Rafael Nadal y «la cultura» española que le odia porque se esfuerza siempre
Todo esto sucede mientras Francia (incluso la Francia de Jolly) le erige una estatua y le da su antorcha para que guíe al mundo como su propia Estatua de la Libertad
Incluso la Francia que insulta a los cristianos en la ceremonia de los Juegos Olímpicos se rindió hace ya mucho tiempo a la grandeza deportiva y a la grandeza como símbolo de Rafael Nadal. Hubo un tiempo, cuando había ganado cuatro Roland Garros seguidos, que en París le silbaban. El público no le quería por una razón caprichosa, pero cierta. Cuando en 2009 perdió la posibilidad de ganar una quinta Copa de los Mosqueteros consecutiva, los espectadores de la Philippe Chatrier se alegraron.
Pero él siguió adelante. Volvió un año después, recuperado de la lesión que le hizo perder en cuartos de final, y derrotó en la final a su verdugo pretérito, el único que había conseguido ganarle en el Bosque de Bolonia hasta entonces, el sueco Robin Soderling. Ese día los mohines de disgusto se convirtieron en admiración impepinable. Fue el pundonor en el ejercicio de su profesión el que hizo cambiar la opinión que de él tenían. Así ha sido siempre. Y tanto fue que el torneo, donde ha sido 14 veces campeón, terminó honrándole en nombre del país con una estatua.
Nadal tiene una estatua en Francia como un héroe del pasado. Pocos extranjeros de todos los tiempos y de todos los ámbitos tienen estatuas que les homenajean con intención eterna. El tenista español es uno de ellos en el XXI. Un hecho extraordinario por su significado profundo. La Francia que no le quiso se rindió con honestidad a la honradez de la lucha de lo más parecido a un guerrero de la antigüedad: un deportista moderno.
Pero he aquí que «la cultura» española tomó la vieja consigna de odiar al que ya no era odiado. ¿Por qué? El anuncio de que se convertía en embajador de Arabia Saudí les dio alas a los que se mantenían agazapados, sin atreverse a empezar el derribo de la estatua. Fueron los representantes de la autodenominada «cultura española», los de la «ceja» y todo ese entorno más o menos cercano. El pueblo nunca criticó a su ídolo. Pero lo arábigo desencadenó las iras contenidas por razones distintas a los supuestos derechos humanos y demás que ninguno de ellos mencionó de otros, como por ejemplo en los jugadores de golf de la LIV o en los futbolistas.
«Ejemplo de mierda»
La cuestión tenía una enjundia mejor (o peor, según se mire). El cantante Iván Ferreiro fue el primero en desatar su inquina sectaria, del tipo de la de los Perros de paja, la película de Peckinpah con Dustin Hoffman como protagonista. Ferreiro dijo que Nadal era un «ejemplo de mierda» para los niños por jugar «con un pie roto». Era 2022, el año que, con su pie, crónicamente lesionado desde los 18 años, en el peor momento, ganó el Open de Australia y después otra vez Roland Garros.
En esas mismas declaraciones el cantante gallego también mencionó Arabia, cuando todavía Nadal no había sido nombrado embajador. Hablaba del Mundial de Qatar, y también de otro «mal ejemplo», el de Dani Alves y el caso de la violación por la que el futbolista estuvo en prisión. Ferreiro metió en el mismo saco del Mundial de Qatar y la muerte de los trabajadores y de Dani Alves y su violación a Rafael Nadal por esforzarse, por luchar sin rendirse nunca.
«Hemos tardado muchos años en conseguir que cuando nos encontremos mal no tengamos que ir a trabajar para que este millonario, para tener una medalla, nos diga que fue con el pie roto», dijo entonces. Dos años después «la cultura» volvió en tromba a propósito de Arabia Saudí, pero no era Arabia Saudí, sino, por ejemplo, su defensa de que los hombres ganen más si producen más y viceversa, ese cortocircuito en el sistema de lo políticamente correcto les dio calambre a muchos.
Pero lo que verdaderamente les da calambre dejando todo lo demás simplemente como ruido, es precisamente aquello que hizo que el público francés cambiara su opinión sobre el gran deportista: su esfuerzo honrado, su lucha sin igual, acompañada de sus triunfos (pero independientemente de ellos). No se va a nombrar a los insultadores para no darles la importancia que no tienen, pero algunos de ellos, conocidos (y no tanto) miembros de «la cultura» española y aledaños se refirieron y se refieren a Nadal con términos tan inauditos como «asco» o «cáncer».
Mientras Francia (incluso la Francia de Jolly) le erige una estatua y le da su antorcha para que guíe el mundo como su propia Estatua de la Libertad, en España algunos encantados de conocerse por nada más que por su sectarismo, incapaces por ello de reconocer los valores del esfuerzo, le denigran con la cobardía característica de quienes pretenden erigirse entre la mediocridad, la ideología y la indolencia como nuevos valores, incluso descubriéndose como el llamado Bob Pop (el mismo que dijo que las cárceles castristas no eran para tanto y que en ellas los presos homosexuales se lo pasaban «pirata»), quien dejó claro la realidad de la inquina fanática al tenista español, a propósito de la excusa de Arabia: «Gracias a Nadal por facilitarnos el ascazo que tanto nos costaba explicar antes de esto». No se atreven a decir que el esfuerzo y el trabajo es el deleznable objeto de su deleznable odio.