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Agua de timónCarmen Martínez Castro

Meritxell en su laberinto

Ha querido convertir el Congreso en un burladero de impunidad para sus socios de Podemos. En el intento ha dejado para las mulillas su propia imagen y el prestigio de la institución que preside

Actualizada 01:32

El primer ministro británico, Boris Johnson, disfruta de una amplísima mayoría parlamentaria, cuenta con 366 escaños de los 650 que tiene la Cámara de los Comunes. Pero esa aplastante mayoría no le ha librado de haber sido señalado por su responsabilidad en la gestión de la pandemia del Covid. Después de haber escuchado testimonios de responsables políticos y sanitarios durante casi un año, los parlamentarios británicos emitieron hace días un durísimo informe contra el Gobierno de Johnson, al que acusan de haber agravado el impacto de la pandemia con decisiones equivocadas que costaron miles de vidas. Eso lo ha dictaminado la mayoría parlamentaria que apoya al Gobierno de Johnson.

En España ni siquiera hemos conseguido que sus señorías se hayan interesado por el número real de fallecidos por la enfermedad. El Congreso de los Diputados no ha querido saber nada de la pandemia que ha causado decenas de miles de muertos en España pero se entretiene reabriendo la comisión por el accidente ferroviario de Angrois de hace ocho años o dando pábulo a los delirios de un personaje como Villarejo capaz de asegurar en sede parlamentaria que en España existe una llamada «Comisión PI» encargada de hacer desaparecer a personas incómodas. Sorprendentemente nadie acudió al juzgado después de escuchar semejante barbaridad. De Villarejo sólo interesa aquello que pueda decir para atacar a Mariano Rajoy aunque sea tan delirante y grotesco como esa fantasmagórica «Comisión PI» o el no menos surrealista intento de hormonar al Rey Juan Carlos.

Criticamos mucho a Sánchez y su Gobierno, si se puede llamar gobierno a esa banda disfuncional de ministros a la greña, pero no prestamos suficiente atención al descrédito del Congreso bajo la torpe y sectaria presidencia de Meritxell Batet. El amago de conflicto institucional con el Tribunal Supremo por intentar librar a un diputado de Podemos de cumplir la condena por patear a un policía ha sido el último peldaño en el descrédito de la institución.

Meritxell Batet ha permitido que el Congreso de los Diputados se haya convertido en el templo de la arbitrariedad y el rencor. Esta semana también ha querido convertirlo en un burladero de impunidad para sus socios de Podemos. En el intento ha dejado para las mulillas su propia imagen y el prestigio de la institución que preside.

En pago a tantos desvelos la presidenta de la cámara ha recibido además una querella por prevaricación de sus encantadores y leales compañeros de coalición. Probablemente pudo reflexionar sobre las ingratitudes de la política durante el acto de entrega de los Premios Princesa de Asturias, mientras escuchaba al Rey Felipe señalar la importancia de la responsabilidad personal y de saber cumplir el deber que a cada uno nos corresponde.

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