca he dudado de mi vocación–, se lo debo a Ana, mi esposa, que es la base de mi vida.

Junto a Ana me he convertido en un hombre con objetivos claros: ella me hace mejorar como persona y, por tanto, como torero. Ella me sostiene en los momentos de duda, especialmente cuando todo parece ponerse a la contra. Su fe, su confianza, su exigencia y su alegría han sido claves para que yo pueda encarar los malos tragos y disfrutar de los buenos momentos. Ella me conoce mejor que nadie: sabe que delante del toro me vuelvo transparente, es decir, que expreso lo que estoy viviendo en mi interior. Por ella culminé mi etapa de novillero con picadores; por ella tomé la alternativa en una tarde inolvidable (Requena, 9 de octubre de 2021) y toreé mis primeras corridas de toros; por ella debuté en Sevilla en una tarde inolvidable; por ella confirmé con enorme dignidad mi alternativa en Madrid y por ella regresé a Sevilla en la fecha ya comentada.

Ana ha sido consciente, desde que nos conocemos, de que para ascender en la escalera del prestigio taurino es fundamental la fortaleza, la paciencia y la perseverancia, que deben alimentar la seguridad necesaria para que uno pueda dar al público lo mejor de sí mismo. Ella es mi fortaleza, el motor de mi paciencia y la razón de mi perseverancia. Ella y mis dos hijos, así como la fe y el abandono en Dios, que nos han llevado a recorrer con optimismo todos estos años. Ana y nuestros dos niños son los amores de mi vida, el mejor de los equipos para afrontar mi profesión. Sin embargo, todo se ha tambaleado de repente. Hemos sufrido un golpe durísimo en nuestra vida familiar que repercute en mi vida personal y, como es lógico, en la taurina.

Antes de continuar, quiero dejar claro que con estas líneas no pretendo despertar lástima. Sé que en el mundo hay muchas personas que sufren tanto o más que nosotros. Esta certeza me ha llevado a mantener la máxima discreción durante muchos meses, a aceptar el dolor como una cuestión únicamente mía y de mi entorno más cercano. El público no tiene por qué conocer lo que ocurre con los toreros fuera de los ruedos. Pero, como decía, hace un tiempo que siento la necesidad de explicar –con paz– qué nos ha sucedido, para que todos puedan entender mejor al torero Ruiz Muñoz en esta etapa inesperada.

El 29 de octubre de 2023 acudimos al hospital. Ana iba a dar a luz a nuestro segundo hijo, José. Nada hacía presagiar que el parto iba a complicarse de una manera dramática, porque tras practicarle una cesárea de urgencia mi mujer entró en una parada cardiorrespiratoria que se repitió en dos ocasiones: una de 5 y otra de más de 10 minutos. Los médicos lograron salvarla de lo que parecía una muerte inminente, y aunque estabilizaron sus constantes vitales, Ana pasó a un estado de máxima gravedad en el que se mantuvo durante tres semanas. Aquellos días, tan largos, estuvo entre la vida y la muerte, en un coma profundo que se extendió a lo largo de los 2 meses en los que permaneció en la UCI. Por desgracia, no solo no consiguió recuperar la consciencia, sino que los médicos nos certificaron que había sufrido un daño cerebral severísimo y, posiblemente, irreparable.

Desde aquel día de otoño en el que José vio la luz por primera vez, Ana se quedó hospitalizada, en un estado de vigilia sin respuesta (es decir, en coma). Hace unos días nos hemos atrevido a traerla a casa, lo que es un reto constante dado su delicadísimo estado. Como no cabría de otro modo, la cuido con todo el amor del que soy capaz, pues sigue siendo el eje de mi existencia.

Quisiera que aquellos que lean esta carta entiendan que a lo largo de estos meses he pasado de vivir con mi esposa, como cualquier matrimonio joven, y mi hija de tres años, a tener que dividir mis horas entre el hospital (ocupado en todos los cuidados que ella requiere) y nuestro hogar (atendiendo las necesidades afectivas y materiales de Manuela y de José). Por tanto, es fácil entender que, en un instante, me he visto obligado a cambiar el orden de mi vida: de entrenar mañana y tarde con capotes y muletas, y de alternar la preparación necesaria en las ganaderías, a buscar huecos inverosímiles para coger los trastos y acudir a los tentaderos (¡qué generosidad la de los ganaderos, que hacen lo posible por entender mis circunstancias!).

