Modernos, pero antiguos
El matrimonio anarquista plantea el compromiso conyugal entendido como institución transgresora y libremente escogida. Una apuesta fuerte por el matrimonio y el compromiso de por vida.
hurtado & ortega / 163 págs.
El matrimonio anarquista
«El matrimonio son dos singularidades que chocan y que deciden hacer del golpe caricia. Dos individuos enlazados por una misma convicción inquebrantable: la idea de que el amor que sienten es el lugar exacto en el que deben estar». Con esta cita de Julia Kristeva y Philipe Sollers arranca el prólogo de El matrimonio anarquista (Hurtado & Ortega, 2021).
Llevaba detrás de este libro desde que salió porque su reclamo me resultaba de lo más chocante: «¿Y si el matrimonio fuera una forma radical y transgresora de decirse Te quiero?». ¡Transgresión tradicional! ¡Gente jovenzuela celebrando ritos de mis abuelos! A quién no le va a gustar un matrimonio moderno del siglo XXI
Y es que El matrimonio anarquista es un libro escrito entre dos en el que a modo de epístolas Begoña Méndez y Josep Nadal Suau se recuentan —y nos cuentan— la naturaleza y las razones de su matrimonio. Puede que lo de la escritura a cuatro manos no sea ya tan sorprendente después de saltar la sorpresa en los Planeta de que Carmen Mola es una y trino, pero libros escritos por más de una persona yo no había leído, hasta ahora, ninguno.
Y la experiencia la he disfrutado; no solo porque a mi parte curiosa le haya gustado colarse por la puertecita que este libro abre para que nos acomodemos en la intimidad de su relación, sino porque, sin esperarlo, me he enfrentado a un ejercicio literario sincero, íntimo, preñado de calidad (la escritura concisa y sin doblez de Josep; las cartas de Begoña, lindando en ocasiones con la poesía), de riesgo en ocasiones y, por encima de todo, de amor.
El matrimonio anarquista cuenta con varios ingredientes que nada más empezar despertaron mi simpatía lectora, algunos superfluos y otros más trascendentales. Los primeros serían que la pareja cohabita con tres gatos de distinto pelaje y carácter: Winona, Pynchon y Foster Wallace. Una pareja con tanto gusto para bautizar felinos merecía, cuando menos, que le dedicara toda mi atención a su historia. Otra fruslería que para mí toma tintes de relevancia: alguien hizo una vez el brillante comentario de que un libro no se ha de juzgar por su portada y ese axioma ha llegado hasta nosotros sin que le acompañe una explicación convincente. ¿Alguien sabe por qué no hay que juzgar a los libros por su aspecto? Es ridículo; los libros se han de juzgar desde todos los planos posibles, y la edición de Hurtado & Ortega es tan bonita que el veredicto solo podría resultar favorable: es un libro para poner bien a la vista y aplaudir cada mañana al pasar por delante.
Un ejercicio literario sincero, íntimo, preñado de calidad, de riesgo en ocasiones y, por encima de todo, de amor.
En cuanto a lo trascendental, el germen de este libro parte de que Suau y Méndez decidieron, en 2017 y para sorpresa de todo su entorno, contraer matrimonio. Y lo hicieron como un acto político, entendiéndolo como la fundación de una institución reaccionaria en la que uno se entrega al otro y a la vez se da la espalda al mercado de la carne que coloniza todas nuestras redes —afectivas y sociales—. A propósito de esto, afirma la autora que «hay algo que no funciona en los matrimonios, algo que tiene que ver con la desacralización de los cuerpos y el mercado del deseo». Confieso que me ha encantado toparme con una voz progresista a favor de devolverle al sexo su relevancia y que no comulgue con el poliamor porque considera que puede dejar los mismos cadáveres por el camino que una relación monógama mal atendida. «No me interesa la infidelidad sin culpas ni quiero ir por la vida desparramando afectos de intensidad diversa». Hay valentía en esta toma de posición.
Porque eso es lo que más me ha cautivado de El matrimonio anarquista: que esta pareja llena de tatuajes, progresista, que al desgajarse nos descubren a un pijo estufado y a una moderna (lo dicen ellos, no yo) hayan hecho una apuesta tan fuerte por su matrimonio y el compromiso de por vida en los tiempos que vivimos, defendiendo que la monogamia libremente escogida también es libertad. ¿Pero no es así como vemos todos el compromiso conyugal, como una libre elección? ¿O será cosa mía y de mi generación, que ya no entendemos eso del matrimonio como imperativo social y hoy en día quien se casa es porque quiere y porque quiere quererse siempre?
Por otro lado, creo que este libro que Begoña y Nadal han escrito es un acto de generosidad: con él se han abierto cada uno una zanja en el pecho y nos han dejado entrar a hurgar para saber qué es eso que sienten. Para quienes solo sabemos del amor conyugal por lo que hemos visto en las películas, leerlo ha sido una toma de contacto con la realidad, con sus luces y sus sombras. Porque El matrimonio anarquista también me ha confirmado algo que yo ya venía sospechando: que querer bien a alguien es la tarea más exigente del mundo, que el matrimonio es un trabajo a tiempo completo y que la renta a recibir serán días buenos y días sobre los que construir.
Este libro no es una defensa encarecida de la monogamia, pero sí que cuenta una experiencia monógama con bastantes virtudes, en la que todo está impregnado de honestidad, de compromiso y de entrega al otro. De ella no cabe otra cosa que extraer que, si el matrimonio no es la opción más acertada, al menos podemos afirmar que hoy en día apostar por él es una transgresión por la que puede merecer la pena arriesgarse.