'Gagarin o la triste certeza de viajar solo': los gaditanos nacen en Oregón
José Moreno presenta un notable conjunto de relatos en varios de los cuales resuena la voz de Carver
De entrada, todo es bastante curioso en este libro. Tiene un título que no guarda relación ninguna con el texto y una portada entre cálida y creepy. Pero lo más raro es que parece traducido del inglés aunque sepamos que lo ha escrito un gaditano de nombre tan común que a lo mejor es un seudónimo: José Moreno.
Gagarin o la triste certeza de viajar solo (La Navaja Suiza) es una colección de diez cuentos, en su mayoría cortos, bien narrados y resueltos, austeros pero no ramplones, con giros sorprendentes, otros con ribetes de poesía o un deje fantástico. Casi todos con esa virtud tan netamente norteamericana –de Hemingway a Carver– de hacer pasar el meollo del conflicto por lo cotidiano.
La navaja suiza (2024). 176 páginas
Gagarin o la triste certeza de viajar solo
Sus personajes, que imaginamos en su mayoría provincianos, tipos de localidades pequeñas de estados deprimidos, viven momentos de epifanía o redenciones un tanto absurdas. Son transportistas, técnicos de lavadora, encargados de seguridad, personas «a las que las cosas no les terminan de marchar». Hay muchos divorciados y gasolineras.
Todo es netamente norteamericano en los primeros cuentos. En ese sentido, no le falta un perejil: hay zarigüeyas, las casas son «propiedades», los chicos combaten en Iraq, la gente se llama Ted o Cliff y usan expresiones como «Dios santo» o «qué diablos». Todo ha sido perfectamente traducido por un tipo que vive a dos pasos de La Caleta y que, supongo, pasa medio año en chanclas. Pero ya se sabe que los gaditanos, como decía una chirigota, nacen donde quieren.
A raíz de estos primeros cuentos del volumen, a José Moreno se la ha comparado con Raymond Carver o con Richard Ford, y es inevitable. Él mismo lo ha puesto a huevo, es su apuesta. Pero tampoco se puede reducir a eso la cosa. También hay Maupassant y algo de Poe (Ahí abajo), Bukowski, David Lynch y los Hermanos Coen. Dentro de mis referencias, claro. Es destacable el manejo de recursos para que los cuentos se lean con interés –con admiración, varios– y remitan a un mundo que podríamos llamar pop, es decir, un universo de dominio público que permite a un gaditano escribir como un señor de Oregón, sin esconderse.
Algo parecido sucede con la obra de otras autoras contemporáneas, como Laura Fernández o Virginia Feito, que escriben directamente desde una tradición anglosajona, sin necesidad de adaptaciones sino incluso exagerando el rasgo. Es una tendencia por ahora minoritaria y a lo mejor por eso efectiva.
Pero en la segunda mitad del libro cambia un poco de registro. Los cuentos salen de Estados Unidos o quedan sin arraigo, las historias se hacen más reflexivas, algo más poéticas. Algo más Chejov y algo menos Carver. Siguen siendo buenos relatos, sin duda. Moreno escribe muy bien, no hay frase que chirríe, ni pieza que sea desechable aunque nos guste un poco menos que otras. Es lo que sucede siempre con los volúmenes de relatos: es difícil ser sublime sin interrupción. Quizás, por lo marcado del acento carvetiano de los primeros cuentos, es imposible pasar por alto este pequeño viraje. También puede ser tenido por una virtud, como demostración de una variedad de registros.
Este es el segundo libro de cuentos de José Moreno y se ha encontrado con un éxito inesperado para una obra de estas características. Lo celebramos. Y quedamos a la espera de lo siguiente.