Juan Nieto

Juan NietoSamira Ouf Calero

Juan Nieto del Río, director general de Econatur

«Desarrollamos conceptos que, años más tarde, Europa ha terminado regulando»

La empresa de biotecnología vegetal, ubicada en La Carlota, cumple 25 años

Esta es la historia de 25 años de perseverancia. Una resistencia contra viento y marea, que se puede traducir aquí en términos políticos, familiares o financieros, y sobre todo en la inconformidad de un hombre que no quiso acomodarse. Porque si Juan Nieto del Río (La Rambla, Córdoba, 1965) hubiera optado por la comodidad que su formación académica y su capacidad de trabajo le ofrecían, hoy seguramente no estaríamos hablando de una empresa que factura 15 millones de euros (que son 60 en realidad junto a Live Plant, donde están integrados) y que ha sido pionera en la denominada ‘química verde’, tan necesaria hoy en día en la agricultura y en otros sectores.

Econatur tiene otra característica similar a la resistencia del pueblo galo de Astérix: está en La Carlota y ahí quiere quedarse. Cuando los políticos ahora hablan de fijación al territorio, desde Econatur ya lo tenían decidido hace veinticinco años, que son los que ahora celebran, además del reciente galardón de los premios Felipe González de Canales a la innovación que les entregaron el pasado viernes.

Juan abre las instalaciones de su empresa a La Voz de Córdoba.Hay materiales y tecnología que no la tienen en las universidades más próximas geográficamente hablando. Aquí se investiga y se produce. Y se abren caminos que parecían cerrados. Es lo que suele ocurrir cuando no se tira la toalla.

Juan Nieto, frente a las instalaciones de Econatur

Juan Nieto, frente a las instalaciones de EconaturSamira Ouf Calero

- Usted es químico, pero también emprendedor. ¿Cómo nació esa vocación por la empresa?

- Mira, te voy a contar un poco la historia previa al inicio de la actividad de Econatur, porque es importante para entender el contexto. Puede que, en aquel momento, alguien lo viera como una visión empresarial o social. Pero también puede que uno fuera consciente de un compromiso, de una necesidad con nosotros mismos y con la sociedad. Y eso fue exactamente lo que me pasó. Empecé la actividad empresarial por compromiso: con nosotros, con la sociedad, con nuestra gente cercana, la familia, los amigos, y por supuesto, a nivel general.

Estudié química y durante esos años hice prácticamente de todo. Al final de los estudios, trabajé en laboratorios analíticos, para conocer lo que era la actividad de laboratorio como base fundamental. Luego tuve la suerte de entrar como alto directivo en una multinacional, después de años buscando trabajo, porque tenía muy claro que no quería seguir el camino de la mayoría, que era ser profesor o funcionario. De mi promoción, éramos unos 25 compañeros y 24 se dedicaron a la enseñanza. Yo no quería eso.

Estuve varios años sin trabajo, hasta que encontré la oportunidad de entrar como directivo en una multinacional francesa, Lafarge, que había comprado Asland, en Córdoba. Esta empresa quería renovar las cúpulas directivas de Asland en España, que era una empresa muy tradicional. Contrataron a perfiles jóvenes, y yo tuve la suerte de ser uno de ellos. Entramos siete u ocho personas del mismo perfil, y fue una lotería, porque encontrar un trabajo así para un químico era extraordinario.

Este puesto no solo cubría mi necesidad de desarrollo profesional, sino que me daba la oportunidad de trabajar en algo que me gustaba: la gestión y dirección de una compañía. Estuve allí unos seis o siete años, y desde el principio tuve claro que me encantaba el trabajo. Pero también tenía claro que quería estar en Andalucía, cerca de mi familia, porque mi mujer era funcionaria y no veía futuro estando lejos de casa.

