Vete de mi parte
De Tira do Cordel a Landa: viaje a los mejores manjares de España
España posee un abanico de lugares en los que detenerse y sentir el embrujo de un país al que le gusta comer y comer bien
Hoy me apetece viajar por España al encuentro de esos restaurantes, tabernas y casas de comidas que por algún motivo me han impactado y se han convertido en mis favoritos a la hora de elegir una ruta gastronómica personal. Algunos me gustan por su comida, otros por su ubicación, algunos por su trato y hasta hay algunos que me gustan por su entorno, pero todos tienen algo en común, son lugares a los que recomiendo ir porque no van a defraudarles nunca.
Empezaré por mi tierra y lo haré en O Grove, ese lugar idílico de las Rías Baixas donde D'Berto me servirá un bogavante frito que se ha convertido en un plato icónico entre sus clientes. Luego, me voy a Finisterre, para visitar Tira Do Cordel y volver a probar su lubina majestuosa. Sigo hasta Santiago de Compostela y en El gato negro me zampo una buena ración de su hígado encebollado único en Santiago y en el mundo.
Me apetece también compartir una ración de cabra guisada con Manolo García en su Don Quijote. Viajo hasta La Coruña para probar la tortilla de Crispi en Tira do playa o la carne asada del Mirador del Madrileño o el gran salpicón del Refugio. Y no me olvido de Padrón y del pulpo auténtico de Pulpería Rial, del guiso de fideos con almejas de Casa Ramallo o de la lamprea del Chef Rivera.
Dejo Galicia y me voy a Prendes, en Asturias, para que me sirvan una fabada fastuosa en Casa Gerardo. Abandono el Norte y me dirijo a Madrid, hago un alto en El pimiento verde para saborear su excelente Sapito, pido en el Txistu sus riquísimas cocochas al pilpil, sigo hasta Casa Lucio para caer rendido ante sus famosos huevos y termino en Burela con una centolla llena de vida y sabor.
Me acerco a Salamanca y en el Mesón de Gonzalo me sirven el mejor jamón de mi vida. El viaje me lleva hasta Torrecaballeros, en Segovia, y allí el gran Goyo, en La portada de mediodía, me prepara un cabrito excelso para seguir camino hasta Burgos, al Mesón Landa, con esos huevos fritos con morcilla siempre inolvidables.
Cuando llego a Alicante, me voy al Nou Manolín y aparece uno de esos arroces de lujo que triunfan por aquellas tierras. Mi ruta gastronómica me lleva hasta Murcia, no quiero perderme el festival de verduras del Rincón de Pepe. Y sin tiempo para el descanso, llego a Andalucía y me voy directamente a Marbella a pedir pescaito frito en Altamirano, a buscar el famoso hígado y otros manjares de La tirana.
Y ya que estoy por allí, me acerco a Málaga y me quedo en el Pimpi con toda la magia malagueña y andaluza del buen tapeo. Muy cerca de todo, en el Conil de los grandes atardeceres, El timón de Roche me prepara un atún de calidad extra y recupero fuerzas para llegar hasta Sevilla y entrar en la Taberna Morales y pedir lo que hay que pedir, una buena pringá sevillana que quita el sentido. De Sevilla voy a Cáceres, a sentarme en Atrio dispuesto a disfrutar de un menú degustación irrepetible. Me falta una visita a Barcelona, no quiero dejar este comentario sin hablar de los Canelones del 7 portes, un reducto puramente catalán donde comer es otra cosa.
Es un viaje incompleto, faltan muchos lugares, muchos restaurantes, muchas casas de comidas que podrían estar en mi lista de favoritos, pero siempre hay una segunda o tercera oportunidad de seguir viajando al encuentro del olor y el sabor de los mejores manjares, porque España es así, múltiple, distinta, variopinta, excelsa, rabiosamente atractiva y con un abanico de lugares en los que detenerse y sentir el embrujo de un país al que le gusta comer y comer bien. Seguro que, si van de mi parte, algo les caerá. De nada.