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Donald Trump, durante un mitin electoral

Donald Trump, durante un mitin electoralEfe

Trump prepara la vuelta de empresas estadounidenses y aspira a robárselas a China, México y Europa

El 3 de enero de 2017 cayó la primera bomba. Apenas faltaban 17 días para la primera investidura de Donald Trump cuando el gigante estadounidense Ford anunciaba la cancelación del proyecto para construir una gran fábrica en México. La planta, cuestionada por el republicano durante la campaña como ejemplo de la deslocalización de las empresas norteamericanas, iba a suponer una inversión de 1.600 millones de dólares.

Ante la amenaza de sufrir un arancel del 35 % a la importación de coches desde México, el gigante de Detroit acabó destinando el dinero a ampliar sus instalaciones en Flat Rock, Carolina del Norte. Pese a que afirmó que la decisión tenía que ver con una caída «dramática» de la demanda de automóviles pequeños, precisamente los que iba a producir en México, el entonces presidente ejecutivo de Ford, Mark Fields, añadió: «Vemos un ambiente de negocios más favorable en Estados Unidos bajo el presidente electo Trump».

Casi ocho años después, México es el primer socio comercial de EE. UU., con más de 426.000 millones de dólares (400.000 en euros) de mercancías intercambiadas entre ambos países en 2023, año en el que EE. UU. importó 2,2 millones de vehículos. Y en el horizonte flota de nuevo la amenaza de Trump de imponer aranceles al país, del 25 %, si no logra controlar la inmigración ilegal a su vecino del norte. «Y si eso no funciona, lo subo a un 50 % y si tampoco funciona a un 75 %», dijo el presidente electo en campaña. «Después, lo subiré a un 100 %», añadió.

Trump ha hecho bandera de la economía durante la campaña, logrando con ello derrotar a la demócrata Kamala Harris. Y aboga, además de por desregular el sector financiero, por establecer un arancel del 10 % a todos los productos importados a EE. UU. desde el resto del mundo. En el caso de China, con quien ya inició una guerra comercial durante su primera legislatura, se incrementaría hasta el 60 %. Todo ello combinado con una rebaja del impuesto de sociedades hasta el 15 % a las empresas que recuperen producción en EE. UU. La gran pregunta es: ¿Hará esto que vuelvan las empresas que deslocalizaron su producción para rebajar costes?

«Aún no hay suficiente información práctica de detalle como para poder hacer una valoración seria sobre la futura política comercial que va a poner en práctica la Administración Trump. Solo hay anuncios realizados en campaña electoral y muchos de ellos contradictorios entre sí», explican a El Debate fuentes empresariales, que abogan por esperar a que el nuevo mandatario tome posesión, el próximo enero.

Durante su primera legislatura, Trump ya rebajó el impuesto de Sociedades del 35 al 21 %. El movimiento de retorno empresarial, conocido como reshoring, es una suerte de desglobalización que ya arrancó durante el primer gobierno de Trump. Según la Reshoring Initiative más de 6.400 empresas manufactureras han retornado a EE. UU. desde 2010, generando 1.765.000 empleos en el país. «La era de la deslocalización de empleos estadounidenses ha terminado», llegó a proclamar Robert E. Lighthizer, entonces representante comercial de la administración Trump, en un artículo de The New York Times.

«Es evidente que si baja Sociedades y se promociona la producción en Estados Unidos, mediante mecanismos ortodoxos como los aranceles o por cualquier otro que se invente Trump, las empresas que externalizaron su producción a China volverán a Estados Unidos», considera Rafael Pampillón, doctor en Economía y profesor en el IE Business School y en la Universidad CEU San Pablo. «Pero también empresas europeas que ahora exportan a Estados Unidos a lo mejor se plantean producir allí. Por ejemplo, alguna almazara, planta de medicamentos o incluso alguna refinería», asegura.