Además, veía muchas posibilidades de montar mi propia empresa, simplemente para ganarme la vida. Pensé: «Puedo hacer cosas, puedo dar servicio a otras empresas». Lo tenía claro. Y lo que me condicionaba era que, habiendo estudiado química y sabiendo lo trascendental que ha sido en mejorar nuestra calidad de vida, había cosas que no se estaban gestionando bien.

- Y es cuando a usted le sucede algo, tiene una experiencia que marca su futuro.

- Así es. No he contado esto hasta hace unos años, pero cada vez que tengo oportunidad lo cuento. Fue en una excursión de fin de semana al pantano de Iznájar con unos amigos. Llegamos, montamos la tienda de campaña y me fui a dar un paseo para conocer el pantano, porque nunca había estado allí. Al llegar a la cabecera del pantano, lo que me encontré fue increíble: cientos o miles de envases de fitosanitarios flotando en la superficie del agua, justo en la salida donde se recoge para el agua potable. Me quedé alucinado.

Le pregunté a un operario si pensaban retirar esos envases, y me miró como si yo fuera tonto o viniera de otro mundo. Me quedé impactado. Lo primero que pensé fue: «A partir de ahora no voy a beber más agua del grifo». Cuando llegué a casa, se lo dije a mi padre, y me respondió: «¿Y de dónde vamos a beber entonces?». Le dije que había que buscar agua mineral, pero en esos años no había agua embotellada como hoy. Busqué y encontré unas pocas botellas de vidrio de Solares, que se vendían solo para bebés con problemas gastrointestinales.

Aparte de intentar no beber agua del grifo, yo en esos años estaba colaborando con dos equipos de investigación: uno de química analítica y otro en medio ambiente. Propuse a un catedrático muy reconocido, Miguel Alcácer, si podíamos hacer algún tipo de análisis en el agua del pantano. Montamos una técnica analítica para identificar los residuos de fitosanitarios que se usaban en los olivos, que rodean el pantano. Los resultados fueron impactantes.

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Juan NietoSamira Ouf Calero

Llevé el informe a la Consejería de Salud en Sevilla, y ¿sabéis lo que me dijeron? «Ahí está la puerta». Ni lo quisieron coger. Esa indiferencia, unida a la preocupación que ya tenía por ver casos de cáncer en gente cercana, me afectó mucho. Ver a un niño con cáncer me hundía, y en aquellos años hubo muchos casos en la zona que me condicionaron profundamente.

- De manera resumida, lo que usted plantea es que los elementos químicos en la agricultura deberían sustituirse por alternativas más naturales y seguras.

- Exactamente. Viendo esa situación, pensé: «¿Qué se puede hacer?». No defiendo que no se utilice la química, porque es necesaria. Cuando nos enfermamos, necesitamos fármacos. Y cuando nos sentamos a comer, necesitamos alimentos, y prefiero morir de una enfermedad antes que morir de hambre. Lo que defiendo es que la tecnología debe evolucionar según las necesidades del presente. Y en aquellos años, aunque no era tan evidente, ya había que empezar a trabajar en ello.

No se trata de poner a la química como algo malo. No, no somos malos, pero hay que evolucionar. Las tecnologías deben tener en cuenta estos aspectos y desarrollar productos que no generen esos efectos residuales negativos. Y ese fue mi interés: encontrar una solución. No quería alarmar a nadie, solo quería ser precavido. Porque no podemos dejar de comer ni de beber, pero sí podemos buscar maneras de reducir los riesgos.

Lo que defiendo es que la tecnología debe evolucionar según las necesidades del presente. Y en aquellos años, aunque no era tan evidente, ya había que empezar a trabajar en ello.

Pensando en qué se podía hacer, decidí explorar la posibilidad de usar productos naturales, lo que hoy llamamos «química verde». La diferencia con los productos químicos de síntesis es que los naturales no se bioacumulan en el cuerpo. Eso significa que evitamos problemas de salud graves a largo plazo. Sin embargo, es un reto competir con productos industriales que se fabrican en masa, mientras nosotros tenemos que buscar fuentes naturales.

