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Cosas que pasanAlfonso Ussía

Rufián

No se librará Madrid de Rufián. De ahí que lo mejor es seguir como hasta ahora. No haciéndole ningún caso

Actualizada 01:19

Rufián indigna. Con especial crudeza, a los catalanes que creían en él. A mí, simultáneamente, me divierte y me da pereza. El pobre es un tostón. Se ha encontrado con el chollo de la minoría parlamentaria de Sánchez, que depende de los votos de su partido. Pero Rufián ya no defiende la independencia de Cataluña, porque donde se siente bien tratado es en Madrid. Madrid sabe mucho. Son cuatro siglos de Corte, de sabiduría popular. En Barcelona, a Rufián, los suyos le hacen escraches y lo insultan. En Madrid, pasa desapercibido. Se trata de un forastero más, y en la capital del Reino siempre fueron bien recibidos los forasteros. Para mí, que está ahorrando para comprarse el piso en Madrid y dar el salto a los brazos de Errejón o de Mónica García, la madre, médico y mema. Prometió que en seis meses renunciaría al acta de diputado, y se ha dado cuenta de su error. Sin el acta de diputado, sin los complementos por su pertenencia a comisiones parlamentarias, sin sus dietas correspondientes, sin el hotel pagado por su formación política y sin una idea aprovechable en su inmenso y despoblado cerebro, Rufián estaría en Barcelona como jefe de investigación de ladridos de perro. Parece ser que el presidente de la Generalidad –escribo en español–, en colaboración con Ada Colau y el Ayuntamiento de Barcelona, tiene previsto establecer un nuevo servicio de impulso a la lengua regional. Favorecer con subvenciones a los propietarios de perros que ladren con acento catalán. En lugar del horrible «guau, guau», «guans, guans», que es el auténtico ladrido identitario. Pues Rufián estaría ahí, porque no sirve para otra cosa, y en cambio reside en Madrid, nadie se preocupa por él, y gana un dineral en el Congreso.

En Cataluña, últimamente, pierden mucho el tiempo y el dinero en gansadas. Cuando se inauguró el nuevo edificio de Aguas de Barcelona –ACBAR-, Carod Rovira, que ha desaparecido, le preguntó al arquitecto jefe del proyecto por el idioma que usaron los aparejadores, profesionales de la construcción y albañiles rasos para entenderse durante su construcción. El arquitecto le respondió, que al estar contratados obreros de toda España, se ordenaba en español, y posteriormente las órdenes a los albañiles se traducían al marroquí. Carod Rovira no pudo dormir aquella noche del disgusto. Le afectó sobremanera que tan excelso edificio barcelonés no se hubiera levantado sin el imprescindible uso del catalán, idioma universal.

En Madrid, Rufián se siente feliz. En unos años, su revolución se va a limitar a darse de alta en el Rayo Vallecano, porque el Real Madrid y el Atlético están excesivamente identificados con la Monarquía. El Real Madrid por ser Real, y el Atlético porque el Rey es colchonero, como las Infantas Elena y Cristina. El Rayo se adapta más a sus sentimientos de futuro madrileño. Su problema es que no luce. Sale a la calle y la calle sigue igual, a lo suyo. Escribió el gran José María Pemán cuando aún España tenía un Gobierno y no diecisiete, que muchos andaluces venían a Madrid con la excusa de «hacer gestiones con el ministro». Y un día, en pleno paseo, se encontró con un amigo de Jerez en la puerta del Ministerio del Trabajo, cuando aquel hombre no había trabajado en su vida. 

–¿Qué haces aquí? 

–Nada; estoy en la puerta del Ministerio para que me vean nuestros paisanos que han venido a hacer gestiones. 

Los andaluces siempre regalan rumbo y donaire. Y Pemán lo escribió: «La calle de Alcalá, cómo reluce/ cuando suben y bajan los andaluces».

Rufián no reluce para nada en calle alguna. Pero vive tranquilo, y con el dinero fresco en el bolsillo. Lo dijo el Marqués de la Valdavia, ilustre castizo. «Madrid, en verano, soltero y con dinero, Baden-Baden».

No se librará Madrid de Rufián. De ahí que lo mejor es seguir como hasta ahora. No haciéndole ningún caso. Es lo más parecido a una remolacha. Molestarse con una remolacha es una tontería. Que siga ahorrando porque le queda poco. Y en Barcelona ya no lo soportan.

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