Si se baja Sociedades y se promociona la producción en EE.UU., es evidente que las empresas volveránRafael PampillónDoctor en Economía y profesor en el IE y la CEU San Pablo

EE. UU. es el segundo destino de las exportaciones de la UE, representando un 12 % de las mismas (27.200 millones de euros), pese al giro producido en las relaciones comerciales entre ambos países durante la primera administración Trump. Además, es el cuarto país de origen de las importaciones agrícolas a los Veintisiete, de las que supone un 7 % (11.700 millones), un 4 % menos que el año anterior por el descenso en la llegada de frutas, cereales y productos no comestibles.

En su primera etapa en la Casa Blanca, Trump suspendió las negociaciones para crear la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (ATCI). También impuso contramedidas arancelarias al respaldar una reclamación de la era Bush sobre ayudas de Estado a Airbus (que la Organización Mundial de Comercio ha pedido eliminar en varias ocasiones al considerarlos ilegales) al acero, el aluminio y la aceituna negra española.

Solo este último, que la administración Biden mantuvo, ha supuesto a los productores españoles cerca de 300 millones de euros desde 2018. Estados Unidos es el sexto país para las exportaciones españolas, con unos 18.900 millones de euros anuales, según el Icex. Destacan sectores como los bienes de equipo o las semimanufacturas, además de la alimentación.

«Va a pisar el acelerador»

«En sus primeros cuatro años Trump ha aprendido cómo funciona la administración estadounidense. Va a pisar el acelerador porque sabe cómo funciona y tiene además el control de ambas cámaras. Si no se pasa con los aranceles, va a haber muchas empresas interesadas (en volver)», explica el economista José Ramón Riera, que cuenta con experiencia en la sala de máquinas de varias compañías estadounidenses.

Riera y Pampillón avisan de que los aranceles pueden ser más un arma negociadora que una posibilidad real, a excepción de los prometidos a China. Las empresas de todo el mundo, en particular las chinas, están tomándoselos en serio, como demuestran los datos más recientes de la balanza comercial de China. «Las empresas chinas están acaparando producto antes de que llegue Trump y están disparando las importaciones», comenta Pampillón. «Empresas de China se deslocalizarán a países del entorno, como Malasia, para evitar ese arancel del 60 %».

Esta semana, los líderes europeos han tratado de poner una venda antes de la herida al abogar, durante su reunión en Budapest, por subsanar «con carácter de urgencia» el déficit de innovación y productividad del bloque, «tanto frente a nuestros competidores mundiales como dentro de la UE». En la misma cita llamó la atención las declaraciones de la presidenta de la Comisión, Úrsula von der Leyen, que pese a haber impulsado la agenda ecologista en el continente —apostando, por ejemplo, por fuertes limitaciones a la venta de vehículos contaminantes hasta su fin en 2035— abogó por comprar gas licuado americano. «Todavía compramos mucho a Rusia, ¿por qué no reemplazarlo por GNL americano, que es más barato y reduce el precio de la energía?», se preguntó en una rueda de prensa

Todavía compramos mucho gas a Rusia, ¿por qué no reemplazarlo por GNL americano, que es más barato?Úrsula von der LeyenPresidenta de la Comisión Europea

«El problema para Europa es que no hay un negociador fuerte que pueda sentarse con Trump», considera Riera. «No sé si pondrá un arancel del 10 % general o sectorizado. Lo que sí va a hacer es subir del 1 al 2 % la financiación a la OTAN, que son muchos millones, 170.000 extra», afirma. Y España, añade, «lo tiene mal. Ya lo tenía con Biden por salirse del carril con Israel. Y la visita inoportuna de Sánchez a China no ha gustado nada en círculos que asesoran a Trump, como la Heritage Foundation».

«El único freno de la economía americana, que ya quisiéramos en Europa, es el bajo nivel de paro, que supone un obstáculo para que las compañías encuentren trabajadores. El homeland security debería rebajar sus requisitos para la llegada de trabajadores legales. Ya lo hizo en la primera legislatura de Trump, pero entonces solo para los que cobraban más de 150.000 dólares, que es mucho», añade Riera. Por este motivo, anticipa, Trump «fomentará la inmigración, pero legal».

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