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Andrés Amorós
Lecciones de poesíaAndrés Amorós

Manuel Machado (1874-1947): «Adelfos»

Es tan gran poeta como su hermano Antonio, con el que estuvo siempre profundamente unido

Actualizada 04:30

Manuel Machado retratado por Martín Santos en el Ateneo de Madrid

Manuel Machado retratado por Martín Santos en el Ateneo de MadridGTRES

No pocos lectores españoles están en deuda con don Manuel Machado. Los prejuicios políticos suelen contagiar las valoraciones literarias: era frecuente oponer un Machado «bueno» a otro, «malo».

Durante el franquismo, el cartel con la fotografía de don Antonio, en un café, solía acompañar, en muchos cuartos de jóvenes y librerías «progres», al del Guernica, de Picasso, mientras se escuchaban sus poemas, cantados por Serrat. En cambio, la etiqueta de «franquista» (hoy sería: «facha») bastaba para descalificar a don Manuel…

En realidad, se trataba de un verdadero disparate. Los dos eran buenísimos, como poetas y como personas. Y los dos estaban profundamente unidos, en el terreno poético y en el personal. Su separación, durante la guerra, es la misma que se dio en tantas familias españolas, sin ningún tipo de ruptura.

Poéticamente, los dos venían de lo mismo: de la poesía popular andaluza, recopilada por su padre, Demófilo. Del hondo romanticismo de Bécquer, otro sevillano. Del modernismo de Rubén, pasado por París…

De hecho, los dos colaboraron: al comienzo de su carrera, en los artículos de la revista La Caricatura, que firman con el seudónimo «Tablante de Ricamonte». De 1926 a 1932, escriben conjuntamente seis obras de teatro. Salvo algún testimonio suyo sobre unos versos concretos, nadie es capaz de discernir lo que escribió cada uno.

Lo confirma Gerardo Diego:

«Escuchándoles a ellos, recordamos la sorna con que se sonreían de la audacia de sus críticos o lectores, que aseveraban: ‘Esto es, evidentemente, de Manolo; esto, de Antonio’… ‘Siempre se equivocaban’, solía decir Antonio, y lo mismo, Manolo».

Manuel se identifica, por supuesto, con los cantes populares andaluces. Su ilusión es desaparecer como autor, que lleguen a creer que fue el pueblo, y no él, el que los escribió:

  • «Hasta que el pueblo las canta,
    las coplas, coplas no son.
    Y, cuando las canta el pueblo,
    ya nadie sabe el autor.
    Tal es la gloria, Guillén,
    de los que escriben cantares:
    oir decir a la gente
    que no los ha escrito nadie».
    Pero también su hermano escribió cantares de apariencia popular. Por ejemplo, éstos:
    «A las palabras de amor
    les sienta bien su poquito
    de exageración (…)
    Gracias, Petenera mía.
    Por tus ojos me he perdido:
    era lo que yo quería».

Si no supiéramos quién es el autor, ¿a cuál de los dos hermanos lo atribuiríamos? Aunque a algunos les sorprenda, la misma cercanía se daba en sus posiciones políticas.

Es cierto que la guerra los separó: Antonio murió en el exilio; Manuel sobrevivió con dificultades, en Burgos. Durante ella, Antonio escribió un soneto en elogio de Líster; poco después, Manuel elogió en otro poema a Franco. Ninguno de los dos alcanzó su mejor nivel en esos poemas políticos de circunstancias.

Suele olvidarse que, en 1931, Manuel escribió la letra para el Himno a la República, con música de Óscar Esplá; que, en 1932, rechazó las dos «panaceas universales» (así las llamó): el comunismo y el fascismo; que, en Burgos, en 1936, fue denunciado y detenido; que se definió, siempre, «liberal, en arte, y romántico, en política»…

Como resume Andrés Trapiello, «Manuel es inseparable de Antonio, en el trabajo y en la vida, hasta el último día en que se vieron».

Los dos se estimaron al máximo. Opinaba Manuel: «Mi hermano, el mejor poeta de España, sin duda alguna». Y le corregía Antonio: «No, el más grande poeta eres tú, Manuel».

Su inquebrantable cariño y cercanía no impide que su carácter fuera diferente (como les ocurre a tantos hermanos): Manuel, hacia fuera, más mujeriego, más elegante; Antonio, hacia dentro, más filosófico, más descuidado en el vestir. Lo sintetiza Dámaso Alonso: Antonio es «el agua adensada en sombras»; Manuel, «la gracia, el impulso, la fuente, el surtidor». Pero nos previene: detrás de su aparente ligereza, existe una auténtica gravedad.

Eso se advierte claramente en sus poemas autobiográficos. (Otro día recordaré el de Antonio, Retrato). El de Manuel, Adelfos, es uno de los más bellos poemas del modernismo español. Se advierte esto en la métrica: versos alejandrinos, de 14 sílabas, con una pausa central, después de la séptima; la mayoría de las estrofas son serventesios, con rimas cruzadas: ABAB.

Nos deslumbra el poeta por su sensualidad, su pose aristocrática, sus preciosas metáforas:

  • «Tengo el alma de nardo del árabe español».

Y concluye con una estrofa de bellísima retórica, el acierto rotundo de un auténtico poeta:

  • «Mi voluntad se ha muerto una noche de luna
    en que era muy hermoso no pensar ni querer.
    De cuando en cuando, un beso, sin ilusión ninguna.
    ¡El beso generoso que no he de devolver!».

No es extraño que el malvado –e inteligentísimo– Jorge Luis Borges buscara escandalizar con su famosa frase: «¡Ah!, pero, ¿tenía Manuel Machado un hermano?».

Y que lo reivindiquen recientemente los poetas novísimos, como Carlos Marzal, en su poema Media verónica para don Manuel Machado:

  • «La crítica, tan crítica, tan lista, me ha indicado
    que soy nieto cercano de don Manuel Machado».

Vale la pena liberarse de prejuicios y telarañas ideológicas, disfrutar con su poesía.

Adelfos

Yo soy como las gentes que a mi tierra vinieron

-soy de la raza mora, vieja amiga del sol-,

que todo lo ganaron y todo lo perdieron.

Tengo el alma de nardo del árabe español.


Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer…

Mi ideal es tenderme, sin ilusión ninguna…

De cuando en cuando, un beso y un nombre de mujer.


En mi alma, hermana de la tarde, no hay contornos

y la rosa simbólica de mi única pasión

es una flor que nace en tierras ignoradas

y que no tiene aroma, ni forma, ni color.


Besos, ¡pero no darlos! Gloria… ¡la que me deben!

¡Que todo como un aura se venga para mí!

Que las olas me traigan y las olas me lleven

y que jamás me obliguen el camino a elegir.


¡Ambición!, no la tengo…¡Amor!, no lo he sentido.

No ardí nunca en un fuego de fe ni gratitud.

Un vago afán de arte tuve… Ya lo he perdido.

Ni el vicio me seduce, ni adoro la virtud.


De mi alta aristocracia, dudar jamás se pudo.

No se ganan, se heredan, elegancia y blasón…

Pero el lema de casa, el mote del escudo

es una nube vaga que eclipsa un vano sol.


Nada os pido. Ni os amo, ni os odio. Con dejarme,

lo que hago por vosotros, hacer podéis por mí…

¡Que la vida se tome la pena de matarme,

ya que yo no me tomo la pena de vivir!...


Mi voluntad se ha muerto una noche de luna

en que era muy hermoso no pensar ni querer…

De cuando en cuando, un beso, sin ilusión ninguna.

¡El beso generoso que no he de devolver!

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