- Comparten un terreno de juego en el que están las multinacionales. ¿Cómo se compite desde La Carlota contra ellas?

- Otro riesgo importante era que el sector químico, a nivel mundial, estaba dominado por multinacionales. Los principales desarrollos químicos que conocemos, incluyendo los fármacos más importantes, han sido gracias a estas empresas. Competir con ellas es complicado, porque te pueden ver como un posible aliado, si compartes sus intereses, o como un enemigo si tus objetivos no coinciden con los suyos. Y pelear contra esas multinacionales y los lobbies que generan a nivel global es, prácticamente, una misión imposible. Estabas condenado, a no ser que te vieran como alguien inofensivo o como alguien con ideas que podían ser útiles para el futuro. Si decidían que no eras relevante, simplemente te ignoraban.

- Sin embargo, Econatur tiene delegaciones en México, Perú y Marruecos.

- Lo que ha ocurrido es que, cuando eres pequeño, te dejan tranquilo porque no les importas. Pero en el momento en que empiezas a hacerte notar, te intentan quitar del medio. Esa era mi expectativa en aquellos años: que el proyecto durara solo unos años, o bien porque no vendíamos nada, o porque nos eliminarían los lobbies. Tenía claro que esto no iba a llegar muy lejos, entre otras cosas porque dudaba de que pudiéramos crear algo vendible y competitivo, sin recursos, sin medios. Pero decidí intentarlo, con motivación y ganas, aunque con la sensación de que el proyecto podría desaparecer pronto.

No tenía miedo porque en aquel entonces era joven y sabía que, si todo salía mal, podría buscarme la vida de otra manera. Pero hubo una suerte inesperada: empecé a desarrollar productos basados en fuentes fitoquímicas naturales para la agricultura. Al principio, cuando hablaba de agricultura ecológica, el sector lo despreciaba. No vendimos nada durante seis o siete años. Así que viví dando servicios a otras empresas: consultoría, implantación de sistemas de gestión ambiental, análisis de laboratorio, prevención de riesgos. Hice de todo, y me ganaba la vida con eso.

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- Luego llegó otro momento crucial para usted y su empresa.

- Sí, entre 2005 y 2007 ocurrió algo que cambió las reglas del juego. Greenpeace, que había sido mi organización hasta hace unos años, hizo un análisis de la sangre de varios eurodiputados y encontraron de todo: fitosanitarios, químicos de todo tipo. Los eurodiputados se asustaron y empezaron a legislar en contra de los productos químicos. A partir de ese momento, se aprobó un reglamento europeo que exige que cualquier productor de químicos, antes de obtener una licencia para comercializarlos, demuestre que no tienen efectos negativos para la salud o el medio ambiente. Esto es prácticamente imposible de demostrar, lo que empezó a cerrar el mercado a muchos productos químicos.

En esos años se promovió mucho la agricultura ecológica en Europa, y se prohibieron ciertos productos químicos que las multinacionales comercializaban. Eso dejó un vacío en el mercado que nosotros supimos aprovechar. Fuimos de los primeros en Europa en tener productos que encajaban con las nuevas normativas, y eso nos permitió empezar a vender cuando nadie más lo hacía. Al final, los productos que antes no se vendían comenzaron a tener demanda y la agricultura ecológica se potenció. Esto nos permitió crecer y competir.

Hoy, el sector auxiliar en el que estamos es una potencia mundial, y fuimos nosotros quienes empezamos todo esto en España. Ahora hay unas 700 empresas como Econatur en el país, muchas de ellas se han desarrollado imitando nuestro modelo. Ese ha sido nuestro gran mérito: resistir en condiciones difíciles, encontrar el encaje en el mercado y estar preparados para competir e invertir cuando era necesario.

