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Retrato de la autora

Retrato de la autoraMely Ávila

‘Los divagantes’, ese lado desconocido y desalentador que todos llevamos dentro

La escritora mexicana, Guadalupe Nettel, se desenvuelve con igual naturalidad en la novela que en el cuento, como puede apreciarse en estos ocho relatos hipnóticos

Es harto sabido que durante mucho tiempo los escritores más insignes encararon el cuento como un género menor al que consagrar sus energías solo en los ratos libres, como segundo plato tras trabajar la novela, género este que viene a ser, tal como aseguraba Pablo Neruda, el bistec de la literatura. España ha sido citada en numerosas ocasiones como ejemplo de país donde el relato corto ha sufrido tradicionalmente esa falta de atención.

Portada de Los Divagantes

Anagrama (2023). 168 Páginas

Los divagantes

Guadalupe Nettel

Pero todo eso ha cambiado en las últimas décadas en España, y diría que también en cualquier geografía. En consecuencia, si bien el cuento sigue sin generar en principio las ventas que presuponemos para la novela, recibe el mismo respeto y dedicación por parte de los autores que su hermana literaria mayor, e incluso hay editoriales que solo publican relato corto.

La mexicana Guadalupe Nettel es ejemplo de escritora que trabaja con igual mimo la novela como el cuento. No es una novelista que escribe cuentos ni una cuentista que escribe novelas, sino una autora que se desenvuelve con igual destreza en ambos campos.

Ganadora del Premio de Narrativa Breve Ribera del Duero en 2013 con el libro de cuentos El matrimonio de los peces y autora de novelas como la desgarradora La hija única, donde relata el proceso de una maternidad complicada, su último libro, Los divagantes, es una colección de ocho relatos en los que exhibe su buen pulso narrativo en las distancias cortas.

Guadalupe, que nació con problemas en los ojos y sufrió bullying por ello en la escuela, siendo niña comenzó, tal como ella misma confiesa, a escribir cuentos para vengarse con la imaginación de esos compañeritos que le hacían travesuras.

Ese puntito de rebeldía personal se observa quizá en la trastienda de estos cuentos. En el primero de ellos, «La impronta», una chica comienza a frecuentar en el hospital a su tío Frank, al que no conocía hasta entonces, pues ni siquiera era nombrado en el seno familiar por motivos que se revelan, o al menos se intuyen, al final de la historia. Y aunque sabe que no debe acercarse a su tío, es incapaz de refrenarse.

En «Jugar con fuego», un pícnic de tres días en plena pandemia acaba por convertirse en una escapada de ocio caótica, en cierto modo porque uno de los hijos, Bruno, se rebela contra los deseos y la autoridad del padre. En «La puerta rosada», relato de tinte fantástico, un hombre sexagenario, inclinado a vivir una experiencia inédita, incursiona en un lugar que confunde con un prostíbulo y halla en él algo muy diferente.

En uno de mis cuentos preferidos, «La vida en otro lugar», la escritora mexicana relata la circunstancia de un matrimonio interesado en alquilar un piso y, ante la imposibilidad de hacerlo, arriendan otro. El marido, actor sin éxito que sobrevive con un trabajo alimenticio, no solo sigue enamorado del primer piso, el inalcanzable, sino también de la vida de sus moradores, con quienes no mantiene relación.

Por lo general, hallamos en estos relatos la necesidad de indagar en lo desconocido, ese territorio peligroso pero promisorio que, por motivos inherentes a la curiosidad humana, ofrece a priori más atractivo que lo conocido, lo ya vivido. Desde lejos, sus personajes se desenvuelven con cierta normalidad, pero diseccionados desde cerca se muestran como personas a quienes les falta algo y, aun no sabiendo exactamente cuáles son sus carencias, se afanan en rellenarlas.

En gran medida realistas, no exentos de ciertos flecos fantásticos, siempre seductores, intimistas y sin los excesos retóricos de otros autores latinoamericanos, los ocho textos que componen Los divagantes conforman un buen ejemplo de relatos hipnóticos, donde los personajes, sumidos en la divagación, se buscan sin encontrarse en el ámbito de la familia y de la vida. La lectura de Los divagantes nos conecta con ese lado desconocido y desalentador que todos llevamos dentro

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