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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Manglano

Con Diego Prado, y la salvación de su vida, se equivocó. El que pagó el chantaje terrorista fue su hermano Manuel, Manolo Prado, y un discreto y generoso grupo de amigos

Actualizada 23:15

El teniente General Emilio Alonso Manglano fue un leal e íntegro servidor de España. Más abajo contaré mi experiencia con él, y la importancia de su gestión. Durante el trayecto en tren entre Madrid y Santander, después de acudir a Madrid a la presentación de El Debate, me comí las horas del viaje leyendo el libro de Fernández-Miranda y Chicote, El Jefe de los Espías. Las agendas y apuntes de un gran español son el motivo y la excusa de esta edición. Creo que los autores han escrito apresuradamente, acuciados por los agobios editoriales. De no ser así, no se entenderían fallos tan clamorosos, como el de adjudicarle al General Alfonso Armada la Jefatura de la Casa de S. M. El Rey, cargo que nunca desempeñó. Ante un aluvión de documentación como el que reúne este libro, sólo es admisible la crítica cuando una vivencia personal choca con el apunte de una agenda. Ahí, en este caso, el pago a cambio de la vida de Diego Prado y Colón de Carvajal, canallescamente secuestrado y torturado por los actuales mantenedores del Gobierno de Sánchez, la banda terrorista ETA, lleva a la confusión. Según el General Manglano, fue La Zarzuela, es decir, el Rey, quien ordenó que se solucionara el abono del chantaje, cuando no fue así.

Semanas después de ser liberado, al coincidir con Diego Prado en el bar del Hotel Villamagna, tomé una copa con él. No saqué la conversación de su secuestro, porque anímicamente todavía se sentía secuestrado. Y falleció como consecuencia de la memoria de su «zulo» inhumano y canallesco. Pero sí me comentó, en el segundo whisky, que el rescate lo pagó principalmente su hermano Manolo Prado, al que se unieron aportaciones personales de algunos de sus amigos. El Rey se interesó por el curso de las gestiones, porque Manolo Prado era uno de sus grandes amigos, pero como Rey no podía ser protagonista ni donante del rescate que liberaba a un español de la muerte a manos de los socios actuales de Sánchez.

Pero sí tuve la ocasión de conocer de primera mano el poder y la firmeza de don Emilio Alonso Manglano, El Director. A mediados de 1992, me llamó Antonio Fontán, para adelantarme que iba a recibir una petición al Rey para que este concediera un título nobiliario a José Manuel Lara Hernández, fundador de Planeta, un personaje genial y listísimo, autodidacta, boy de las revistas de Celia Gámez y legionario. Fundador de la Editorial Planeta, difusor de la cultura y creador de miles de puestos de trabajo. No era la fórmula adecuada, pero firmé la petición. Sabino Fernández Campo guardó los pliegos de firmas en un cajón de su despacho de Jefe de la Casa del Rey, porque no consideraba conveniente el camino trazado para la concesión. En enero de 1993, don Sabino dejó de ser el Jefe de la Casa del Rey y fue relevado, el 7 de enero de 1993 por Fernando Almansa, Vizconde la Casa de la Almansa, diplomático y gran amigo de Mario Conde, que no lo era de Sabino.

En junio de 1993, recibo una llamada volcánica de Lara. «Me han engañado. Y no me van a hacer marqués. Habla con el Rey y le dices de mi parte que tengo preparado un libro incendiario contra él en el queda muy mal su actual Jefe de la Casa». Llamo al Rey –no sé si hice bien o mal, y todavía lo dudo–, y Don Juan Carlos, que está despachando con Almansa, abre la comunicación y hablamos los tres. Por supuesto, después de la llamada de Lara, considero que la concesión del título ha dejado de ser merecida. En un principio, a Lara se le había prometido hacerle marqués coincidiendo con el día de Santa Teresa, 15 de octubre, por ser la mayor ilusión de su mujer, María Teresa Bosch. A las 18 horas me llama el Rey. 

«¿Puedes viajar esta noche a Barcelona? Vas en mi nombre, tu palabra es la mía, y le dices a ese ogro que antes del 15 de octubre le haré Marqués del Pedroso de Lara». Llamé a Lara y este, alborozado, me dijo que me esperaba a las 21 horas en el Via Veneto de la calle Ganduxer. Que iría acompañado de su mujer.

Pasó el tiempo y el título no venía. Y Lara me llamó de nuevo, indignado y amenazante. Hablé con Fontán y Areilza. Y Antonio Fontán me aconsejó que me pusiera en contacto con Emilio Alonso Manglano. Accesible al primer instante. Lo conocía de mucho tiempo atrás. Era «estorileño» como yo. «Emilio, a mí que le den el título a Lara o que no se lo den me importa un bledo. Ignoro qué pinto yo en este tinglado. No obstante, yo le di en nombre del Rey la palabra del Rey. Y la palabra del Rey es sagrada». Esa misma noche, me llamó el General Manglano. «Todo arreglado. Aunque haya dejado de merecerlo, tendrá su título en el plazo prometido».

El 7 de octubre de 1994, se le concede «a don José Manuel Lara Hernández el marquesado de Pedroso de Lara, por los relevantes servicios prestados a la cultura a través de sus actividades de edición y divulgación del libro, que han contribuido a difundir los conocimientos culturales en España y en el extranjero».

Lara lo merecía y dejó de merecerlo. El Rey dio su palabra. Y el General Manglano, leal hasta el tuétano a la Corona, exigió en La Zarzuela el cumplimiento de la palabra del Rey. Y a mí me liberó de un insoportable acoso, porque Lara llegó a creer que el opositor a su entrada en la nobleza era yo, manda narices.

Pero con Diego Prado, y la salvación de su vida, se equivocó. El que pagó el chantaje terrorista fue su hermano Manuel, Manolo Prado, y un discreto y generoso grupo de amigos. 

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