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César Wonenburger
Historias de la músicaCésar Wonenburger

Gena Rowlands y Maria Callas, tan lejos y tan cerca

La actriz fallecida estos días y la legendaria soprano fueron pioneras a la hora de representar los dramas, frustraciones y congojas íntimas de mujeres separadas solo por el tiempo

Actualizada 18:19

La actriz Gena Rowlands y la soprano Maria Callas

La actriz Gena Rowlands y la soprano Maria CallasGTRES

En una ocasión, le pregunté a Carlo Maria Giulini, el legendario director de orquesta italiano, si en esa última etapa de su vida, prácticamente ya retirado, aunque con energías suficientes para trasladar su valiosa experiencia a los jóvenes en las clases de Fiesole, si de vez en cuando no acudía a sus viejas grabaciones para evocar otros tiempos, quizá más propicios. Baste recordar que entre otros muchos de sus registros, Giulini figura como responsable musical en el de aquella legendaria Traviata que Maria Callas protagonizó, en 1955, a las órdenes del director Luchino Visconti, y que luego ha quedado para la posterioridad como la absoluta versión de referencia de este popular título lírico.

Luchino Visconti en 1965

Luchino Visconti en 1965GTRES

Sea como fuere, el maestro de modales patricios me respondió gentilmente que no, que ahora que su esposa se le había adelantado en el viaje a la última morada, tenía ambas mesitas de noche ocupadas por entero con partituras. De ese modo, si en medio de una tempestad nocturna sentía la necesidad de aferrarse a alguna escucha, acudía directamente a la fuente: le bastaba con estirar alguno de sus largos brazos para precipitarse sobre cualquiera de las grandes obras a cuyo estudio y difusión había empeñado la mayor parte de su provechosa vida.

A Gena Rowlands, la gran actriz norteamericana que acaba de despedirse hace unos días, le sucedía algo similar. Como también sugirió el inmenso Marcello Mastroianni, ella nunca volvía e ver las películas en las que había participado. Cuando deseaba evocar algún momento específico de un rodaje, una persona, un diálogo, una anécdota o cualquier instante particular, le bastaba con cerrar los ojos para que acudieran en tropel a su memoria un montón de imágenes asociadas con sus recuerdos. Es el privilegio concedido a quienes han construido vidas apasionantes, nunca exentas de fracasos, sinsabores y desgracias pero maquillados por la evocación de sutiles logros vedados para la mayoría.

El éxito del 'El diario de Noah' popularizó a la actriz

E imagino por mi cuenta que la Rowlands, a la hora de rememorar, elegiría sobre todo regresar a la parte central de su filmografía: ni a los pequeños peldaños que afianzaron su incipiente carrera en películas hoy poco señaladas ni al éxito inesperado que la consagró entre el público mayoritario, ya en las postrimerías de su periplo, aquel «Diario de Noah» que en muchas partes parece evocarse ahora, en el tiempo de algunos obituarios apresurados, como su mayor logro, el más duradero.

Seguramente su primer marido, John Cassavetes, se encuentre ahora mismo ante ella reprochándole el descuido: sus discusiones podían ser épicas, pero todo quedaba zanjado cuando se trataba de crear juntos; la obra matizaba el drama doméstico. «¡Fíjate, toda una vida empeñándonos en trabajos despreciables para costear con inmensos sacrificios personales nuestras maravillosas películas y ahora la gente te recuerda solo como la Allie mayor!». «Sí», le habrá contestado ella seguramente, «pero no te olvides de que ese filme que tú tanto desprecias lo rodó nuestro Nick, que posee mucho de tu talento» («El diario de Noah» lo hizo Rowlands bajo la guía de Nick Cassavetes, uno de los tres hijos de la pareja).

John Cassavettes y Gena Rowlands

John Cassavettes y Gena Rowlands

Y claro, resultaría imperdonable quedarse solo con la anécdota de su Allie, que ya padecía ese mismo Alzheimer que más tarde acabaría cebándose con ella misma, sin recordar algunas de su máximas interpretaciones, que la convirtieron en una suerte de Meryl Streep de la intelectualidad, una actriz de magnética presencia, capaz de sumergirse sin subterfugios en los abismos del alma humana para devolvernos retratos intensos e íntimos, seguramente incómodos por lo que revelan acerca de nuestras propias debilidades y miserias, pero por eso mismo profundamente cercanos a pesar de resultar perturbadores.

