Decano de los sacerdotes nacionalistas vascos

Corría la última semana de febrero de 1974 cuando se produjo la mayor confrontación entre la Iglesia y el Estado desde los tiempos de la Segunda República. El motivo: las tres cartas pastorales —leídas en la mayor parte de las parroquias de la diócesis vizcaína— por el entonces obispo de Bilbao, monseñor Antonio Añoveros. En una de ellas, el prelado señalaba que «El pueblo vasco, igual que los otros pueblos del Estado español, tiene derecho a conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, dentro de una organización sociopolítica que pueda reconocer su justa libertad».

La reacción del Gobierno, apenas dos meses después del asesinato del almirante Luis Carrero Blanco en un atentado perpetrado por la banda terrorista ETA, fue contundente: puso al obispo bajo arresto domiciliario e inició los trámites para expulsarle de España. Baste decir que un avión militar estaba listo para despegar desde Bilbao hacia Roma con el obispo a bordo. La crisis se pudo resolver gracias a la cordura exhibida tanto por Francisco Franco como por el cardenal Vicente Enrique y Tarancón, a la sazón presidente de la Conferencia Episcopal Española.

Mas monseñor Añoveros, que había tomado posesión de su cargo episcopal en diciembre de 1971, no actuó solo: lo hizo en compañía del padre José Ángel Ubieta López, vicario general de la diócesis desde 1968, en cuya compañía pasó el arresto domiciliario. El padre Ubieta también tenía plaza reservada en la aeronave dispuesta por las autoridades en el aeropuerto de Sondica.

Era lógico: fue él quien enseñó a su obispo a conocer las diócesis de cabo a rabo y quien inspiró su acción pastoral. Ambas acciones formaban parte de sus competencias. El problema residía en que el padre Ubieta patrocinaba igualmente a un clero cada vez más nacionalista. Él mismo estuvo detenido durante tres días en abril de 1969 por haber supuestamente facilitado, junto con otros sacerdotes, la huida del etarra que había asesinado al taxista Fermín Monasterio.

Como señala Dori Monasterio, hija de la primera víctima civil de ETA, en el libro «Con la Biblia y la Parabellum. Cuando la Iglesia vasca ponía una vela a Dios y otra al diablo», escrito por el periodista Pedro Ontoso, «Mi madre tenía dificultades para que los curas de Arangoiti [barrio de Bilbao] atendieran sus peticiones. Le ponían pegas para las misas en recuerdo de mi padre. No se sentía a gusto. Más que ayudarnos a nosotras, la Iglesia se dedicó a callar y a proteger y tapar a los suyos». Una entrevista en 2017 entre Dori Monasterio y el padre Ubieta no desembocó en nada constructivo.

El sacerdote bilbaíno, en paralelo a su actividad militante, desarrolló una fructífera trayectoria académica en el ámbito de los estudios bíblicos, como lo demuestran dos licenciaturas en Teología (obtenida en la Pontificia Universidad Gregoriana en 1951) y en Sagrada Escritura (cursada en el Pontificio Instituto Bíblico), ampliando su formación en Jerusalén, ciudad en la que se diplomó en Ciencias Bíblicas en la conocida École Biblique. Una solidez intelectual que llevó a este sacerdote, proyectado para integrar la élite eclesial, a dirigir en tres ocasiones la edición española de la revista Biblia de Jerusalén. Al margen de la vicaría general, el padre Ubieta ejerció varias funciones de la diócesis de Bilbao como la de formador de seminaristas o la de director del Instituto Diocesano de Teología y Pastoral.