Fundado en 1910
Vidas ejemplaresLuis Ventoso

Una izquierda pija y un país enfadado

Las protestas de estos días muestran el malestar de personas que han visto sus economías estranguladas y se encuentran con un Gobierno de aficionados

Actualizada 09:25

El fenómeno es muy conocido. Empezó en el mundo anglosajón. Pero para entendernos rápido, aquí en España lo podríamos denominar «la pijificación de la izquierda».

Ha ocurrido en todo Occidente. Partidos socialdemócratas, que habían nacido para representar a las clases trabajadoras, se fueron volviendo cada vez más metropolitanos y rebuscados ideológicamente. Hasta que llegó un momento en que acabaron dejando tirados a sus votantes naturales. El tradicional simpatizante de la izquierda estaba preocupado por su familia, sus ahorros, la amenaza del desempleo, tratar de progresar en la vida, enviar a sus hijos a la mejor universidad posible… Pero el progresismo caviar se olvidó de todo eso. Desde una atalaya de suficiencia urbanita endilgaron a los trabajadores una monserga de neo religión climática, causa LGTB, MeToo, BlackLivesMatter, globalismo, gurús de Davos, todo subrayado por una acomplejada renuncia al más elemental patriotismo.

Los granjeros estadounidenses con problemas, los obreros del motor que sufrían la decadencia de Detroit y otros polos fabriles, los «rednecks» –blancos de bajos ingresos–, la población relegada a vivir en parques de autocaravanas, los negros con el ascensor social bloqueado… todos ellos veían a los Clinton y a Obama como unos pijos exquisitos, adorados por el progresismo de Hollywood, sí, pero totalmente ajenos a las angustias de las barriadas conflictivas, las fábricas en decadencia y el inmenso rural olvidado. ¿Qué ocurrió? Pues que votaron a Donald Trump, porque al menos les hablaba de sus problemas y les prometía una esperanza de mejorar el país.

Ese mecanismo mental se repitió de manera exacta en el Reino Unido cuando Boris Johnson conquistó para el Partido Conservador el inexpugnable «Muro Rojo» del Norte de Inglaterra. Los antiguos graneros de votos laboristas ya no querían saber nada de la izquierda pija de Londres, que divagaba sobre debates bizantinos mientras las comarcas norteñas se sumían en el olvido y la postración. Querían una esperanza. Demandaban que por lo menos sus problemas figurasen en el orden del día. Así que dejaron de votar al laborismo de laboratorio.

Las tendencias de Estados Unidos tardan un poquito en llegar a España. Pero creo que ahora mismo ha comenzado aquí un deslizamiento electoral similar al que hemos descrito, acelerado de manera fulminante por la crisis inflacionaria que sufrimos. Hay un cabreo enorme ahí fuera, porque las familias se están empobreciendo, y el que no quiera enterarse es que está levitando en su burbuja de la Moncloa.

La punta del iceberg de ese enfado son la enorme manifestación del campo contra el Gobierno de este domingo y una larga huelga de transportistas, que ha cobrado fuerza al margen del sindicalismo oficialista (bien comprado por Sánchez con un aumento de sus subvenciones). Pero hay más gente molesta. Como los falsos autónomos, a los que el Gobierno de izquierdas nunca ha defendido. O la generación de jóvenes que han visto cortada su entrada al mundo laboral por la pandemia y que sufren el mayor paro juvenil de la UE. O la propia clase media, sostén de toda sociedad sana, que ve como el dinero ya no le cunde como antes y que es la primera a la hora de pagar impuestos y la última a la hora de recibir los beneficios sociales que se costean con esos tributos. O los empresarios, sospechosos habituales para un Gobierno de socialistas y comunistas que se dedica a ponerles plomo sobre sus alas…

España no va bien porque está mal gobernada. La crisis actual ha estallado por una razón externa (Sánchez no tiene la culpa de que Putin haya invadido Ucrania a sangre y fuego, es cierto). Pero cuando vienen mal dadas es cuando un pueblo mira a sus gobernantes. ¿Y qué se encuentran los españoles? Pues a un grupo de aficionados, que vivían instalados en la semántica vacua del catecismo «progresista» y que cuando han llegado los problemas de la vida real se muestran inanes. La maquinaria propagandística de la izquierda española funciona excepcionalmente bien. Lo bordan. Pero esta vez ya no será suficiente. El enfado es inmenso y desbordará las urnas. A Sánchez ya no le queda tiempo de aquí a las generales para revertir una ola de malestar de este calibre.

comentarios
tracking