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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

Currentzis, como Putin y Xi Jinping

El nuevo zar de la música, Teodor Currentzis, ha logrado conmocionar el mundo musical español en su nueva gira con Mahler y Bruckner, parte del ciclo de La Filarmónica

Actualizada 04:30

Currentzis, que regresará en octubre, dirige la “Segunda” de Mahler en Madrid

Currentzis, que regresará en octubre, dirige la «Segunda» de Mahler en Madrid

Una auténtica conmoción se ha vivido estos últimos días pasados en el Auditorio Nacional. La nueva visita de Teodor Currentzis con sus huestes musicales de MusicAeterna, a las que esta vez se ha sumado el coro de Ibercamera, ha supuesto un baño de realismo para muchos de los aficionados asistentes. ¿Acaso este Mahler y este Bruckner que acaban de servirnos ahora tienen algo que ver con los que acostumbramos a escuchar en otros programas similares, por los más variados intérpretes, en idéntico espacio, que suele acoger conciertos prácticamente durante todos los días del año?

No, lo que se ha podido disfrutar esta semana, como atestiguaron las reacciones de los asistentes (no solo a través de sus prolongadas ovaciones finales que siguieron al silencio sepulcral, la inusual concentración con que se apreciaron las interpretaciones: la gente, que tantas veces abandona el edificio casi al trote, en busca de un taxi, esta vez demoraba la salida al exterior; las personas se mostraban inusualmente locuaces, deseando compartir sus impresiones, verbalizar aquello que acababa de sucederles), no suele ser lo más común.

Lo ahora experimentado pertenece al ámbito exclusivo de lo excepcional, ese fogonazo inesperado que a veces se produce y, al remover por dentro, conduce inevitablemente a cuestionar ideas y creencias comúnmente aceptadas, arraigadas del modo más natural y precario, pero que en realidad solo poseían el atractivo engañoso y confortable de un atrayente espejismo.

Ha sido el resultado de una concepción de la música que se encuentra ya en absoluto declive. Así como resulta imposible pasar estos días por delante del Panteón de Roma sin tropezarse de frente con un establecimiento de McDonald’s, similar a todos los que hoy prosperan en las principales ciudades del mundo, la interpretación musical se encuentra sometida a un proceso de igualación (a la baja) semejante.

Orquestas de lujo, empeñadas en la rutina

Son, en estos momentos, muy pocas las grandes orquestas verdaderamente capaces de mostrar un sonido particular, intransferible que las defina e identifique. Y menos aún, se encuentran directores que, a partir de esa única materia, logren trascender los discursos más epidérmicos y rutinarios para realizar el esfuerzo de aproximarse a comunicar sinceramente aquellos valores que el autor quiso plasmar en su obra, expuestos a la luz de sus propias convicciones personales, meditadas a través del estudio intenso, duradero y profundo, no producto de tradiciones, compromisos u ocurrencias.

Por ello, cuando rara vez esto llega a acontecer, primero se verifica el asombro y luego ya surgen las dudas. ¿Entonces, aquella interpretación que le escuchamos a fulanito, favorito de los medios por el talento o esfuerzo de los publicistas, con esa orquesta tan postinera, en verdad, no era para tanto?

Currentzis al final de su segundo concierto en el Auditorio Nacional

Currentzis al final de su segundo concierto en el Auditorio Nacional

La respuesta se encuentra al alcance de la mano para quienes ahora hayan asistido a la revelación de Currentzis y su orquesta, la que él ha tallado personalmente estos últimos años, a partir de un conjunto de jóvenes músicos dispuestos a dejarse seducir por este genio de origen griego, parcialmente (ese fuego original ya lo traía con él de fábrica) moldeado en el taller de un legendario forjador de batutas ilustres, Ilya Musil, en el conservatorio de San Petersburgo. Porque como expresó Leopold Stokowski, «los directores nacen, no se hacen (…) pero la educación musical y la cultura general son valores inapreciables para un director innato».

Currentzis puede hacer lo mismo que Putin o Xi

Y vamos ya con la polémica. Hoy se ensaya poco y mal. Si un director joven llega a situarse por primera vez frente a un conjunto sinfónico de prestigio, se ganará mejor a sus músicos siempre con lisonjas. Entre todas, existe una infalible: acortar los tiempos previstos para las pruebas. Esto funcionará mucho mejor que si intentara demostrarles la solidez de su preparación (no digamos ya si el maestro decide adornar sus comentarios con referencias literarias, históricas o filosóficas: si así resultara, sería fácilmente sometido a los dardos de los profesores mediante resabiadas miradas condescendientes, bostezos sin rubor y hasta algún comentario despectivo, siempre trasladado por lo bajo, para solaz de los compañeros más próximos, que le reirán la gracia).

En caso contrario, es decir, cuando el inmaduro director pretendiera apurar las horas consagradas al ensayo más allá de los límites, y quisiese arañar unos meros minutos adicionales al horario establecido, se encontraría con la misma inflexibilidad del árbitro que decide no prolongar ni un minuto más el tiempo reglamentado en un partido de fútbol. Si decidiera someterse al temerario experimento de intentarlo por su cuenta, casi al segundo, a veces reloj en mano, el representante sindical de los músicos le indicaría, sin muchas contemplaciones, que el ensayo ha llegado a su fin. Todos a casa a poner lavadoras.

