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El emperador Cómodo en un fotograma de "Gladiator"

El emperador Cómodo en un fotograma de «Gladiator»

Cacerías en el Coliseo, o cómo hacer política en el Imperio romano

A través de este breve ensayo sobre los juegos romanos, el historiador Jerry Toner analiza sagazmente la forma de hacer política en la antigua Roma.

De entre todos los animales exóticos que pasaron por el Coliseo para diversión del pueblo romano, seguramente uno de los que más llamó la atención de los miles de espectadores a los juegos organizados por el emperador Cómodo, en el año 192 d.C., fue un enorme rinoceronte. Nuestros ojos, acostumbrados a visitar zoológicos o, cuando menos, visionar documentales televisivos, no se dejan sorprender tan fácilmente por estos grandes mamíferos. Pero para los romanos del siglo II d.C. sí debía resultar impactante. De hecho, es muy probable que dicho impacto tuviera un peso tal en la memoria colectiva del Occidente romano que la imagen mitológica del famoso unicornio, tan popular en la Edad Media, se formara desde el lejano recuerdo de este animal. Dicho de otro modo: los romanos lo tenían realmente difícil para ver un rinoceronte. Pero igual de difícil lo tenían para ver a un emperador participando en los juegos (ludi) que se celebraban en la arena (que en latín hace referencia al lugar en el que se desarrollaba todo tipo de munera, o espectáculos, ya fueran venationes, esto es, cacerías de bestias, o munera gladiatoria, luchas de gladiadores). Pero más remotamente difícil que ver a un rinoceronte, o a un emperador en la arena, era ver a ambos, juntos, en la arena, y uno cazando al otro. Eso lo hizo Cómodo, el hijo de Marco Aurelio y emperador desde el 180 hasta el 192 d.C., el día que mató un rinoceronte.

Portada El día que el emperador

Siruela (2024). 232 Páginas

El día que el emperador mató un rinoceronte. Para entender el circo romano

Jerry Toner

Y este insólito acontecimiento es el que da título a la obra de Jerry Toner, recientemente publicada por Ediciones Siruela, aunque la edición original data de 2015. Si bien puede ser que para el lector veterano de ensayo sobre la antigua Roma esté demás decir algo sobre Toner, que ha publicado numerosos títulos traducidos a la lengua de Cervantes como Sesenta millones de romanos o Infamia, señalaremos igualmente que se trata de un consumado especialista en la Historia de Roma radicado en la Universidad de Cambridge, cuya obra se ha centrado de manera concreta en los lugares y gentes menos glamurosos del Imperio romano. En el caso de los juegos, el autor se moverá tanto por la arena y las gradas como por los palcos de senadores, como Dion Casio, y emperadores, como Cómodo. Este último, de hecho, personifica una suerte de «Virgilio» como guía en esta obra. Con Cómodo atravesará el lector todo el sistema romano del ocio organizado, siendo su culmen los certámenes del Coliseo, debido a las acciones atribuidas en él al último emperador de la dinastía Antonina. Totalmente desprestigiado por la historia, Cómodo es culpado de mal gobernante, impío y degenerado, y cuyo cénit de degradación llegaría (según los testimonios que nos han llegado) al bajar a la arena para divertir al pueblo de Roma, no solo cazando animales exóticos, sino también luchando en combate contra gladiadores (que si bien podían alcanzar altas cotas de fama y riqueza, estaban mal considerados tanto social como legalmente).

Ahora bien, Toner no cae en el error de convertirse en el vocero moderno de autores como Dion Casio o los escritores de la Historia Augusta, sino que lleva a cabo la labor que de un buen historiador se presupone: la crítica y el sano escepticismo. Son especialmente interesantes las reflexiones que hace Toner acerca de la política interna de Roma a finales del siglo II d.C., utilizando los juegos como hilo conductor. ¿Fue Cómodo un gobernante tan nefasto como las fuentes lo presentan? Como señala Toner, Cómodo no sólo puso fin al largo periodo de campañas (más de veinte años) que Marco Aurelio había mantenido en la frontera danubiana, sino que además llevó a cabo necesarias políticas de saneamiento de las arcas del Estado, reajustando la fiscalidad especialmente a las rentas más altas, o cesó la política persecutoria anterior contra los cristianos. En definitiva, como señala Toner, a priori parecería que a ojos del pueblo Cómodo era todo lo que un gobernante querido tenía. Como final del alegato, Toner señala dos puntos maestros: que fue el mismo Marco Aurelio quien quiso que Cómodo le sucediera, y le preparó a conciencia para ello, entendiendo por tanto que el emperador veía a su hijo capaz; y que Cómodo llevaba al día los salarios y pagos del ejército, base del poder imperial, lo que puso a la institución decididamente a favor del gobernante.

¿Qué podría ocurrir entonces para que Cómodo haya sido tan maltratado por la posteridad? ¿Qué, para que Ridley Scott le retratara como la persona más repugnante sobre la faz de la tierra, parricida, incestuoso y traidor? Hay preguntas con difícil respuesta, pero una cosa es clara: la historia no la escribe el pueblo, que pudo amar (o no) a Cómodo, sino, y especialmente en la Antigüedad, las élites cultas, y en nuestro caso concreto, Dion Casio, eminente miembro del Senado romano. ¿Posiblemente la pugna entre emperador y Senado tuviera algo que ver? No nos detendremos en eso ahora, pues es mucho más lo que Toner presenta en este volumen.

Como informa Toner, «las distintas regiones del Imperio se especializaron en proporcionar diferentes tipos de animales. Britania era célebre por sus ciervos y sus perros y la Galia por sus osos y sus lobos, mientras que Egipto era el origen de los hipopótamos, los rinocerontes y los cocodrilos». Esto quiere decir economía y gestión de los recursos, propaganda política, desplazamiento del poder del Senado por el autócrata, etc. En definitiva, es considerable la importancia de los ludi, los juegos, en el funcionamiento político, social y económico de Roma, y eso lo muestra magníficamente Jerry Toner en este breve ensayo a través del rinoceronte que mató Cómodo.

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