'Una mujer bajo la influencia', logro mayor de la pareja

No hace mucho pude volver a apreciar, en una madrugada de insomnio, una de aquellas libérrimas colaboraciones entre marido y mujer, aclamadas como imprescindibles obras de arte, entre las más glosadas, Una mujer bajo la influencia. Aquel reciente visionado se demoró en varias posteriores etapas, porque el sueño finalmente se personó coincidiendo con alguna de las secuencias fruto del peculiar modo de trabajo del director Cassavetes, que concedía demasiada relevancia a la improvisación, extendidas más de la cuenta, sin que a veces la tensión acumulada llegue a resolverse en un tiempo razonable. Por fortuna, leo que Pauline Kael, la gran crítica norteamericana, opinaba lo mismo.

Maria Callas y Pier Paolo Pasolini en 1970

Maria Callas y Pier Paolo Pasolini en 1970GTRES

Pero al prestigioso cineasta neoyorquino le pasaba un poco como a otro maestro de sus personales elucubraciones, el suizo Godard, que en medio del caos podía emerger de pronto el fogonazo genial, distintivo del autor, cuyo subrayado, idea, imagen podía valer por el resto de todas las películas de otros insulsos, más afamados directores. En Una mujer bajo la influencia, como en varios de los filmes de Cassavetes, ocurre que cuando aparece Peter Falk uno echa inmediatamente en falta la gabardina de Colombo, y que se ponga a investigar con su aparente indolencia, teñida de sagacidad, cualquier suceso. Pero sobre todas las cosas, brilla la presencia de aquella soberbia actriz, capaz de agitar e incorporar con un solo gesto, una mínima mirada, el volcán interno de todas las iniquidades, frustraciones, incomprensiones y soledades sobre las que, gota a gota, se ha ido conformando su locura.

La inevitable conexión con otra legendaria intérprete, Maria Callas

Retornando a ver Una mujer… resulta imprescindible vincular la labor de Gena Rowlands con aquella otra que, en un ámbito diferente de la interpretación, menos plebeyo, llevó a cabo la gran Maria Callas. La soprano neoyorquina exhumó del baúl de los recuerdos una serie de personajes femeninos que vinculan perfectamente a las trágicas heroínas belcantistas con el retrato de mujer atormentada que Cassavetes logra transmitir a través de la meticulosa, pero a la vez naturalista, encarnación que construye su esposa de aquella época en la vida real.

De un modo singular, a través tanto de la caracterización que la Callas servía de la protagonista Lucia di Lammermoor, como de la propia que Gena Rowlands traza de la razón de ser de su personaje más logrado, se podría apreciar la conexión esencial que existe entre un compositor de la primera mitad del siglo XIX, Gaetano Donizetti (seguramente considerado como conservador por quienes se quedan solo en la espuma de la música), y uno de los más radicales realizadores del siglo XX en Norteamérica, John Cassavetes.

La heroína de 'Lucia di Lammermoor' y la modernidad de Donizzetti

Por eso a veces resultan tan pueriles los intentos de ciertos directores de escena contemporáneos por «modernizar» los títulos operísticos mediante cambios de época que solo pocas veces (se requiere de inteligencias sólidamente acreditadas, comprensivas del espíritu de la obra) resultan acertados. Normalmente lo que ellos pretenden subrayar, ya lo hace por sus propios medios, a través de una obra completamente nueva, Cassavetes, por ejemplo. Pero la modernidad del personaje creado más de un siglo antes por Donizetti y su libretista, el escritor Salvatore Cammarano, precisamente consiste en que podamos apreciar que la realidad de su tiempo podía resultar tan cruel y opresiva para una buena hija de familia venida a menos (Lucia) que para esa otra fémina de clase trabajadora, empeñada inútilmente en salvar del naufragio un matrimonio que representaba todo lo contrario de la idea que ella misma se había trazado para su vida.

No es preciso cambiar de ropajes, si no simplemente encontrar a las intérpretes adecuadas, capaces de indagar en la naturaleza de sus propias heridas y mostrar sus consecuencias sin tapujos. Las causas fundamentales de las perversidades que asfixiaban a estas mujeres, en algunos casos hasta hacerles perder la razón como única vía de escape, no han variado tanto pese a que ahora exista la extendida creencia, en su día proclamada por Bob Dylan, según la cual «The times they are changing».

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