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Close-up Of A Woman Rejecting Glass Of Milk At Home

El último desarrollo tecnológico es la creación de una leche de laboratorioAndrey Popov

Así se produce la leche artificial en un laboratorio

Observamos cómo en Occidente la insensatez se disemina a buen ritmo, se legisla y se protege. Y eso que no está en peligro de extinción ni es sostenible

Las noticias sobre la alta investigación alimentaria no dejan de sorprender, y vemos como muchas aportan su granito de arena a la destrucción de un sistema de vida. Ahora le toca a la leche, que parece que no gusta que sea de origen natural. Que sí, que hay alguien decidido a acabar con la vida que nos ha traído hasta aquí, a destruir el ganado y el mundo rural, a impedir que disfrutemos del lugar que nos corresponde en la naturaleza como omnívoros que somos. A romper el equilibrio originario y a quebrar el ciclo biológico, algo que nos traerá consecuencias absolutamente imprevistas en muchos sentidos, desde un deterioro de la salud hasta que las poderosas e interesadas oleadas de dislates terminen colapsando a esta sociedad. Como ha ocurrido en la historia en innumerables ocasiones, las civilizaciones declinan por problemas intrínsecos, a veces ayudadas por cuestiones externas.

Occidente sangra por apuñalarse a sí mismo. Desde otros puntos del planeta no hacen apenas esfuerzo; solo observan, imagino que ojipláticos, cómo la necedad se disemina a buen ritmo, se legisla y se protege. Y eso que no está en peligro de extinción ni es sostenible.

Detrás de todo esto hay varias cuestiones que son auténticos problemas: el primero es la consideración de los animales como si fueran personas. No lo son. Un animal, por mucho que deba ser bien tratado, no es una persona, ni todos los animales son mascotas, y ni siquiera las mascotas por encantadoras que resulten son personas. Los animalistas han llegado para ejercer la censura, y con violencia si no hay otro camino (fíjense en la agresividad contra las obras de arte, por ejemplo, por parte de los ecologistas). Y ejercen activamente la censura contra una sociedad que sí quiere comer carne auténtica y sí desea beber leche. Es llamativo, y desolador, observar cómo en las calles hay cada vez hay menos niños, pero hay señoras con carrito en el que llevan a un perro… para que no se canse. Pienso, cuando las miro, en la ñoñez que se expresa con este comportamiento, y en cuantos niños hay desasistidos, sin familia, o hijos de la guerra, y cómo podríamos ayudar a una población de personas, como nosotros, si todo ese esfuerzo, e incluso ese afecto, lo apostáramos sobre seres superiores. Por que sí, porque hay que recordar que el ser humano es un ser superior al resto de animales. El ápice de la vida en la tierra.

La segunda cuestión/problema es la evidente existencia de un plan bien trazado para destruir la ganadería. Pero además de carne, el ganado produce leche, que es uno de los productos de los que no se puede prescindir. Así que el último desarrollo tecnológico es la creación de una leche de laboratorio. Una sustancia que no procede de ningún animal, y que no es leche, pero se empeñarán en llamar leche. Eso sí, parece que es opaca y blanca.

Se elabora mediante un procedimiento bien conocido, que consiste en copiar el gen que produce la proteína de la leche. Entonces lo insertan en una levadura, del tipo de las que hacen fermentar la cerveza o el pan. Y la levadura se dispone a copiar una y otra vez la proteína animal que le ha sido insertada, hasta hacerlo innumerables veces. Después le añaden vitaminas, minerales, grasa (vegetal) y azúcar, porque claro ¡no es leche! Hay que enriquecer el líquido que se ha elaborado, darle sabor, textura, viscosidad... Y dependiendo de la instrucción que le hubieran dado al gen primitivo insertado, se obtendrán diferentes tipos de esta sustancia artificial (más o menos cremosa, por ejemplo).

Esta sustancia plantea de fondo varios problemas muy graves: el primero es que su consumo no ha sido ensayado sobre el ser humano, al contrario que la leche natural, que llevamos consumiendo al menos diez mil años, desde que se desarrolló la ganadería en el Neolítico. Y con resultados satisfactorios. El segundo problema es que se trata de una estrategia más que conduce a la quiebra del sistema alimentario que nos ha traído hasta aquí sanos, fuertes y numerosos. Estos dos peligros serían suficientes para realizar una reflexión profunda sobre esta cuestión, pero no ha habido lugar.

Ya fabrican o desarrollan este preparado diferentes compañías con ubicación en España, India, Estados Unidos, Israel y Australia (al menos). Esta nueva forma de pensar y actuar nos lleva a observar cómo hay un interés evidente por jugar a equilibristas con el orden natural. Y de paso con nuestras vidas como parte de ese ciclo, al que no seremos ajenos, aunque no consumamos sus productos. Y no se engañen, a pesar del uso hasta el aburrimiento del apellido sostenible, en este movimiento no es la naturaleza lo que importa. A pesar de las amables palabras del bien estudiado marketing, tampoco importa la población, ni siquiera usted, ni yo, por supuesto.

Porque esto no es el futuro, se trata de un presente que está aquí ya; muchos harán de conejillos de indias, en primer lugar en Singapur, Estados Unidos e Israel, donde ya se comercializan estas bebidas (no las llamaré leche). Después la ola nos alcanzará.

La preocupación por que una población consuma alegremente una batería de productos que rompen el ciclo vital que hemos tenido hasta la actualidad, no es banal. Y no se trata de negar el progreso, sino de ponerlo a nuestro favor. En esta jugada se están desmoronando las opciones para la supervivencia del mundo rural, para la ganadería, para una alimentación basada en un ciclo natural, cuya última base son el sol y la tierra. La ruptura de un mundo que ha vivido vinculado a su propia naturaleza y ajustado a sus implacables leyes. Todavía no sabemos si las carnes y las leches que se fabrican en laboratorios mejorarán al ser humano o acabarán por destruirlo. Este nuevo movimiento que no carece de intereses ideológicos y económicos, y que trata de instalar a esta sociedad en el absurdo ha llegado para quedarse. Porque ¿quién se atreve a levantar la mano para expulsarlo de nuestras vidas? Agárrense, porque esto no ha hecho más que empezar.

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