El colegio demoscópico
La credibilidad del CIS está por los suelos y el seguimiento de los medios de comunicación a su trabajo es en la actualidad algo anecdótico, por no decir residual
No sé porqué el Gobierno se gasta tanta pasta en mantener el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) cuando por mucho menos, casi gratis, podría obtener los mismos, o mejores, resultados. El año pasado fueron nada menos que 15,9 millones de euros los que se embolsó este organismo público que dirige el fiel Tezanos para decirle al rey desnudo que sus calzas de brocado son tan elegantes que no las hay en todo el reino.
Estos casi 16 millones de euros podrían haber tenido otro destino, claro. Si se los hubiese gastado alguien del PP ya habrían salido para decir que ese dinero lo quitan de la sanidad o de la educación. Como si lo estuviera viendo. Pero se da por bien empleado cuando, como ocurre ahora, cumple el malvado fin de distorsionar la realidad.
La coincidencia entre lo que se piensa en la calle y lo que reflejan las encuestas del CIS es excepcional, algo que no ocurre todas las décadas. Pero, en cambio, esos resultados cumplen su fin, que no es otro que poner filtros a lo que quieren que veamos los españoles. La credibilidad del CIS está por los suelos y el seguimiento de los medios de comunicación a su trabajo es en la actualidad algo anecdótico, por no decir residual.
El Gobierno de Sánchez podría ahorrarse con una fórmula muy simple esos casi 16 millones de euros que salen de los bolsillos de todos, del de usted y del mío, del padre de familia de Sestao y de la profesora de Chiclana. La receta es tan simple como mandar cada mañana a un espía del CNI a la puerta del colegio de la hija de Yolanda Díaz. Así de fácil.
La vicepresidenta del Ejecutivo se quedó tan pancha cuando soltó que el resto de padres de este centro docente aclamaban por unanimidad la ley de amnistía, como solución a todos los males que aquejan a la sociedad española.
Yolanda Díaz ha vuelto esta semana a hacer de las suyas. Como ya la conocemos, al ver que cambia el tono de voz y encoge los ojos presagiamos lo peor. En esta ocasión ha vuelto a tomarle el pulso al colegio de su hija, al que va el taxi, un lujo que no se pueden permitir los demás padres, y se ha encontrado con el mejor análisis sobre el comportamiento de Podemos.
En esta semana en la que se cumple el décimo aniversario de esta formación, que ha día de hoy está más fracturada de un plato de Duralex caído de un quinto piso, la vicepresidenta ha cargado contra el residuo numantino de los cinco diputados morados que son la china en el zapato estrecho. Ella se ha visto legitimada por una razón muy simple en la que los demás no hemos caído: si eso lo dicen los padres del colegio de mi niña es porque lo piensa todo el mundo. Así de claro.
Los políticos deberían de dejar de perder el tiempo con tanta encuesta y tanta zarandaja y frecuentar más las puertas de los colegios, con la moleskine en la mano, para tomar nota de todo lo que se hable. Las salas de espera de la consulta del médico y las charlas en la parada de autobús ya no sirven para nada. Lo que hay que hacer es irse a la puerta de los colegios, como hace Yolanda. Y si lo hiciera José María Bellido encontraría una solución al pliego del estadio El Arcángel, por ejemplo.