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13 de septiembre de 2024

Visita de Arrese a Hitler, en 1943

Visita de Arrese a Hitler, en 1943, como Ministro Secretario General de Falange

El falangista al que más le debía Franco

A partir de documentación hasta ahora inédita, Joan Maria Thomàs reconstruye la primera etapa de José Luis Arrese como ministro secretario general del Movimiento (1941-1945), el principal artífice de la Falange franquista y el responsable del giro antifascista del Partido durante los cruciales años de la Segunda Guerra Mundial

A mediados del pasado siglo estalló la primera gran disidencia universitaria en el franquismo. Hijos de vencedores y de vencidos se encontraron en las aulas para superar una Guerra Civil que no habían conocido y que, sobre todo, no deseaban repetir. Los incidentes, que no descartaron la violencia, decidieron uno de los pocos cambios gubernamentales sobrevenidos del régimen. En febrero de 1956, Franco acudió a José Luis de Arrese para que, desde la Secretaría General del Movimiento, embridara los fogosos y juveniles ánimos falangistas, pero su recuperado ministro reclamaba una contrapartida: forjar una «Constitución» que, a la manera de Licurgo, el mítico hacedor de leyes griego que se dejó morir para que le sobreviviera eternamente su legislación, permitiese al Estado de 18 de Julio superar, incólume, la orfandad del general Franco. Algún fanático irredento descubre en la democracia parlamentaria de hoy la continuación del franquismo por otros medios, pero no fue así: Arrese fracasó en su propósito de forjar la perpetuación «constitucional» del régimen autoritario: muerto el dictador, pues la irresolución de las «familias» de veinte años atrás permitió la Ley para la Reforma Política con la que España se encaminó hacia las libertades. Juan Carlos I, heredero de Franco «a título de Rey», facilitó el cambio porque el protagonista de este libro no había conseguido sembrar de minas y cortapisas su ejercicio cuando ni siquiera había sido designado el citado sucesor. Sin embargo, Arrese sí supo reverdecer ese papel de bombero fiable en la quinta y quizá definitiva mutación falangista.

Portada de Postguerra y Falange

Debate (2024). 552 Páginas

Postguerra y Falange: Arrese, ministro secretario general de FET y de las JONS (1941-1945)

JoanMaria Thomàs

A la cuarta y crucial de estas mutaciones del partido fundado por José Antonio Primo de Rivera dedica Joan Maria Thomàs este muy riguroso, perspicaz y documentado libro. Y esa mutación tiene por impulsor y protagonista al citado Arrese como secretario general del Movimiento entre mayo de 1941 y el verano de 1945.

Como apuntó Ortega y Gasset, todo acontecimiento «comienza a existir sobre cierta altura de pretérito amontonado». De este modo, el afortunado fracaso de 1956, que determinó nuestra exitosa transición democrática, no se entiende sin la etapa ministerial de Arrese durante los complejos años de la Segunda Guerra Mundial. Tampoco se entiende este libro sin la aquilatada trayectoria previa de su autor. Thomàs, especialista en falangismo como acreditan varias de sus indispensables obras anteriores, resultaba el investigador adecuado para abordarlo. Sobre esa atalaya privilegiada completa, por tanto, la exploración del periodo con el indispensable recurso a un fondo nuevo y muy voluminoso, el archivo particular de Arrese, vedado hasta hace poco a los investigadores y depositado ahora en la Universidad de Navarra

A partir de una tesis principal –Arrese fue el más destacado, que no el primer, artífice de la subordinación del partido único franquista a Franco, basada en una lectura «católica» y desfascistizada del pensamiento joseantoniano–, se confirman postulados que requerían hasta ahora apoyatura documental, se matizan otros y se arroja luz sobre otros tantos. De este modo, se corrobora, una vez más, que la de Franco sería una dictadura autoritaria de «familias» (falangistas, monárquicos, carlistas, militares, etc.) apenas cohesionada por una victoria precariamente compartida en la Guerra Civil y por el respeto a la autoridad algo más que arbitral de Franco. Y, no obstante, se descubre que, pese a que los falangistas nunca llegaron a controlar el decisivo Ministerio de Hacienda ni a monopolizar el consejo de ministros, adquirieron en algún momento algo cercano a la primacía en campos como la propaganda, la cultura oficial o la depuración política. Y Thomàs borda ese equilibrio en el relato entre la vida política interna del partido único (Falange Española Tradicionalista y de las JONS, desde el Decreto de Unificación, de abril de 1937) y la de la coalición autoritaria coronada por Franco.

