«El Holocausto y la España de Franco». ¿Cuál fue la postura de Franco frente a los judíos?
Los investigadores Enrique Moradiellos, Santiago López Rodríguez y César Rina Simón abordan la postura de Franco y sus distintos ministros con respecto a los judíos desde 1939 hasta 1945.
«El Holocausto es sin duda alguna el mayor caso conocido de genocidio racista de la historia». Hoy en día esta afirmación resulta incontestable, y lo es precisamente porque conocemos la historia y los conceptos. Términos como el de «genocidio», por ejemplo, ideado por el jurista Raphael Lemkin y utilizado por primera vez de manera oficial en los juicios de Núremberg (1945-1946), como narraba magníficamente Philippe Sands en Calle Este-Oeste (Anagrama, 2016), no se encontraban en el vocabulario de ningún Estado en 1939.
Ahora, sin embargo, el concepto da nombre a un delito internacional. La mezcla del sustantivo griego génos («familia, estirpe») y el verbo latino caedere (etimológicamente «caer», pero con la idea de «hacer caer», es decir, «matar») fue creada por Lemkin para dar nombre a algo que nunca se había visto hasta entonces, y que llevaron a cabo los nazis de manera sistemática en aquellos territorios donde impusieron su ley, como es el caso de la Polonia natal (actualmente Bielorrusia) de Lemkin.
Otro tanto haríamos con el término «Holocausto», cuya utilización para referirse al exterminio nazi del pueblo judío tuvo que esperar hasta la década de 1950, siendo en origen un término bíblico, procedente de la traducción griega de la Biblia (Septuaginta) y que hace referencia a los sacrificios consumidos por el fuego llevados a cabo en el Antiguo Testamento (olon, «todo, completo» y kaustos «quemado, abrasado»). El término usado por los judíos tras descubrir los horrores llevados a cabo por los nazis y sus colaboradores fue el hebreo de Shoá, «Catástrofe». Por otra parte, encontramos otros términos relacionados e importantes como los alemanes Endlösung («Solución final») o Judenfrage («Cuestión judía»).
¿A dónde queremos ir a parar con esta digresión conceptual? Pues a una cuestión que resulta esencial: la de las palabras y las ideas que representan, es decir, los conceptos. ¿Por qué? Porque es necesario entender bien los conceptos para formar ideas veraces y con sentido. Y todo sea dicho, en El Holocausto y la España de Franco (Turner, 2022) nada de esto queda muy claro.
Los autores, el reconocido catedrático y especialista en historia contemporánea Enrique Moradiellos, y los especialistas Santiago López Rodríguez, investigador en el Centro Hugo Valentín de la Universidad de Uppsala, y el profesor César Rina Simón, de la Universidad de Extremadura, dan otros términos como el de «antijudaísmo», «judeofobia» o «antisemitismo», así como «filosemitismo» o «filojudaísmo» para el caso contrario, además de «filosefardismo» para el caso español, «sionismo», etc. Demasiados conceptos que, en ocasiones, parecen contradecir a los autores y dejar de lado la verdadera cuestión: el Holocausto.
turner / 320 págs.
El Holocausto y la España de Franco
El primer capítulo, a cargo de Moradiellos, presenta una introducción a la llamada «Cuestión judía», evidenciando mediante numerosos errores que el autor es, efectivamente, especialista en contemporánea, y no en antigüedad y medievo. Por ejemplo, al abordar la cuestión del antijudaísmo en la antigüedad grecorromana, o al adentrarse en una supuesta reinvención del antijudaísmo clásico por parte de los primeros apologetas cristianos. Cosa distinta es cuando el autor nos introduce en su zona de confort desde el punto «Ilustración y liberalismo», siendo especialmente interesante el momento en el que Moradiellos diferencia entre el antijudaísmo tradicional de corte religioso-cultural, y el novedoso antisemitismo de corte racial.
En el segundo, uno de los más interesantes, Moradiellos aborda la postura de Franco y sus distintos ministros con respecto a los judíos desde 1939 hasta 1945, prestando atención a la relación anterior que Franco había tenido con los sefarditas de Marruecos.
Los capítulos tercero y cuarto, a cargo del especialista en la diplomacia española y el Holocausto Santiago López Rodríguez, abordan el papel de las embajadas y los consulados españoles, además de los Ministerios de Exteriores y de Gobernación, en el salvamento (o no) de judíos europeos, mostrando que en la mayoría de los casos las personas individuales actuaban por cuenta propia.
Finalmente, César Rina Simón presenta un capítulo pretendidamente microhistórico cuyo título «Judeofobia y antisemitismo en Extremadura (1931-1950)» podría haber tenido un título más certero con «Judeofobia y antisemitismo en la prensa extremeña (1931-1950)», ya que es a través de algunos artículos de tres periódicos extremeños desde donde este autor realiza su investigación.
En cuanto a que este último capítulo pueda ser considerado microhistórico, no estamos de acuerdo, pues la microhistoria es la rama de la historia social que focaliza su mira en la gente corriente o poco importante, como hizo con el molinero italiano Menocchio Carlo Ginzburg en su obra, paradigma de la microhistoria, El queso y los gusanos (1976), y en este capítulo no hace acto de presencia la judeofobia o antisemitismo de ningún extremeño «corriente y moliente», únicamente la de los periodistas que escribían desde sus cómodos sillones de Cáceres o Badajoz: mala muestra de la gente corriente.
Hay una cuestión que a veces se pasa por alto y que viene al caso para esta obra: que la neutralidad, luego no beligerancia, y vuelta a la neutralidad, permitió al Estado español mantener instituciones diplomáticas en las zonas controladas por el Eje, donde personajes como Ángel Sanz Briz y otros pudieron llevar a cabo su encomiable acción de salvaguarda de los judíos. Pero he aquí la cuestión: ¿y si no hubiera habido tal neutralidad, sustituyéndola una no beligerancia en favor de los aliados, y por ende las instituciones españolas en las zonas ocupadas por el Eje hubieran tenido que marcharse? ¿Qué hubiera pasado con los miles de personas salvadas por aquellos diplomáticos? Dejo en el aire la pregunta. Como reza el dicho «hay que tener amigos hasta en el infierno». Y podría añadirse, «especialmente en el infierno».