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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Felipe González se rinde ante Pedro Sánchez

González se ha desdicho en tres horas de sí mismo en veinte años, sin necesidad de grandes palabras: le ha bastado el silencio sobre los pactos del PSOE con Bildu y ERC y un abrazo sin lengua con Sánchez para evidenciar que, antes que español, es del PSOE

Actualizada 06:27

Un tabloide clásico se escribe en una plantilla de 5x8, los cuarenta módulos que distinguen ese formato de la sábana anglosajona, manejable apenas en España para expertos en papiroflexia.

Ese es el tamaño de El País, aunque el abrazo inducido entre Pedro Sánchez y Felipe González en Valencia demostró la conveniencia de ampliar el formato: el gozo del periódico por la foto de la reconciliación, tan sincera como un anuncio preelectoral del presidente vigente cinco minutos antes de hacer lo contrario; hubiera necesitado de una rotativa capaz de desplegar el papel requerido para envolver la cuota de pesca anual de la flota española en Marruecos.

No había gozo suficiente para difundir la buena nueva de Felipe travestido de «Don Limpio», el ungüento necesario para adecentar la suciedad generada por el PSOE de Sánchez, definitivamente consagrado por la claudicación ostentosa de la última reserva moral del socialismo español.

González se ha desdicho en tres horas de sí mismo en veinte años, sin necesidad de grandes palabras: le ha bastado el silencio sobre los pactos del PSOE con Bildu y ERC y un abrazo sin lengua con Sánchez para evidenciar que, antes que español, es del PSOE.

O que teme más a una Fiscalía General ostentada por Dolores Delgado en nombre de Baltasar Garzón que al triste epílogo de su historia: quizá le haya pesado más la sospecha de que, si a Zapatero le han sacado todas la vergüenzas en Venezuela, a él le pudieran publicitar las artimañas reales o ficticias que cualquier poderoso acumula en 79 años de biología y 24 de ex presidencia.

Toda esperanza ha quedado enterrada en un ejercicio de sumisión pública que acerca a González al Iván Redondo del barranco, sin que quepa la disculpa de que ese ha sido el precio a pagar por ayudar a Sánchez a cambiar de socios

Quien quiera ver en las frases de Felipe relativas a la necesidad de permitir la libertad de expresión en el PSOE una réplica a Sánchez, obviará la evidencia de que eso son migajas al lado de lo que no se ha atrevido a decir.

A saber: que el PSOE no pacta con batasunos, no indulta a golpistas, no resucita guerras civiles y no persigue más a reyes que a etarras.

Hace apenas un año se especulaba con que Felipe encabezaría la respuesta interna al delirio sanchista. E incluso él dio indicios de que, a su manera, estaba dispuesto a dar esos pasos: consejos al Rey exiliado, comparecencias conjuntas con Aznar y Rajoy y un razonable recordatorio constante de que la Constitución puede ser cambiada por los diputados, pero no asaltada por los rufianes.

Toda esperanza ha quedado enterrada en un ejercicio de sumisión pública que acerca a González al Iván Redondo del barranco, sin que quepa la disculpa de que ese ha sido el precio a pagar por ayudar a Sánchez a cambiar de socios, de discurso y de estrategia: la próxima vez que se meta en la cama con Otegi, Felipe se tendrá que conformar con preguntarles si desean comer algo los amantes después del esfuerzo apareatorio.

Porque Sánchez nunca cambiará, pero Felipe ha cambiado ya para siempre.

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