Dicen que no va a llover
El estado de alarma se ha instalado entre nosotros. Es como la letanía perpetua de las plañideras sobre el difunto, aunque ahora el cadáver sea el de una sociedad que agoniza en una terminología vacua de sostenibilidades, inclusiones y taras ambientales de toda índole y condición.
Negarlo tiene un doble pecado para el sistema: ir contra sus dogmas y arriesgarse a la cancelación. Por eso, si uno no quiere problemas o se calla, o asiente, o afirma afanoso que el ser humano debe -prácticamente- extinguirse, porque ha roto al planeta. El clima ha cambiado y por culpa del hombre, como la glaciación anterior a la era industrial.
Por eso, cuando uno ve el tiempo todo son récords, nada es normal para la época del año y en los mapas lo que antes servía se queda corto (antes lo malo era lo rojo y ahora es morado tirando a negro). Todo por culpa nuestra, por poner el aire acondicionado cuando hace calor y la calefacción con el frío. Y tampoco se puede hacer candela, para este último caso, porque aumenta la huella de carbono; ni echarse agua en verano porque hay poca. No quedan alternativas a una cercana extinción a la que llegaremos asados de calor, ateridos de frío y sucios porque no hay agua para lavarse. O sea, antes de morir oleremos a cadáver sin serlo aun, pero salvaremos al planeta de nosotros para que vuelvan los dinosaurios.
Las señales están ahí. Climáticas, por supuesto. Por ejemplo, ahora dicen que no llueve como antes en Andalucía, como si hace seis décadas fuéramos Galicia y aquí salía el sol siete días al año y tirando por arriba; como si la sequía no hubiera existido en el 95 o en la postguerra y así atrás en el tiempo.
Pero la historia se escribe ahora y el agua es, en el caso de Córdoba, el nuevo axioma que utilizar para seguir enredando. Así, mientras 80.000 personas en el Norte de la provincia no pueden beber el agua del grifo, los mismos políticos socialistas y comunistas que no quisieron ver y solucionar el problema, ahora lo usan como arma política. La conclusión es una, pero nadie se atreve a decirla.