Jorge Manrique (hacia 1440 – 1479): Coplas a la muerte de su padre
Don Rodrigo Manrique acepta su muerte

Las Coplas a la muerte de su padre, una reflexión sobre la muerte y elogio a don Rodrigo Manrique
A fines del siglo XV, en la transición de la Edad Media al Renacimiento, Jorge Manrique escribe una de las obras maestras indiscutibles de la literatura española: las Coplas a la muerte de su padre.
Este poema es suficiente para que ocupe un puesto de primerísima fila en nuestras letras. Sólo los estudiosos recuerdan hoy el resto de su obra: unos cuarenta poemas de cancionero, de tema amoroso y satírico.
La reflexión sobre la muerte y el elogio de un muerto es un tema frecuente, desde los orígenes de la literatura española. A ese género literario se le suele llamar elegía, planto (la forma antigua de «llanto») y endecha.
Ya el Arcipreste de Hita, en su Libro de buen amor, incluye una originalísima imprecación a la muerte, en su Planto por Trotaconventos. Para atacarla, le desea lo peor que a Juan Ruiz se le ocurre, que ella misma se muera:- «Ay, muerte, muerta seas, muerta y mal andante.
Matases tú a mi vieja, ¡matases a mí antes!
Enemiga del mundo, no tienes semejante,
de tu memoria amarga no hay quien no se espante».
Dentro de nuestra poesía tradicional, es bellísima también la Endecha a la muerte de Guillén Peraza, un caballero que murió hacia 1447, en un intento de conquista de la Isla de La Palma, en Canarias:
- «Llorad las damas, sí Dios os valga.
Guillén Peraza quedó en La Palma,
la flor marchita de la su cara (…)
Guillén Peraza, Guillén Peraza,
¿dó está tu escudo, dó está tu lanza?
Todo lo acaba la malandanza».
Un género típico de la Baja Edad Media, en toda Europa, es la Danza de la muerte. Quizá surgió con motivo de la epidemia de peste negra, en 1348 (que es también el punto de partida para el Decamerón de Boccaccio). La Muerte, en forma de esqueleto, llama a bailar la danza macabra a los representantes de distintos estamentos: el Papa, el emperador, el labrador…
En la literatura española, se conserva una Danza general de la muerte, anónima, del siglo XV, luego ampliada en 1520.
Este tema inspira los preciosos grabados de Holbein; en música, la Danza macabra, de Saint-Saëns; en el cine, aparece en El séptimo sello, de Ingmar Bergman; en el teatro popular, sigue viva en Verges (Gerona).
El poema de Jorge Manrique responde a una circunstancia histórica concreta: don Rodrigo Manrique murió en 1476. Poco después debió de escribir las Coplas su hijo Jorge.
Un acierto indudable es la métrica: va alternando dos versos de 8 sílabas con un verso de cuatro, llamado «pie quebrado». La solemne musicalidad que así se alcanza la han comparado con el fúnebre redoble de una campana.
A partir de la muerte de un ser muy querido, Jorge Manrique se abre a consideraciones generales sobre la vida humana. Así, logra universalizar su dolor.
El poema aborda sucesivamente tres grandes temas: 1/ La muerte. 2/ Los muertos. 3/ El muerto concreto, don Rodrigo.
La parte primera es la más popular. Tradicionalmente, los escolares españoles se aprendían de memoria el comienzo:
- «Recuerde (‘despierte’) el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando».
También pasó a formar parte de la cultura popular española la triste conclusión:
«…cómo, a nuestro parecer,
cualquiera tiempo pasado
fue mejor».
(No sé si los jóvenes españoles actuales siguen sabiendo estos versos. La actual barbarie pedagógica desprecia la memoria).
Las cosas buenas de la vida –nos advierte Manrique– las deshacen tres grandes enemigos: el Tiempo, la Fortuna y la Muerte.
Para expresar el problema del Tiempo, recurre a dos imágenes tradicionales, desde la Biblia: la vida como camino y como río (camino de agua):
- «Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar
que es el morir».
Nos conviene «avivar el seso» para no olvidar lo más importante: el sentido de la vida y de la muerte.
Además del Tiempo, también deshace las cosas buenas de la vida la Fortuna, representada por una rueda, que nunca para: cualquiera que hoy esté en lo alto, ya está empezando a caer. Es un tema típico de fines de la Edad Media; culmina, en la literatura española, en el Laberinto de fortuna, de Juan de Mena.
La segunda parte del poema se refiere a los muertos ilustres. Utiliza aquí Manrique la fórmula tradicional del Ubi sunt: «¿Qué se hizo...?». Es la técnica típicamente medieval de los exempla (‘ejemplos’): en este poema, lo que hoy nos queda más lejano.
Tiempo, Fortuna y Muerte igualan a todos los seres humanos: es una especie de democratismo trascendental, típico de la literatura española.
En la tercera parte del poema, llega Jorge Manrique a lo que de verdad le interesa: la muerte de su padre, don Rodrigo, al que presenta como un ejemplar caballero cristiano.
Al elogiarlo, señala que supo tratar a cada uno como merecía: «¡Qué amigo de sus amigos!». (En esto se inspira directamente García Lorca, en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: «¡Qué gran torero, en la plaza!»).
La grandeza de don Rodrigo se manifiesta sobre todo por su forma de aceptar la llegada de la Muerte. Américo Castro consideraba típico de la «vividura hispánica» ese personalismo: «Y consiento en mi morir». Según eso, la muerte es algo que debemos asumir, hacerlo nuestro. (Cinco siglos después, el poeta alemán Rilke subraya esta idea de la «muerte personal» de cada uno).