Hasta ahora se habían abordado las corrientes internas del falangismo de la guerra y la postguerra, pero no se había dilucidado con tanta claridad y acierto el juego de alianzas y enemistades personales en el desenvolvimiento de los hechos. No se trata de negar la importancia de las condiciones estructurales de partida (económicas, sociales y culturales), pero esta obra combina su análisis con el de los factores individuales incursos en todo proceso, esto es, el papel de las personas concretas. Los sistemas políticos no los fabrican meras causas objetivables, sino individuos reales en los que a veces pesan indescifrables propósitos. En este sentido, quizá lo más novedoso del libro estribe en trazar la ascensión (y caída) política de Arrese, casado con una prima de Jose Antonio, fingido «camisa vieja» y accidental implicado en los sucesos de Salamanca previos a la Unificación. Este destacado gestor del falangismo en los cruciales años de la Segunda Guerra Mundial accedió al poder merced a la intercesión de quien sería su principal adversario, el abogado del Estado y cuñado de Franco: Ramón Serrano Suñer. Gracias al inestimable respaldo del epistolario de Arrese a su Caudillo (¿no se conservan las respuestas del inquilino del Palacio de El Pardo?), Thomàs nos descubre que la operación para deponer a Serrano procedió de una estrategia mucho más dilatada en el tiempo y más coordinada entre los dos personajes de lo que hasta el momento sabíamos. Sólo aquí, y quizá incurriendo en el sobreentendido, el historiador deja un cabo suelto: ¿Por qué tanta prevención en quien entonces personificaba a la España nacional con omnímodos poderes a la hora de deshacerse de un colaborador que, al fin y al cabo, no se contaba entre los militares que le habían encumbrado? La respuesta quizá esté en que, con la salvedad de Ruiz-Giménez, quizá fuese Serrano el único ministro del franquismo con auténtica capacidad de convocatoria intelectual; y la consecuente posibilidad de movilizar en su favor a personajes tan brillantes como fanatizados (véase el caso, por ejemplo, del Dionisio Ridruejo de entonces). A diferencia, además, del ministro de Educación destituido precisamente en la crisis de 1956, Serrano actuaba en el inflamable escenario de la que Arrese estimaba «una melancólica contienda», pero que en realidad otorgaba a nazis y fascistas un papel indiscutible en la política doméstica española.

Es esa habilidad como gestor personal de Arrese, que aprovechaba las disensiones entre sus rivales haciendo cerradísimo seguidismo de Franco y sobredimensionando su participación en acontecimientos relevantes, la que explica, por ejemplo, la conformación del equipo de censura durante largos años del régimen: un vicesecretario de Educación Popular (y futuro ministro de Información y Turismo) como el integrista y mínimo Gabriel Arias Salgado; y un delegado nacional de Prensa (y futuro director general) como el montaraz y antiguo ex jonsista Juan Aparicio. Es muy cierto que los equipos de Arrese carecían del relumbrón intelectual que aglutinó Serrano, pero por lo general profesaban una austeridad más acorde con el ultracatolicismo con el que se identificaba Arrese. Frente a la licenciosa vida privada de Serrano, por ejemplo, Arrese y Arias declinaron, a su regreso de la visita a Hitler, asistir al cabaret parisino al que los alemanes les habían invitado.

Por lo demás este libro contiene datos inéditos y muy esclarecedores sobre la carestía de la vida en la España de postguerra (con jugosos detalles sobre los bocadillos de delfín, la solución alimenticia de Arrese como gobernador civil de Málaga), la corrupción entre las élites falangistas o la depuración acometida entre los cuadros y militantes del Partido.

En definitiva, estamos ante un estudio indispensable para comprender una España que enfilaba una peculiar senda totalitaria, sólo torcida por la derrota del Eje, la incapacidad para la disidencia de Arrese, el talento camaleónico de Franco y la aparición de la Guerra Fría.

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