Por otro lado, meses antes del terrible episodio que acabo de explicar, durante la decimosexta semana del embarazo de nuestro hijo, los médicos detectaron una ventriculomegalia en el feto, que es una inflamación de los ventrículos del cerebro. Nos advirtieron que había posibilidades de que esa afección fuera incompatible con la vida o que, de superar las primeras horas, sufriera algún problema severo que arrastraría a lo largo de los años. Tanto Ana como yo tuvimos claro, desde el primer momento, que José es un regalo del Cielo, una muestra de confianza por parte de Dios. Por eso no dudamos en seguir adelante, aceptando con paz lo que pudiera ocurrir, dispuestos a brindarle los mejores cuidados.

Una vez nació –aquel 29 de octubre–, los doctores me comunicaron que el problema del bebé no parecía generar ningún síntoma de gravedad. Sin embargo, una semana después su malformación se convirtió en una hidrocefalia, lo que le hacía correr un riesgo mayor. Los cirujanos programaron una delicada operación para filtrar esa inflamación ventricular, de modo que pudieran revertir la obstrucción de dicho canal. Y por esas cosas que trae el destino, dicha intervención quirúrgica quedó programada para el día siguiente a mi actuación en Sevilla. A pesar de todo, el resultado, gracias a la pericia de los cirujanos, ha sido positivo.

Doy las gracias, de corazón, a todas las personas que nos quieren, así como a los médicos, celadores y enfermeros, a quienes velan por los niños enfermos y a los que trabajan por la salud de mi mujer y los demás pacientes con daños cerebrales. Además, desde que empezó este proceso estamos recogiendo el cariño que Ana repartió por todos los rincones.

No puedo ocultar que paso muchos momentos en los que siento que la vida se me ha puesto cuesta arriba. Entre otras cosas, soy consciente de que Ana no me va a poder acompañar de la misma manera que lo hacía, pero también sé que ella me pide no venirme abajo. Es más, sé que me exige que me crezca en la adversidad, que la ame con las mismas fuerzas del primer día, que sea un padre ejemplar para nuestros niños y que no renuncie a mi carrera.

Como con esta carta me sincero sin esconder nada, debo reconocer que tras la tarde del 7 de abril se me vino el mundo encima, que me sentí sumergido en un pozo sin fondo... Pero del mismo modo, reconozco que hace unos meses decidí salir de ese desánimo para volver a la senda que comencé siendo un niño. Torear es para mí una llamada que me obliga a darme por completo, pues me permite expresar mis sentimientos con la máxima pureza, para que, de ese modo, el público viva conmigo momentos de extrema felicidad. Ana, aunque sufría al asumir los riesgos de esta profesión, me alentó para que pelara por mis sueños por encima de cualquier circunstancia. Para que así sucediera, fue capaz de renunciar a sus propios planes profesionales.

Muchos profesionales y amigos me preguntaron si no consideraba que hacer el paseíllo en la Maestranza era una locura, dadas mis circunstancias; si con lo que le está sucediendo a mi familia lo prudente sería que abandonara el toreo. Aunque estos razonamientos puedan parecer lógicos y sensatos, si actué en Sevilla fue porque, además de sentir que este es mi camino, es la voluntad de Ana que afronte mis compromisos sin poner en duda que torear es lo que ella espera de mí.

Así fue la tarde en Niebla (Huelva), una semana después del nacimiento de José y, por ende, del gravísimo episodio que sufrió mi mujer. Muchos pudieron comprobar (la corrida se televisó por Canal Sur), aun sin saber con certeza por qué yo estaba padeciendo (los comentaristas hicieron un par de comentarios generales, con total respeto a mi intimidad), que mi toreo nace desde los sentimientos más profundos. Hacer el paseíllo en el pueblo onubense era mi deber y mi compromiso, y reconozco que no pude dejar de pensar durante toda la tarde en lo que Ana se había sacrificado para que yo llegara a aquella tarde.

