Alejandro Farnesio, el Rayo de la Guerra y el mejor amigo de Juan de Austria
Fue un gran militar, admirado por sus soldados, temido por sus enemigos, tan audaz en ocasiones como prudente cuando convenía, hábil con sus movimientos de tropas y también con sus fintas diplomáticas

Alejandro Farnesio en su madurez
En su lecho de muerte, el héroe de Lepanto, el todavía joven Juan de Austria, tuvo a su lado al amigo que nunca le falló: Alejandro Farnesio, quien era, además, aunque pudiera engañar por la edad, su sobrino, como lo era del rey Felipe II. Ambos, Juan y Alejandro, eran fruto de los amores extramatrimoniales del emperador Carlos V, pero si el primero había sido el fruto del último de estos, cuando ya estaba viudo; Farnesio era hijo de Margarita de Parma, la hija mayor del emperador que había sido concebida en sus tiempos más jóvenes y aún en soltería.
Carlos tuvo siempre a Margarita en muy alta estima, la casó con el duque de Parma. Incluso Felipe II la quiso como hermana, la valoró como debía y puso en ella su confianza, teniéndola siempre por una de sus mejores consejeras. Fue por ello que su hijo Alejandro, nacido en Roma el 27 de agosto de 1545, se unió a la corte española como destacado miembro de su familia, y tras pasar por Flandes y formar parte del cortejo que acompañó a Felipe a su boda en Inglaterra con María Tudor, regresó en 1559 a España. Su madre Margarita nombrada gobernadora de los Países Bajos y Alejandro enviado a Alcalá de Henares.

Alejandro Farnesio de joven
En Alcalá demostró ser de aguda inteligencia, pero, aún más que de los estudios, gustaba del ejercicio físico, la caza, la equitación y el adiestramiento con las armas. Fue allí cuando conoció a Juan de Austria, con trece años, ambos casi de la misma edad y con quien congenió de inmediato. Compartirían desde entonces y de por vida una estrecha e inquebrantable amistad.
Allí estaba también el primogénito de Felipe II, el trastornado príncipe Carlos y en Alcalá permanecieron los tres: Carlos, Juan y Alejandro hasta que, tras el accidente y el deterioro mental del heredero, al que intentaron ayudar en vano, pero en su delirante y agresivo comportamiento llegó a atacar a alguno de ellos, se decidió hacerlos retornar a Madrid en 1562. Don Carlos no tardaría mucho en fallecer.A Farnesio comenzaron a prepararle la boda, y aunque sus padres hubieran deseado una italiana, Felipe escogió una portuguesa, una nieta del rey don Manuel, la jovencísima doña María con quien se casó en Bruselas en el año 1565 y marchó a vivir a Parma al año siguiente y con la que en once años de matrimonio tuvo tres hijos. Ella era muy piadosa y dedicada a obras caritativas. Alejandro suspiraba por la acción y mientras tanto se dedicaba a los caballos, la caza y a galantear a toda dama que le gustara y en cuyo desempeño demostró también grandes habilidades.
Los turcos iban a ser quienes los unieran. Al constituirse la Santa Liga con don Juan como Capitán General vio llegar su oportunidad. Escribió al rey Felipe pidiéndole que le permitiera alistarse a sus órdenes y con alborozo recibió su venia partiendo de inmediato a unirse a sus tropas.

