La lección francesa para la derecha española
La inmigración originaria de países con culturas diferentes a las nuestras todavía no tiene aquí el peso que tiene en Francia, donde muchos de esos inmigrantes ya son franceses y los cambios culturales que están implementando, son irreversibles
La gran lección para toda Europa que dejaron las elecciones francesas del 10 de mayo es que los dos partidos políticos sobre los que se ha construido toda la historia de la Quinta República, los gaullistas y los socialistas, han quedado reducidos a un 6,4 por ciento del electorado entre los dos. La marginalidad más absoluta. La franco-gaditana Anne Hidalgo, candidata socialista, sólo logró el 1,7 por ciento de los votos a pesar de presentarse a la Presidencia de la República desde la Alcaldía de París. La misma institución de Jacques Chirac empleó como su gran plataforma para hacer oposición a François Mitterrand y para ganar las presidenciales.
Tanto la izquierda como la derecha tradicionales francesas se han visto ampliamente rebasadas por partidos mucho más escorados que ellos. Jean Luc Mélenchon, el tercer clasificado de la primera vuelta, es un hombre de izquierda radical, igualmente de origen español y con una activa pertenencia, abiertamente reconocida, al Gran Oriente de Francia.
Pero lo más espectacular es el auge del voto en el espectro de la derecha. El creciente alineamiento del electorado en esas posiciones se veía venir y motivó el lanzamiento de Eric Zemmour que pasó de ser un contertulio televisivo a un candidato que en algún momento se situó por delante de Le Pen en las encuestas. Si bien, brevemente. En realidad, la radicalidad de Zemmour ayudó a dar una imagen más centrada de Le Pen que no es percibida hoy por la mayoría de los franceses como la candidata radical de hace quince años. Pero el dato más relevante para los que crean que Le Pen sigue siendo ultra derecha o extrema derecha o como la quieran descalificar, es que si se suma el 24,1 por ciento que obtuvo ella con el 6,9 que logró Zemmour, la «extrema derecha» habría ganado de lejos la primera vuelta logrando un 31 por ciento, tres puntos y medio más que Macron.
Y ojo, cuando las encuestas dan un resultado tan ajustado en la segunda vuelta en la que Le Pen puede sacar más del 45 por ciento del voto, eso es porque se va a llevar mucho más que el voto de Zemmour y de los gaullistas –que en realidad han pedido el sufragio para Macron–. Le Pen va a crecer también con el voto de la extrema izquierda de Mélenchon. Es decir, un voto que llega a Le Pen movilizado contra los problemas que ha generado la inmigración legal e ilegal. Que esos problemas existen es una evidencia que cuando se niega, se acaba como el Partido Socialista Francés: en la inexistencia. Inexistencia fomentada también porque el programa económico y social de Le Pen es de un intervencionismo radical, como el de los socialistas de todos los partidos. Y Le Pen, con gestos como adelantar la jubilación, está adoptando medidas que son herederas de la semana laboral de 35 horas que también intentó implantar el PSF.
Afortunadamente, en España el escenario de la derecha es muy diferente al de Francia. Pero hay problemas latentes que pueden complicarse de manera muy similar a como lo han hecho en nuestro país vecino. La inmigración originaria de países con culturas diferentes a las nuestras todavía no tiene aquí el peso que tiene en Francia, donde muchos de esos inmigrantes ya son franceses y los cambios culturales que están implementando, son irreversibles. Y lo que ha ocurrido en Francia ha sucedido con uno de los sistemas centralistas más duro de Europa, con una educación que es exactamente igual en Córcega que en el Loira, en el País Vasco francés que en París. Imagínense aquí que fácil sería subvertir nuestra cultura con la basura de sistema educativo que padecemos.