
Un detalle de la portada de «La casa de papel»
‘La casa de papel’: ¿Nos salvan los libros?
El argentino Carlos María Domínguez dibuja una historia de pasión (y locura) libresca con mucho de Borges y Conrad
Es curiosa la relación actual con los libros. Gracias en parte a ese 'mercado común' de las redes sociales han pasado a ser objetos en sí mismos venerables, más que nunca, piezas aspiracionales de estatus, más importantes de exhibir que de consumir. Con los libros se practica hoy día una especie de animismo: están vivos, «nos salvan», dicen, nos protegen, nos alimentan, nos cobijan...

Periférica (2025). 112 páginas
La casa de papel
Pero los libros no son inocentes. Cuidado con ellos. Si tienen la capacidad de «salvarnos», ¿por qué no les concedemos el poder de destruirnos? Lo que menos me convence de esta edulcorada corriente neo-libresca es la candidez interesada con la que se prodiga el amor el libro, como si tuviera él más que hacer por nosotros que nosotros por ellos. Si los libros hablaran...
En esta novela, La casa de papel, se asume una relación de igual a igual entre libros y personas. Del mismo modo que pueden cambiar nuestra vida –siempre se dice–, «las personas también cambian el destino de los libros». Y ese encuentro entre ambos no tiene por qué ser en los términos más moderados.
La novela del argentino residente en Uruguay Carlos María Domínguez, publicada originalmente en 2002 y reeditada ahora en España por Periférica, arranca con una muerte en la que hay un libro de testigo. Una profesora de Cambridge ha sido atropellada mientras hojea un volumen de Emily Dickinson. Al poco tiempo, a su oficina, que ahora ocupa el narrador, llega un ejemplar de La línea de sombra, de Joseph Conrad, con marcas de cemento.Para saber qué significado se esconde detrás de ese volumen, el narrador viaja a Argentina y después a Uruguay, donde acabará topando con un librero que le contará la historia de su dueño, Carlos Brauer: un hombre en cierto modo devorado por sus libros.
Dice Stefan Zweig en Mendel, el de los libros que «todo lo que de extraordinario y más poderoso se produce en nuestra existencia se logra solo a través de la concentración interior, a través de una monomanía sublime, sagradamente emparentada con la locura». A Zweig debía interesarle el tema porque lo trató también en Novela de ajedrez, y está claro que es el propósito de un personaje como Brauer, que bebe también de Conrad –a quien está dedicada la obra– y, sobre todo, de Borges.
Toda la historia es netamente borgeana, incluido un pasaje que remite claramente a El Aleph. La monomanía de Brauer y su relación con los libros tiene tintes del escritor bonaerense: busca relaciones insospechadas entre los ejemplares, los organiza de manera estrafalaria, atisba secretos callejones en las cajas de texto y acaba literalmente viviendo entre ellos.
Esta estimable novela corta es una historia de pasión (y locura) libresca con algo de indagación policial y otro poco de fantasía bizarra. Con un personaje trastornado a la manera de Bernhard, en los lugares de un Onetti. La casa de papel tuvo una resonancia importante hace dos décadas y se tradujo a más de 20 idiomas. Está bien que tenga nueva vida entre nosotros.