- Entonces lo suyo ha sido una difícil carrera de fondo, y muy solitaria, ¿no?

- Totalmente. Comenzamos sin ningún tipo de apoyo. Los políticos nos miraban mal en aquellos años, pensaban que intentábamos engañarlos, no entendían lo que hacíamos. Estábamos completamente solos. Recuerdo haber ido a la universidad en busca de apoyo, pero siempre era a cambio de dinero por adelantado. Nos buscábamos la vida con más imaginación que otra cosa. Desarrollamos conceptos que, años más tarde, Europa terminó regulando, pero que nosotros habíamos planteado desde finales de los 90.

Quizás lo que más orgullo me da es haber resistido, y ver cómo esos mismos políticos que al principio nos trataban como fraudulentos, hoy vienen a hacerse fotos con nosotros. Ese es el gran mérito: haber aguantado y haber estado en el lugar correcto cuando llegó el momento.

- 25 años, siete patentes, y más de 150 productos. Pero lo que más lo satisface es haber resistido.

- Sí, sin duda. Lo que más me enorgullece es haber tenido la claridad para decir: «Quiero vivir en mi tierra, quiero buscarme la vida aquí». En esos años, en Andalucía, con formación universitaria en ciencias, no había muchas oportunidades. Pero no tuve miedo, me busqué la vida y aguanté en mi idea y en mi proyecto, sin grandes aspiraciones de montar una gran empresa. Lo que ha venido después ha sido consecuencia de todo eso, pero mi interés siempre fue crear algo que me permitiera vivir cómodamente y cerca de mi gente.

- ¿Siempre tuvo claro que quería quedarse, o hubo tentaciones de marcharse?

- Las tentaciones de marcharme surgieron cuando la familia también se puso en contra. Hubo un momento en que la situación era insostenible. Mi padre, por ejemplo, dejó de hablarme durante un par de años porque dejé mi antiguo trabajo. Y eso duele. Dos años después, mi antigua empresa me llamó para ofrecerme un puesto en Andalucía, pero yo ya estaba en medio de mi proyecto, con problemas financieros y trabajando 15 o 20 horas diarias. La presión familiar y económica era enorme, pero decidí seguir adelante. ¿Estoy contento con la decisión? Sí, pero también sé que, si hubiera vuelto, habría sido feliz en ese trabajo y me habría ido bien.

- ¿Cómo se manejan en los mercados exteriores?

- La verdad es que es algo de muchísima exigencia. Nuestro sector es muy complejo, y encontrar coincidencias de intereses con clientes internacionales no es fácil. Las regulaciones a nivel internacional son muy estrictas, y la preparación para la venta en mercados exteriores implica años de inversión, esfuerzo y preparación. Conseguir hacer la primera venta ya es complicado, pero mantenerla lo es aún más, sobre todo porque muchos de los mercados en los que estamos son de países en desarrollo o desarrollados, con culturas muy diferentes. Coincidir a nivel cultural y motivar al cliente con esas diferencias sociales y culturales es un reto.

Juan Nieto

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Nosotros empezamos prácticamente en cuanto cambió la normativa europea, allá por 2005-2007, como te he dicho. Ya exportábamos a mercados importantes como México, Latinoamérica, Oriente Medio y África. Hoy es mucho más fácil porque nuestro producto ya tiene demanda y un mercado claro, pero en aquellos años, cuando comenzamos, era realmente complicado. España es hoy en día una potencia mundial en nuestro sector, con una facturación considerable a nivel internacional. De hecho, este sector podría fácilmente situarse entre los diez primeros en exportación del país. Aunque Econatur comenzó su actividad internacional desde el principio, adelantándose a las necesidades del mercado, la realidad actual de las ventas internacionales del sector se debe en gran parte a Econatur. Fuimos pioneros en esta actividad y en la exportación, abriendo el camino para el resto de España.

- ¿En qué proyectos están trabajando actualmente?