Representación de la batalla de la batalla de Lepanto
La reunión entre los dos amigos, tío y sobrino, se produjo en Génova en julio de 1571 y don Juan, sabedor de sus cualidades y dejando al lado su inexperiencia, le dio entrada en su consejo de guerra y el mando de tres galeras genovesas que se habían unido a la flota.
Juan de Austria salió de Lepanto convertido en el gran héroe de la Cristiandad y en el hombre más admirado de Europa. Farnesio también demostró su valor pues se lanzó temerariamente al abordaje de una galera turca que era la que llevaba nada menos que la soldada para pagar a marineros y jenízaros obteniendo así un enorme botín. Poco después volverían a separarse. Flandes volvería a juntarlos y el ganar el apodo por el que se le iba a conocer, el Rayo de la Guerra. Pero después de aquello, en los Países Bajos la había empeorado mucho la situación tras el mandato del Duque de Alba y la muerte de su sucesor, el más conciliador Luis de Requesens por lo que Felipe envió a su hermano Juan para allá.
A su llegada se encontró con las tropas amotinadas, habían protagonizado el saqueo de Amberes, con casi todo el territorio perdido y viéndose obligado a firmar un acuerdo por el que los Tercios saldrían hacia Italia. El Austria lo aceptó a regañadientes y lo rompió en cuanto vio posibilidades. Y se apresuró a llamar a Farnesio y este, recién fallecida su esposa María, partió presuroso a su encuentro. Juntos convencieron al rey Felipe que autorizara el regreso de los tercios y conseguido su empeño, con 18.000 infantes y 2.000 de a caballo se lanzaron al ataque.
Sorprendieron a los confiados rebeldes valones y obtuvieron un resonante triunfo en Gembloux, el 31 de enero de 1578, donde Farnesio se percató de la debilidad posicional del enemigo y ello permitió una fácil y completa victoria. Pudieron entonces ambos haber marchado triunfante y tomado la propia Bruselas, pero el destino se lo impidió. Las suspicacias de Felipe II, por la conspiración de Antonio Pérez, la muerte del secretario de don Juan Escobedo se concretaron en falta de medios humanos y económicos y el avance quedó frustrado. Don Juan además, se consumía. Su amigo había ido a Flandes para verlo triunfar por vez última y luego morir en sus brazos. En octubre de aquel año, Juan de Austria, aquejado de tifus y de prácticas médicas desastrosas, falleció a los 33 años.
Pero antes de expirar, don Juan de Austria, había nombrado a Farnesio como su sucesor y esa fue su postrera petición a su hermano Felipe: que validara tal nombramiento. Y el Rey apenado por la muerte de su hermano y quizás con no poca mala conciencia por sus sospechas, consintió en ello. Fue sin duda una de sus mejores decisiones. Aunque puso una condición, que su madre fuera a su lado. Algo que molestó a ambos. A Margarita, ya vieja, cansada y con malos recuerdos de su anterior estancia, y a Alejandro, por la tutela.
Tras alguna desagradable discusión, habiéndose llevado antes maravillosamente, ella consiguió que su hermano Felipe la dejara regresar a Parma y con ello se restableció la armonía familiar y Alejandro tuvo las manos libres para actuar.
Fue entonces cuando afloró en toda su dimensión el Rayo de la Guerra. El gran militar, admirado por sus soldados, temido por sus enemigos, tan audaz en ocasiones como prudente cuando convenía, hábil con sus movimientos de tropas y también con sus fintas diplomáticas. Tan duro, austero y resistente a las penalidades en la campaña como capaz de resplandecer con la magnificencia de un príncipe de estirpe real, que al cabo era.