Ahora puedo contar que la de Niebla fue la tarde más difícil de mi carrera: cada detalle me recordaba a ella, que en esos momentos se debatía a vida o muerte en un hospital de Sevilla. Corté las orejas a un toro de Murube, pero lo mejor para mí fue que mi toreo fluyó en aquellas circunstancias y que pude transmitir al público toda su estética, sin importarme el huracán que tanto dificultó la lidia. Superar aquellas adversidades me dio ánimo y mucha esperanza.

Durante el pasado invierno, sin hacer ruido, logré una preparación extraordinaria en el campo. Eso sí, tuve que hacer filigranas para no desatender mis principales obligaciones (¡qué importante el apoyo total de la familia de Ana y de la mía!). Como antes he contado, los ganaderos pusieron a mi disposición sus animales y sus instalaciones, lo que nunca voy a olvidar.

Pero los horarios de hospital, las reuniones con los médicos y el cuidado de mis hijos, junto con los entrenamientos y tentaderos, me pasaron factura. Apenas lograba dormir y me costaba alimentarme de una manera adecuada. Tuve que hacerme consciente de que la situación hospitalaria de mi mujer iba a alargarse en el tiempo. Aunque no lo quería ver, todo aquello me estaba haciendo mella física y psicológica. Y si no lo quise ver, fue porque en el campo conseguí estar delante de los animales al nivel que llevaba tantos años buscando.

A principio de temporada toreé un festival en Arcos de la Frontera y otro en Alcalá de los Gazules. En el primero cuajé un novillo como he soñado tantas veces. En el segundo, bajo un vendaval, comprobé que seguía creciendo. Por eso, cuando me vestí para hacer el paseíllo en Sevilla, estaba convencido de que ante el toro iba a alcanzar el mismo abandono que la vida me está exigiendo en el ámbito personal.

El primero de los ejemplares de Bohórquez que me tocó en suerte, no me dio opciones de triunfo, pero, por momentos, me encontré bien. Fue una pena que me atascara con el descabello, pues mi actuación quedó afeada a ojos del público. Ante el segundo, al que paré con decisión con el capote, supe enseguida que no me iba a servir. En el primer muletazo se me vino al pecho, y a partir de ahí se paró. En ese momento se me vino encima mi situación familiar, sentí el agotamiento acumulado durante aquellos meses y me hundió lo que podría suponer que las cosas no salieran como había deseado. Sin que hubiera entrado en mis planes, mi ánimo había naufragado.

Lo que sucedió aquella tarde supuso un nuevo golpe, pero enseguida me di cuenta de que convenía que hubiera pasado, pues el toreo exige un cien por cien de entrega, así como una cabeza despejada. Por eso, sin decaimiento, entendí que debía reconstruirme como persona, recuperar las fuerzas físicas, fortalecer mi espíritu y encajar cada una de las piezas de este inesperado rompecabezas.

Hoy puedo decir, con total seguridad, que la disciplina en la que los toreros estamos obligados a vivir me ha ayudado a recuperar la ilusión, a ver claro que me quedan muchas tardes de gloria que regalar a la afición. Por eso, después de un proceso de reflexión que creo haber mostrado en esta larga carta, he vuelto a coger los trastos, a visitar el campo bravo, a probarme delante de las becerras y algunos erales… Quienes me acompañan son testigos de que el dolor me ha hecho crecer, que aquello que ahora expreso con capote y muleta es mucho más profundo y, tal vez, más natural porque me nace del corazón. Ellos saben que anhelo ponerme de nuevo el vestido de luces. Lo saben los míos. Lo sabe (de una manera misteriosa, pero estoy convencido de que lo sabe) Anita. Por todo esto, ojalá no pase mucho tiempo para pisar de nuevo una plaza de toros.

Hasta entonces, os mando todo mi cariño y agradecimiento.

Ruiz Muñoz».

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