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El USS New Orleans y Howell M. Forgy

El USS New Orleans y Howell M. Forgy

Picotazos de historia

«Alabemos al Señor y pasemos la munición»: Howell M. Forgy y otros curas bélicos

Durante el ataque a Pearl Harbour, en medio de ese caos el capellán Howell M. Forgy –biblia en mano– animaba a la marinería al grito de: «Alabemos al Señor y pasemos la munición»

En 1849, durante lo que se conoció como «la segunda guerra sij», el Ejército de la Compañía de las Indias Orientales, secundado por el Ejército británico, combatió en la zona del Punjab bajo el mando del general Sir Hugh Gough. El 13 de enero, sobre el mediodía, las avanzadas británicas encontraron al ejército Sij atrincherado en un lugar llamado Chillianwala. No voy a explicar en detalle la batalla, pues sería prolijo y confuso para ustedes. Basta que comprendan que se trató de un ataque frontal y que acontecieron mil disparates, como siempre sucede en las batallas. Para que se hagan una idea, el 24º regimiento de infantería cargó a la bayoneta contra las posiciones fortificadas –adelantándose a los demás y bajo fuego concentrado de los cañones– porque al oficial al mando se le olvidó dar la orden de fuego a las tropas.

Ojalá esta fuera la única pifia de la batalla, como he dicho hubo más, pero una se llevó la palma. En el flanco derecho se situó una brigada de caballería, compuesta por dos regimientos (uno británico y otro de la compañía de las Indias Orientales) bajo el mando del teniente coronel Alexander Pope. Este oficial, de edad avanzada, estaba en un estado de deterioro físico y mental tan acusado que tuvieron que ayudarle a subir a su caballo y sus órdenes eran apenas coherentes. Iniciada la batalla creó tal confusión entre la brigada que mandaba, que esta entró en pánico, atravesando la posición de la artillería inglesa. En ese instante, el capellán militar Walter Whiting –pistola en mano– bramó a los desconcertados jinetes: «¡Ah no, señores. Dios Todopoderoso no permitirá que una horda pagana derrote a un ejército cristiano. O paran o yo, como ministro que soy de Dios, les pego un tiro!» Y el pater consiguió que la caballería entrara en razón. Más tarde, cuando Sir Hugh Gough escribió el informe de la batalla, mencionó la actuación del belicoso capellán recomendando su ascenso a obispo.

Otro caso curioso se dio durante el ataque a Pearl Harbour. El crucero USS New Orleans sufrió daños que incapacitaron los elevadores para la munición de los sistemas antiaéreos, por lo que las piezas tenían que ser servidas a brazo, creándose una cadena de marineros que pasaban las pesadas cajas de proyectiles. En medio de ese caos el capellán Howell M. Forgy –biblia en mano– animaba a la marinería al grito de: «Alabemos al Señor y pasemos la munición». Frase que se hizo tan famosa que dio lugar a una canción.

Aquí en España recuerdo, durante la década de los ochenta del siglo pasado, una subasta que se realizó en una conocida sala de Madrid, donde se vendió un crucifijo-escopeta de un cura carlista de la Tercera Guerra Carlista. El crucifijo –con una magnífica figura del crucificado en bronce– tenía el cañón en el madero largo de la cruz, cargaba el cartucho encima de la cartela del INRI, se accionaba por medio de un gatillo a la altura de la axila de N. S. Jesucristo y largaba la perdigonada por la base de la cruz. Estas cosas solo pasan en España.

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