Literariamente, es admirable la sencillez con la que, en las Coplas, aparece el personaje de la Muerte, sin nada parecido a esos efectos especiales con los que disimulan sus limitaciones tantas películas actuales.
El escenario es el habitual, cotidiano: «en la su villa de Ocaña». Y la Muerte no entra en la casa de una forma mágica, sino que llama a la puerta, como cualquier amigo que visita a don Rodrigo.
Le advierte ella que existen tres vidas: la terrenal, tan efímera. La de la fama, que es mejor, dura algo más, pero «tampoco no es eternal ni verdadera». La única que de verdad importa es la sobrenatural. Como buen cristiano, la ganó don Rodrigo haciendo buenas obras. (Ya lo decía la Biblia: «La fe, sin obras, es cosa muerta»).
En el momento final, tampoco hay teatralidad alguna: muere don Rodrigo «cercado de su mujer / y de sus hijos, hermanos / y criados». Igual que sus vecinos de Ocaña. Igual que podemos morir cualquiera de nosotros. Él no es un héroe de tebeo ni de película sino un «claro varón» castellano, la hermosa expresión de Hernando del Pulgar: no deja «grandes tesoros ni riquezas» pero sí profundo afecto, en sus parientes y amigos.
Después de escuchar las palabras de la Muerte, nos da don Rodrigo su lección, con la sentenciosidad propia del pie quebrado:
- «Que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura».
Y concluye con lo único que le queda por hacer a su padre: pedir perdón a Dios:
«No por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia,
me perdona».
¿Qué consuelo le queda a los que tanto le quisieron? Lo señala con acierto su hijo:
«Y, aunque la vida murió,
nos dejó harto consuelo
su memoria».
Por eso ha escrito estas Coplas: para conservar su recuerdo. Es lo mismo que hizo Federico García Lorca, cuando murió su queridísimo amigo Ignacio Sánchez Mejías:
- «No te conoce nadie. No. Pero yo te canto».
Gracias a Federico, sigue vivo Ignacio. Gracias a Jorge Manrique, no ha muerto del todo don Rodrigo.
Nos emociona profundamente este poema porque expresa el dolor con enorme sencillez, sin retórica alguna. Lo resume Pedro Salinas: «Jorge Manrique piensa lo que está en la mente de todos y lo dice con palabras que están en boca de todos, pero lo piensa y lo dice mejor que nadie». Ése es el secreto de la gran poesía.
Coplas a la muerte de Don Rodrigo Manrique (Final)
tantas veces por su ley
al tablero,
después de tan bien servida
la corona de su Rey
verdadero,
después de tanta hazaña
a que no puede bastar
cuenta cierta,
en la su villa de Ocaña
vino la Muerte a llamar
a su puerta,
diciendo: «Buen caballero,
dejad el mundo engañoso
y su halago,
vuestro corazón de acero
muestre su esfuerzo famoso
en este trago;
y, pues de vida y virtud
hicisteis tan poca cuenta
por la fama,
esfuércese la virtud
para sufrir esta afrenta
que os llama.
No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan gloriosa
acá dejáis.
Aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas, con todo, es muy mejor
que la otra, temporal,
perecedera.
El vivir que es perdurable
no se gana con estados
mundanales,
ni con vida deleitable,
en que moran los pecados
infernales.
Mas los buenos religiosos,
gánanlo con oraciones
y con lloros;
los caballeros famosos,
con trabajos y aflicciones
contra moros.
Y pues vos, claro varón,
tanta sangre derramasteis
de paganos,
esperad el galardón
que en este mundo ganasteis
por las manos.
Y con esta confianza
y con la fe tan entera que tenéis,
partid con buena esperanza,
que esta otra vida tercera
ganareis».
Responde el Maestre.
«No gastemos tiempo ya
en esta vida mezquina
por tal modo,
que mi voluntad está
conforme con la divina
para todo.
Y consiento en mi morir,
con voluntad placentera,
clara y pura,
que querer hombre vivir,
cuando Dios quiere que muera,
es locura».
Oración
«Tú, que por nuestra maldad
tomaste forma servil
y bajo nombre;
Tú, que a tu divinidad
juntaste cosa tan vil
como es el hombre;
Tú, que tan grandes tormentos
sufriste sin resistencia
en tu persona,
no por mis merecimientos,
mas por tu sola clemencia
me perdona».
Cabo
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer
y de sus hijos, hermanos
y criados,
dió el alma a quien se la dió,
el cual la ponga en el cielo,
en su gloria.
Y, aunque la vida perdió,
nos dejó harto consuelo
su memoria.
Jorge Manrique.
Otras lecciones de poesía:
- Bécquer: Rimas.
- Cervantes: Soneto al túmulo de Felipe II.
- Antonio Machado: Retrato.
- Manuel Machado: Adelfos.
- Anónimo: La Misa de Amor (Romance).
- Rosalía de Castro: Dicen que no hablan las plantas.
- Valle-Inclán: Testamento.
- Baltasar del Alcázar: Cena jocosa.
- Pedro Salinas: La voz a ti debida.
- Rubén Darío: Lo fatal.
- Francisco de Quevedo: A una nariz.
- San Juan de la Cruz: Noche oscura del alma.
- Esperando la Navidad: Magnificat / El canto de la Sibila.
- Lope de Vega: Soneto 126.
- Pedro Muñoz Seca: La venganza de don Mendo.
- Francisco de Quevedo: Soneto de amor.