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Perro come perroAntonio R. Naranjo

La paella valenciana de Pedro

Cuando Sánchez caiga, y siempre ha estado caído de no ser por esa tormenta perfecta que le permitió pactar con todo mientras la derecha se dividía como nunca y él camufabla el peor resultado histórico del PSOE, con él caerá su partido

Actualizada 15:59

Pedro Sánchez ya tiene lo que quería: una paella valenciana de mar y monte, con su poquito de vanguardia y sus adornos vintage. Reunir en el mismo plato a Miss Asturias Lastra y a Felipe González, que fue al ágape con la autoridad de Gandalf pero salió de tierno Copito de Nieve, tiene su mérito.

Y juntar a Zapatero con Almunia, que son la noche tropical y el amanecer centroeuropeo, es una mina, incluso de oro. Entre todos han compuesto uno de esos arroces que engañan a los guiris en las fotos de restaurantes de costa sin aspiraciones a fijar la clientela.

Ves la imagen y tienen de todo, desde rotundas almejas de Carril hasta lubrigantes hermosos, de ésos descritos por Álvaro Cunqueiro como «de la Tabla Redonda» en su imprescindible obra A cociña galega, perseguido por la tolerante Manuela Carmena en una de las rancias ideológicas que perpetró en Madrid con su cara de mosquita muerta.

Pero luego te sirven el festín y aquella paella lustrosa se transforma, en la mesa, en un mejunje precocinado a duras penas resucitado en un microondas de marca blanca.

Si Sánchez quería la unidad, la ha logrado, aunque no sepa para qué y ese deseo recuerde un poco a la frase que Joachim Fest endosa a los jerarcas alemanes del III Reich en «El hundimiento»: «Caeremos, pero caerá Alemania con nosotros», venía a decir.

«¿Acaso los lobbies que aspiran a una porción inmensa del pastel de los Fondos Europeos, que se reparten en Moncloa con la música de ¿Quieres ser millonario? de fondo, tienen algo que ver como la metamorfosis felipista?»

En el viaje del falso consenso valenciano el PSOE ha quemado definitivamente sus últimas naves, vinculando su futuro al de Pedro Sánchez, más incierto que el de un asistente a domicilio de Pablo Echenique o una mujer policía ante Isa Serra.

Porque cuando Sánchez caiga, y siempre ha estado caído de no ser por esa tormenta perfecta que le permitió pactar con todo mientras la derecha se dividía como nunca y él camuflaba el peor resultado histórico del PSOE, con él caerá su partido.

La rendición de Page, Vara o Lambán era previsible; pues su oposición al sanchismo se ha limitado al pellizco de monja ocasional para no enfadar a la clientela más cafetera de sus autonomías. Pero la de Felipe, y todo lo que le cuelga, admite más conjeturas.

¿Ha chocheado con la brisa de la Malvarrosa? ¿No es tan español como socialista? ¿O acaso los lobbies que aspiran a una porción inmensa del pastel de los Fondos Europeos, que se reparten en Moncloa con la música de ¿Quieres ser millonario? de fondo, tienen algo que ver como la metamorfosis felipista?

Sea como fuere, lo cierto es que en el próximo PSOE nadie podrá levantar la voz cuando tres cuartos de España le pregunten cómo se sintió más cómodo con Junqueras y cómo se sentó a la vera de Otegi. Todos estarán en el fondo del barranco, preguntándose cómo demonios han acabado ahí. Y sabiendo perfectamente la respuesta.  

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