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17 de septiembre de 2024

El escritor Ray Bradbury

El escritor Ray Bradbury

Tres poemas de Ray Bradbury: el autor cuya ciencia ficción se convirtió en el presente «woke»

El futuro ya está aquí con la forma de las distopías de nuestro protagonista, según el DRAE la «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana»

Ray Bradbury dijo que escribía ciencia ficción porque esta es «la ficción de las ideas». Dijo que es "cualquier idea que se te ocurre y no existe todavía, pero lo hará pronto y lo cambiará todo para todos tanto que ya nada volverá a ser igual nunca más». No es difícil leer estas palabras y sentir un cosquilleo de realidad en el presente que un día fue pasado y en la mente de Bradbury el futuro que iba a llegar pronto.

El futuro ya está aquí con la forma de las distopías de nuestro protagonista, según el DRAE la «Representación ficticia de una sociedad futura de características negativas causantes de la alienación humana». La alienación humana actual es mayormente la subcultura «woke» que Bradbury previó por ejemplo en Fahrenheit 451, quizá su obra más famosa. Fahrenheit 451 es la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde.

El autor de Illinois se inspiró en la época de la censura y la caza de brujas del senador McCarthy. Imaginó que en Estados Unidos podrían llegar a quemarse los libros como hicieron los nazis en Alemania. Esa clase de ideas que le emocionaban y le hacían generar adrenalina sin parar y con ello sentir que «se le cargaban las pilas». Decía que «cuando tienes una idea capaz de cambiar alguna pequeña cosa del mundo estás escribiendo ciencia ficción».

tres poemas de Ray bradbury:

  • Somos los carpinteros de una catedral invisible

    Somos los carpinteros de una catedral invisible
    ¿Nuestro taller?
    Cañaveral.
    ¿Nuestros carpinteros?
    Los astronautas y todos los que construyen para enviarlos a tejer
    Una telaraña de luz, sonido y vida entre el tiempo y el espacio.
    No sabemos por qué construimos y aun así construimos.
    ¿Tendré que explicarte por qué?
    Nuestro último medio de transporte,
    El cohete.
    Nuestro último destino,
    La Luna. Marte. El Universo.
    ¿Nuestro mejor escenario?
    Cabo Kennedy. El Edificio de Ensamblaje de Vehículos Espaciales.
    Tan grande o más que la catedral de San Pedro de Roma.
    Una guarida para el Palacio de la Ópera de París.
    Donde el Big Ben, encerrado, pudiera dar la hora de los sistemas estelares y de las nebulosas.
    Donde los más célebres actores de la función tuvieran que atravesar nuestras visiones y electrificarnos la mente.
    ¿Con qué propósito? ¿Para qué? ¿Por qué deberíamos ir al Espacio?
    ¿Por qué posarnos en la Luna para visitar Marte y soñar con Alfa Centauri?
    Déjame explicarte las razones.
    Déjame mostrarte por qué.
  • Siempre llevo conmigo lo invisible

    Siempre llevo conmigo lo invisible
    Siempre llevo conmigo lo invisible,
    las cosas que sé pero no conozco
    y pretendo averiguar a tientas
    en ese país de ciegos
    que es la mente y cada pensamiento
    y todo cambio climatológico interior.
    Palpo el cambio de luz
    los distintos tonos de los atardeceres camino de la noche;
    de todos esos sueños en penumbra antes del alba
    escribo poemas, les ofrezco un hogar,
    del jardín jeroglífico donde los perros garabatean
    escribiendo futuros sobre un trébol lleno de escarcha,
    que se marchita o se muere.
    ¡Allá va! Oyes los gritos. ¡Allá va!
    Un balcón solitario escala el cielo,
    un ruidoso muchacho que no vemos lo ha lanzado
    a una niña en el césped de la cara más lejana del mediodía.
    Los retengo
    para releerlos algún día en invierno cuando oscurezca
    a las tres, y mi razón para existir
    sea un balón trotamundos del cielo
    lanzado al infinito
    de una mano invisible a otra mano invisible.
    Allí se quedará, porque
    yo puedo hacer que el arco se congele.
    Grito ¡Detente!
    y el balón, en los versos,
    se queda suspendido entre los árboles
    para nunca bajar.
    Así que ya ves, es cierto,
    siempre llevo conmigo lo invisible
    igual que tú lo llevas hecho visible en ti.
  • Recuerdo

    Aquí es donde veníamos, pensé, de aquí para allá, por los prados, hará cuarenta años ya. Yo había vuelto y paseé por las calles y vi la casa en la que nací, crecí y viví mis días sin fin. Ahora, siendo cortos los días, simplemente había venido a contemplar y mirar detenidamente la visión de esa infinita maraña de tardes. Pero ante todo, deseaba encontrar los lugares por los que yo corría como los perros, delante o detrás de los niños, las rutas anotadas por los indios o por los hermanos raudos y juiciosos imitando a una tribu. Llegué al barranco. Descendí por el sendero, yo, un tipo de pelo encanecido, pero, sobre todo, de pensamientos graciosos, y encontré el lugar vacío.

En Fahrenheit 451 los libros son peligrosos y a los bomberos (que se han quedado sin trabajo al descubrirse un material ignífugo para construir los edificios) se les ha asignado la tarea de quemarlos. Quemarlos no, pero censurarlos, «cancelarlos», sí. La cancelación actual de los libros, de los clásicos, su transformación y revisión, es la hoguera que Bradbury descubrió y que acabó destruyendo la sociedad en la que solo se salvaron los intelectuales, esos proscritos que leían y que guardaron en su memoria una parte de los libros para que no se perdieran.

Bradbury escribió sobre una sociedad totalitaria del futuro que es la sociedad políticamente correcta del presente. Ya antes había escrito los cuentos de Crónicas marcianas, que en realidad siempre fueron crónicas terráqueas. Hoy la Tierra es aquel Marte donde el hombre aparece. Para colonizarlo. Las ideas de la colonización fantasiosa que hoy son las ideas de una descolonización aún más fantasiosa, y sin embargo real. Bradbury creía que la ciencia ficción «es el arte de lo posible, nunca de lo imposible».

Y tenía razón. Y no creía que fuera tan difícil imaginarlo, aunque todavía hoy nosotros no acabemos de creer lo que sucede, por que también pensaba que la ciencia ficción, su ciencia ficción, no solo era el arte de lo posible, sino de lo evidente: «En cuanto apareció el automóvil se podía haber predicho que mataría a tantas personas como ha terminado ocurriendo».

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