Por eso hoy, sucede tantas veces que lo que se escucha, pagado en muchas ocasiones a precio de oro, cuando se junta al último, recién llegado «genio de la batuta» con una de las principales orquestas históricas no suele ser más que el resultado relativo de un compromiso. Un acuerdo frustrante que básicamente consiste en lo siguiente: nosotros nos sabemos ya de sobra esta sinfonía de Shostakovich, porque además de ser músicos de primera la hemos tocado en numerosas ocasiones, con todos los directores conocidos.

Así que no nos hagamos más daño del imprescindible: tú déjanos todo el tiempo libre posible para nuestros asuntos, no no canses además con repeticiones ni inútiles discursos y, a cambio, podrás poner en práctica, durante el concierto, todos esos movimientos, coreografías y muecas que has estado ensayando por ti mismo, delante del solitario espejo: para ello, hasta quizá te valieses de una de las varias grabaciones de esta pieza que nosotros mismos hemos registrado, desde que existe el LP hasta nuestros tiempos digitalizados.

Por eso es preferible un solo Currentzis antes que mil Dudameles o Mäkeläs. Porque aunque todos puedan llegar a compartir esa pareja teatralidad gestual que otros directores ancianos denuncian ahora (cuando algunos de ellos ya practicaban similares despliegues de los que hoy hacen mofa en la temprana fogosidad de sus años mozos), la exuberancia del greco-ruso posee un fundamento mucho mejor asentado, más sólido desde su raíz.

En gran parte todo proviene, para él, de la libertad que se puede permitir una vez que ha logrado construir, codo con codo, junto a sus músicos una cierta idea compartida sobre lo que representan las obras escogidas. Algo que solo se logra, como bien sabía Celibidache, con horas y horas de práctica orquestal, puliendo esos nimios detalles que se encaminan hacia la más honda esencia del mensaje musical.

Trabajar en San Petersburgo, en condiciones ideales

Currentzis, obviamente, dispone de una imbatible ventaja sobre sus rivales. Trabaja sin cortapisas de ningún tipo: goza de la financiación de relevantes empresas rusas (hoy perseguidas por los embargos internacionales); dispone de locales espaciosos, útiles y bellos (como se hallan en la hermosa San Petersburgo) para ensayar, y, lo fundamental, de un grupo de jóvenes y excelentes músicos internacionales (también algún español) que están dispuestos a seguirle hasta el final en sus requerimientos (por eso hay quien los considera una suerte de secta), sin importarles invertir el tiempo que sea necesario en la persecución de sus logros.

Sus victorias en los auditorios de medio mundo son el traslado a la música de la nueva guerra que ahora mismo van ganando, de lejos, los rusos y los chinos. Mientras los equivalentes occidentales de Putin y Xi deben consagrar casi todos sus esfuerzos a una única tarea: conservar el poder, estirarlo otros cuatro años mediante piruetas constantes para intentar amoldarse al juicio inexorable del electorado, los mandatarios de esas otras naciones disponen de todo el tiempo del mundo para trazar planes a largo plazo, sin molestias inoportunas.

La digestión de esta metáfora resulta, sin duda, harto complicada, plena de aristas. Por supuesto nada justificaría la renuncia a los valores democráticos: aunque, como ha expresado otro gran director, Daniel Barenboim (recientemente condecorado por el gobierno socialista español), «en la actualidad, el derecho a votar es universal, y con mucha razón, pero hemos negado a los votantes la oportunidad de una educación integral».

Dos obras maestras, tan distintas y tan próximas

Tampoco en el terreno estrictamente musical estaría justificado el regreso a los tiempos en los que Arturo Toscanini llamaba perros a sus músicos, durante los ensayos. Pero solo se trata de intentar comprender la naturaleza de aquello que ha trastornado estos días a los melómanos, con la aparición, como descendido de algún olvidado Olimpo, del más interesante director de orquesta de nuestro tiempo, Teodor Currentzis, para ofrecerles unas interpretaciones, sin duda, trascendentes de la «Segunda sinfonía, ‘Resurrección’», de Gustav Mahler, y de la «Novena», de Anton Bruckner.

Dos obras tan distintas y a la vez próximas en el dibujo (crispado, incluso en el esperanzador arrebato final en la primera, lleno de una incertidumbre iluminada de sombras y alguna luz que casi se percibe como un hilo, la segunda) de las dudas esenciales que atenazan al hombre desde su aparición sobre la faz de la tierra.

Podría llenar estas inútiles líneas de referencias a la manera en la que Currentzis logra moldear el sonido para insuflar vitalidad a cada frase de su expresión y trasladar el contenido emocional de la música, a ponderar la admirable entrega y adecuación de los integrantes de la orquesta (y coro), a la manera en que el tiempo fluye con él de la manera más natural, «en función de cómo suene», como establecía Furtwängler.

Pero esta vez lo fundamental es intentar comprender, mediante algún somero apunte, un fenómeno como el de este auténtico genio musical de nuestro tiempo, lleno de contradicciones, según algunas de las cosas que suceden en este ambiente, esa parte menos conocida y amable del oficio.

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