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El actor Fernando Fernan Gómez en un fotograma de 'La vengaza de Don Mendo'

El actor Fernando Fernan Gómez en un fotograma de 'La vengaza de Don Mendo'

La obra cumbre de la astracanada, una parodia sin más pretensiones que reírse de lo convencional

Los anacronismos, los juegos de palabras y la torsión amable de los clichés provocan risas sin interrupción, en una trama que nos lleva a la Edad Media, y donde el honor y el amor resultan ridículos

En 1918, convaleciente de una úlcera –tres meses en cama a base de leche–, el portuense Pedro Muñoz Seca compuso varias obras de teatro. Una de ellas quizá ha acabado siendo la más célebre de toda su producción: La venganza de don Mendo. Se trata de una parodia de fondo histórico –la España medieval, «el siglo XII, durante el reinado de Alfonso VII», en su faceta más henchida de tópicos a los que poder sacar punta– en que los anacronismos, los juegos de palabras y la torsión de ciertos clichés provocan risas de manera bastante continuada. La astracanada –así denominamos a este género– era una comedia de descaro simpático –y a veces candoroso– que anticipa el cine de los hermanos Marx y se burla de los convencionalismos. Es una parodia sin escarnio, un teatro sin elucubraciones, pero repleto de catártica carcajada, de retruécano y de disparate. Arte sin pretensiones intelectualoides, aunque –en este caso– con una visión paradójica que contrasta el honor y el amor romántico y puro –o exagerado y con la cabeza repleta de pájaros– con la prosaica realidad de la mentira y la traición –y la conveniencia. Género menor a mucha honra, por tanto; pues sobrepuja a la supuesta profundidad de otros autores y géneros. Sus diálogos son fáciles de recordar, y sus representaciones y puestas en escena resultan muy imaginativas. Uno de los muchos hitos de una densa y prolongada tradición de excelente comedia que ha producido España desde finales del siglo XIX, entre la cual cabe destacarse a Carlos Arniches, Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura, Alfonso Paso, José María Forqué, o Pedro Lazaga.

La venganza de don mendo

Editorial Cátedra. 240 páginas

La venganza de don Mendo

Pedro Muñoz Seca

Puede que la versión cinematográfica de Fernando Fernán Gómez de 1961 sea la más lograda, tanto por su interpretación –deleitosa la voz e inflexión del actor nacido en Sudamérica– como por la desternillante osadía de su ambientación y atrezo, y también por su música e incluso por la mezcla de platós deliberadamente falsos y de exteriores a plena luz. Con cartón piedra, llamas hechas con bombillas y celofán, y naipes gigantes para la timba de ‘las siete y media’. «–¿Por qué esa hora tan rara? –Es que tu inocencia ignora que, a más de una hora, señora, las siete y media es un juego. –¿Un juego? –Y un juego vil que no hay que jugarlo a ciegas, pues juegas cien veces, mil… y de las mil, ves febril que o te pasas o no llegas. Y el no llegar da dolor, pues indica que mal tasas y eres del otro deudor. Mas ¡ay de ti si te pasas! ¡Si te pasas es peor!».

La impostada seriedad y tragedia de los protagonistas –de «caricatura de tragedia» hablaba Muñoz Seca en referencia a esta obra– refuerza el carácter hilarante de cada pasaje y de la mayoría de versos, en cuya métrica y rima rebosan las ironías amables. En La venganza de don Mendo –quizá la más representativa, pero ni la primera ni la última comedia del astracán según la cronología– observamos una serie de situaciones que hace un siglo resultaban más próximas al público que hoy, en especial todo lo referido a la nobleza española, tan seria y digna por fuera, y, en ocasiones, tan hueca, arruinada y trapisondista. La mención a los «henos de Pravia» y la limpieza también se entendía mejor entonces que hoy. Sin embargo, estos detalles no la han hecho envejecer mal; al contrario, sigue siendo un manantial de ingenio y humor.

Un humor –un astracán, una burla ante lo absurdo de este mundo– que acompañó a Muñoz Seca hasta el final de sus días. La úlcera que padeció al componer La venganza de don Mendo se cebó con él durante las semanas que estuvo preso en Madrid, cuando sufrió la represión del Frente Popular al comenzar la Guerra Civil. En noviembre de 1936 lo fusilaron en Paracuellos del Jarama. Lo mataron junto a miles de personas más. Parece que ser que, cuando se lo llevaban desde aquella cárcel madrileña, el día fatal, maniatado con alambres, dijo a sus verdugos: «Me lo habéis quitado todo. Todo: mi familia y mi libertad. Todo, menos una cosa: el miedo».

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