Paloma Picasso dispara al feminismo radical y defiende a su padre de las acusaciones de violencia machista
La hija del pintor malagueño y de Françoise Gilot asegura que no era «el sátiro que nos quieren hacer creer»
Paloma Picasso, la hija de Pablo Picasso y de Françoise Gilot, no acepta las acusaciones del feminismo radical a su padre. El cuento del «abusador patriarcal» no lo compra la también mítica diseñadora: «Picasso no es el sátiro que nos quieren hacer creer», ha dicho. Su argumento es que la moda de la «virtud» del presente no se tenía en cuenta en la España en la que se educó el artista.
Eran otros tiempos y como tales los entiende y los expresa Paloma Picasso, de 74 años. Gilot «se atrevió» a dejar a Picasso en 1953, y siempre se ha dicho que este utilizó su prestigio en el mundo del arte para boicotear el trabajo de su exmujer, también artista. Picasso no se portó bien con ella, ¿sin ninguna duda? Las palabras de la hija de ambos ponen en duda la veracidad de la afirmación.
«Abuso patriarcal»
Fernande Olivier, su modelo y amante entre 1904 y 1912, dijo que los «celos morbosos» la habían obligado a vivir como una prisionera. Palabras de parte. Como las de Marie-Thérèse Walter o la de Dora Maar, quien dijo que la golpeó sin pruebas, del mismo modo que podría haber dicho que no la golpeó. «En Picasso encontramos todas las formas de abuso patriarcal, violencia sexual pero también económica, física y psicológica», dijo Julie Beauzac, una feminista francesa que ha hecho fama y fortuna con el #MeToo.
Unas estudiantes de arte de Barcelona protestaron hace unos años en el museo Picasso de la ciudad con camisetas con lemas que rezaban mensajes como «Picasso la sombra de Dora Maar», «Picasso Maltratador», o incluso «Picasso es Antonio David Flores» (el exmarido de Rocío Carrasco, la hija de Rocío Jurado). Una metáfora de vulgaridad e ignorancia casi insuperable.
«Retroceso contemporáneo»
Marina Picasso, nieta del pintor, dijo respecto de las mujeres de su abuelo: «Las sometía a su sexualidad animal, las domesticaba, las hechizaba, las devoraba y las aplastaba en sus lienzos. Después de pasar muchas noches extrayendo su esencia, una vez desangradas, se deshacía de ellas». Una descripción vampírica que no coincide con la opinión de otro nieto de Picasso, hijo de Maya, quien aseguró de su hermanastra (multimillonaria gracias a la herencia que le correspondió del artista, de la que también dijo que se había alejado de la familia sin mediar causa), que acusaba a su abuelo sin justificación alguna.
Paloma Picasso, quien ha dicho que tuvo una infancia «muy equilibrada en la que sus padres nunca dijeron nada malo el uno del otro», extraordinaria afirmación frente al discurso oficial de que el malagueño vetó a su exmujer en los círculos del arte, también rechaza las acusaciones del feminismo radical. La administradora del patrimonio del artista ha dicho que su padre es «víctima de un retroceso contemporáneo contra una era en la que todos se acostaban con todos».
Ha señalado que su padre era tan moderno en algunos aspectos que «se olvidaba que era un hombre del XIX»: «Es fácil darle a Picasso el máximo protagonismo por luchar contra los hombres. ¿Por qué debería ser un modelo de virtud? La virtud está de moda. Pero el mundo de los artistas, como el mundo de la moda... es un mundo que se sitúa fuera de la moral y las convenciones». Una opinión como una bala contra el revisionismo. La «virtud» que es más bien la consigna, la doctrina oficial que apoya el anatema feminista del XXI.