Un tonto para el PP y Vox
Solo un tonto muy tonto, de película de los hermanos Farrelly, podría pensar que para España, y para Europa, es mejor un presidente manirroto como Sánchez que un acuerdo entre un señor normal de Galicia y un señor casi igual de normal del País Vasco
En todas las familias hay un hijo tonto, del calibre de McArthur Wheeler, objeto de una investigación sobre la materia impulsada por dos especialistas de la Universidad de Cornell, en Nueva York, que le utilizaron como ejemplo para indagar en las razones científicas de la estupidez.
La involuntaria cobaya, oriunda de Pittsburg y no del pueblo de Pablo Echenique como pudiera pensarse, llamó la atención de los investigadores tras ser detenido dos veces allá por 1995 por sendos atracos a sucursales bancarias con el mismo modus operandi: entraba en la oficina a plena luz del día, sin máscaras ni disfraces de ningún tipo, y se dejaba grabar por las cámaras de vigilancia sin ninguna prudencia.
No habitaba en él temeridad: simplemente era tonto del orto o, en el lenguaje del sesudo estudio elaborado por Justin Kruger y David Dunning, de la Universidad de Cornell, en Nueva York, carecía de las destrezas necesarias para tal labor y era propenso a no percatarse de su merma.
Que cuanto más listos nos creemos más tontos somos es una máxima difícil de refutar viendo las decisiones y discursos cotidianos de Pedro Sánchez, capaz de permitir que se grabe una serie con él mismo de protagonista: mientras él cree estar a punto de rodar la versión española de El Ala Oeste de la Casa Blanca, todo el mundo se pregunta cómo será esta secuela presidencial de Aquí no hay quien viva que narra las peripecias de un presidente de una comunidad que cree encarnar la sabiduría de Aristófanes y apenas roza el esperpento del Inspector Clouseau, sin su gracia.
Pero el tonto del día, el que se deja el DNI en la escena del crimen y se vanagloria luego de su destreza, responde por Donald Tusk y es el presidente del Partido Popular Europeo: de esa boquita ha salido una condena preventiva al pacto del PP y Vox en Castilla y León que el antifranquismo sobrevenido español ya utiliza para dar grititos con el «No pasarán».
Tusk, que en inglés es colmillo, fue desorejado en Polonia cuando pensó que su currículum europeo le serviría para presidir a esos catetos, y su derrota ante el Vox polaco le hace sangrar por la herida y apostar por el mal de muchos como línea estratégica de la derecha europea.
Solo un tonto muy tonto, de película de los hermanos Farrelly, podría pensar que para España, y para Europa, es mejor un presidente manirroto como Sánchez, sustentado en un terrorista como Otegi, un golpista como Junqueras, una comunista como Yolanda Díaz y un chavista como Pablo Iglesias que un acuerdo entre un señor normal de Galicia y un señor casi igual de normal del País Vasco, de nombres Alberto y Santiago respectivamente.
Éste es Tusk, que además ha metido en un pequeño lío a Pablo Casado, convirtiéndole en cómplice de unas declaraciones que ni ha hecho ni comparte. Que en el país donde cogobierna ETA se pierda más tiempo en discutir la legitimidad de un pacto natural, con el único objetivo de hacer inviable la alternativa a Su Sanchidad es comprensible: casi todo el mundo vive del Estado y el Estado impone sus peajes, sea a los sindicatos, a la CEOE o a una parte nada desdeñable de la prensa.
Pero que se sume al coro Patoso Colmillo, conocido como Donald Tusk en los ambientes de Pittsburg, ya roza el esperpento y demuestra que a Feijóo y a Abascal les queda mucho por hacer para esquivar la caricatura que los más tontos de su cuadra perpetran incluso desde Bruselas.