'El arte parodiado': la parodia gráfica como fuente de conocimiento de una época
Carlos Reyero presenta un compendio definitivo de caricatura artística-política, sentido del humor y ridiculización del sistema del arte en revistas y periódicos
En la consideración de los géneros artísticos, la caricatura no comenzó a valorarse hasta bien avanzado el siglo XIX, más como ejercitación práctica para quienes comenzaban a formarse en las Bellas Artes, para perfeccionar el dibujo y explorar nuevas fórmulas expresivas.
Aunque ya desde el Renacimiento grandes maestros, como Leonardo da Vinci, se habían introducido en su práctica, lo cierto es que las distorsiones formales que llevaban aparejadas las caricaturas, las dejaban todavía en un segundo plano respecto a lo artístico, con un cierto carácter peyorativo por alejarse de la proporción perfecta y los cánones de belleza establecidos.
Fue a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando comenzaron a generalizarse las parodias gráficas en la prensa, alcanzando una mayor difusión entre un público variado, que excedía los círculos académicos que validaban y promocionaban entonces la pintura y la escultura monumental.
De ahí que el compendio realizado por el catedrático Carlos Reyero nos sitúe ante la revolución artística llegada desde los periódicos y revistas, donde los dibujos satíricos abordaban en ocasiones temas tabú o polémicas difíciles de expresar con las palabras. El humor se convirtió, desde la década de los sesenta del siglo XIX, en un instrumento más para presentar la sociedad de la época.
cátedra / 438 págs.
El arte parodiado
El autor, gran especialista en la pintura del siglo XIX, realiza un completísimo compendio gráfico, vertebrando los contenidos de su libro en tres partes: la caricatura artística-política, el sentido del humor y la ridiculización del sistema del arte. A su vez, cada bloque aborda los temas más significativos que son objeto de las caricaturas y el humorismo gráfico, así como los medios formales utilizados por los dibujantes para recrearlos: la desproporción, la gesticulación, las citas, el color, las escenografías, la fragmentación… Recursos que despiertan la instantaneidad, la inmediata atención de los lectores y su acercamiento a los distintos contenidos de forma satírica y burlesca. Tras este estudio se esconde, como punto de partida, una meticulosa labor de investigación hemerográfica que ha concluido con en un amplísimo número de ilustraciones, necesariamente ordenadas y acotadas por Reyero a partir de tres coordenadas: los motivos representados, la naturaleza de las imágenes y el marco espacio temporal de su producción.
Este planteamiento interdisciplinar le permite abrirse a un mayor número de publicaciones, dejando constancia de la variedad de la prensa entre 1860 y 1938, con un lenguaje ágil y fácilmente comprensible, que no requiere de grandes conocimientos previos en el campo de lo artístico. En este sentido, podríamos decir que Reyero, como gran conocedor del siglo XIX, propone un texto de gran profundidad y, a la vez, de carácter divulgativo, como las ilustraciones gráficas sobre las que trabaja. Además, los parámetros de lectura que propone para la ilustración gráfica de los siglos XIX y XX se podrían hacer extensibles a nuestros días. Su rigor metodológico le lleva a un minucioso aparato crítico referenciado en el elenco bibliográfico que encontramos al final del volumen, necesario para todo investigador que aborde este tema desde la historia de la prensa o la historia del arte.
La narración de Reyero se completa con numerosas ilustraciones, fuente primaria para elevar a la categoría de arte la parodia, despertando la risa en quien la provoca y en su receptor. Sin embargo, el autor advierte que el humor gráfico supone «un reconocimiento cultural, ligado a la clase social que lo posee y lo exhibe», por lo que la cita que acompaña estas ilustraciones «exige comprensión, conlleva exclusión y, paradójicamente genera frustración».
Y es que, aunque estas imágenes estén desprovistas del lenguaje grandilocuente del arte academicista, revelan una ironía inteligente que necesita de la comprensión de la realidad histórica del lector para su plena comprensión. En esta misma línea, es necesario identificar las obras de arte que sirven de base a ciertas parodias, de las que no quedan excluidos los grandes maestros, como Velázquez o Picasso.
El arte se convierte de esta forma en instrumento y objeto del humor, como bien sintetiza Reyero en la cubierta con la ilustración publicada el 11 de enero de 1928, «El crítico: ¡Estupendo, estupendo, estupendo! Pero no me diga lo que representa: solo quiero saber si es animal, vegetal o mineral». Una imagen que deja ver el choque entre la incomprensión de gran parte del público y el interés de los críticos ante el nacimiento de las vanguardias de las primeras décadas del siglo XX. Y es que, en palabras del propio autor, en un recorrido por este libro, «el que ríe es objeto de risa, el observador es observado, el poder se convierte en contrapoder, lo serio se transforma en cómico».