El Rayo de la Guerra. Cuadro de Ferrer-Dalmau
La labor de los dos amigos se había hecho notar. Las tropas hispanas habían conquistado, además de la provincia de Namur, el Limburgo y mantenían el ducado de Luxemburgo. Farnesio necesitaba una conquista y un primer gran éxito, pero le hacían falta tropas y consiguió que Felipe II se las enviara. Al cabo podía contar con cerca de 30.000 infantes y unos 8.000 caballos. El rey le autorizó también a negociar con los rebeldes con la base del acatamiento a la corona española y el mantenimiento del catolicismo.
El que las flotas de Indias trajeran abundantes remesas de plata durante aquellos años también ayudó lo suyo así como la división de los enemigos entre los fanáticos calvinistas y los más moderados disidentes del sur. La división entre flamencos y valones y de Bélgica y Holanda tiene aquellas raíces. Farnesio logró aproximarse a los valones y firmar un importante tratado, el de Arras en 1579, por el cual las provincias de Artois, Hainaut y la Flandes valona, aceptaban la soberanía hispana y el catolicismo a cambio de retirada de tropas y dejar los cargos civiles en sus manos.
Pero ello sin un triunfo militar y con Guillermo de Orange enfrente no tenía valor alguno. Y Farnesio lo consiguió con la toma de Maastricht, plaza de enorme importancia, que logró conquistar y tras serle aceptado por los valones la estancia de los Tercios españoles se lanzó a la recuperación del territorio con un ejército de más de 50.000 hombres, que se movió como una máquina perfectamente engrasada bajo su eficaz mando. Brujas y Gante primero, después Bruselas, 1585 y finalmente Amberes, la gran ciudad comercial, volvieron a manos de la corona española.
Fue la toma de esta última la que le confirió un enorme prestigio y que pasó a los anales militares como ejemplo de asedio de una plaza, tan difícil de cercar, por sus múltiples salidas, por tierra y por agua, y a la que consiguió rendir con su estrategia. Por ello, amén de por sus anteriores logros, Felipe II, exultante le concedió la más valiosa condecoración, el Toisón de Oro.
La totalidad de lo que es ahora Bélgica estaba ya en sus manos y los rebeldes del norte desmoralizados. Fue cuando la reina Isabel de Inglaterra pactó con ellos y Felipe II pensó que era ella el enemigo que había que combatir primero, por lo que ordenó a Farnesio que dejara de avanzar hacia el norte y participara en la magna empresa de invadir Inglaterra.

Las tierras recuperadas temporalmente por Farnesio en los Países Bajos entre 1579 y 1588
Se comenzó a preparar y diseñar el plan de la Gran Armada en la que los Tercios de Farnesio eran la fuerza esencial que había que embarcar en ella y desembarcar luego en las islas. Y ciertamente si se hubiera conseguido el embarcarlos y trasladarlos hasta la costa inglesa, el asalto hubiera podido tener éxito. Pero como es bien sabido, fue aquella la parte en que el plan fracasó. Muerto Álvaro de Bazán antes de salir la Armada no fue precisamente un gran marino ni un avezado militar quien se puso al frente sino un indeciso que no supo aprovechar la oportunidad de acabar con la flota inglesa cuando tuvo oportunidad y luego debido a todos los contratiempos climáticos y los ataques holandeses y británicos no pudo acercarse a las costas y subir a bordo los temibles tercios. Allí fue en realidad donde todo el plan se vino abajo.
La suerte de Farnesio, sin torcerse del todo, comenzó a declinar aquel día. Su enemigo Guillermo de Orange, murió asesinado por instigación española y con su disgusto, siendo sustituido por Guillermo de Nassau el joven príncipe, capaz para el combate y la diplomacia. En Francia el asesinado había sido el rey Enrique III y sin hijos, había dejado como heredero al príncipe de Bearn y rey de Navarra, Enrique de Borbón, que era hugonote. Y un gran soldado también que derrotó a la Liga Católica que se oponía a aceptarlo como rey y puso sitio a París, que se le resistió heroicamente.
Felipe II hizo a Farnesio abandonar los Países Bajos y acudir en su ayuda. El militar sabía que suponía entregar al enemigo parte de lo recuperado pero cumplió las órdenes recibidas y consiguió desbloquear la capital francesa con una hábil maniobra, uniendo sus tropas a la Liga Católica, y entrando en ella.
Pero su corazón estaba en Flandes y quiso regresar cuanto antes, molestando con su decisión a Felipe II. Esta pugna de obligarle a combatir en Francia y hacerle abandonar los Países Bajos, donde los Nassau aprovecharon para retomar gran parte de lo perdido, amargó sus últimos tiempos. Cuando había conseguido restablecer en parte la situación fue de nuevo obligado a volver a territorio francés. Aquellas infructuosas idas y venidas quebrantaron aún más su ya deteriorada salud, en una de ellas al llegar a Arrás las fuerzas le abandonaron y se retiró a una cercana abadía. Allí víctima de aquel postrer esfuerzo y de la enfermedad que padecía, hidropesía, falleció el 2 de diciembre de 1592 a los 47 años. Un genio de la guerra, un hombre leal y el mejor amigo de don Juan de Austria.