- Actualmente estamos trabajando en varios frentes. Lo que queremos ahora es seguir desarrollando una tecnología que hemos creado en Econatur y que nos ha permitido estar en el mercado. Esta tecnología tiene una gran capacidad de aplicación científico-técnica, y consiste en un concepto de producto completamente novedoso. No solo ayuda a producir más y mejor, bajo los condicionantes de sostenibilidad y salubridad que nos hemos autoimpuesto en la empresa, sino que también ofrece soluciones en aquellos casos donde la química tradicional ya no lo hace. Nuestro objetivo es optimizar la tecnología existente, usarla de manera controlada y reducir su impacto.

Este concepto lo empezamos a desarrollar a finales de los 90 y fue pionero. De hecho, lo que hoy se conoce como la normativa de bioestimulantes en Europa, que se regula desde 2015, ya lo habíamos definido nosotros hace mucho tiempo. Desarrollamos una tecnología muy potente que permite que la planta sea más resistente, algo parecido a una vitamina para las plantas. Esta tecnología ha sido clave para mejorar el uso de las técnicas tradicionales, reduciendo riesgos, y seguimos aplicándola hoy en día.

Además, hemos buscado nuestras propias fuentes de suministro para los fitoquímicos que usamos en esta tecnología. Recientemente abrimos una industria junto a Dcoop llamada Naturfenolive , donde producimos materias primas a partir de residuos de la industria olivarera, como el encurtido de aceituna, para obtener esos fitoquímicos. Estamos haciendo lo mismo con otra empresa española importante que produce subtropicales; a partir del hueso del aguacate obtenemos otros fitoquímicos de interés.

Estamos también desarrollando productos microbiológicos y, para ello, entramos en el accionariado de una empresa cordobesa llamada Agrogenia Biotech. Son especialistas en fermentos microbianos y metabolitos de bacterias que tienen una gran aplicabilidad en la producción agrícola, sin problemas de bioacumulación. Llevábamos ya tres o cuatro años trabajando en esta línea y, en lugar de montar nuestra propia instalación, decidimos unirnos a ellos, lo que nos permite aumentar nuestra capacidad de producción.

Aparte de eso, estamos cerrando acuerdos con multinacionales que buscan ampliar su portafolio con productos de biocontrol y bioestimulación como los nuestros, lo que nos permitirá un salto importante en capacidad productiva y ventas.

En cuanto a nuevos proyectos, estamos trabajando también en líneas nuevas a nivel metabolómico y genético, con herramientas similares a las que se utilizan en las vacunas del COVID, pero aplicadas a la producción agrícola. Aunque en Europa todavía no están reguladas, en Estados Unidos sí, y estamos abriendo una filial allí.

También estamos muy activos en la digitalización de la producción agrícola, para alinear nuestros productos con las nuevas tecnologías disponibles en la gestión agronómica.

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- ¿Cómo están afrontando el crecimiento internacional?

- A nivel internacional hemos abierto filiales en China, y estamos explorando abrir también en Australia y Estados Unidos. Las perspectivas de crecimiento internacional para los próximos años son muy ambiciosas. La capacidad industrial que tenemos es casi ilimitada con las instalaciones que hemos desarrollado aquí. Con pequeñas inversiones podemos aumentar enormemente nuestra capacidad. Además, en cuanto a innovación, nuestras instalaciones son punteras a nivel mundial en fitoquímica y microbiología.

Uno de nuestros objetivos es ampliar y modernizar constantemente estas instalaciones, no solo para mantenernos a la vanguardia en innovación, sino también como una estrategia a largo plazo para consolidarnos como la empresa con mayor capacidad innovadora en nuestro sector. Sin embargo, algo que me disgusta bastante es que, a nivel local en Córdoba, tenemos poco atractivo para atraer talento profesional. Las universidades aquí, como la de Córdoba, apenas nos conocen. Y esa es la realidad.

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