Quizá me equivoqué
Napoleonchu, ese estadista, no es más que la voz de su amo. O quizá sea más exacto decir el correveidile de Pedro Sánchez. Esto se ha puesto de manifiesto repetidamente con la crisis magrebí en la que se enteró del apaño con Marruecos cuando lo hizo público el Majzén alauí. Es decir, quedó con el tafanario al aire
Ayer se desgranó, una vez más, la infinidad de consecuencias de los errores cometidos por el Gobierno español en la crisis creada con Marruecos por su incompetencia. El caso de Marruecos y Argelia pasará a los manuales de la Escuela Diplomática española como el ejemplo de no saber gestionar una crisis bilateral que se convierte en multilateral. Hace casi un año Sánchez hizo una crisis de Gobierno para intentar solventar el desencuentro bilateral por la acogida en España del jefe del Frente Polisario aduciendo –a posteriori– razones humanitarias. Aquella decisión del presidente del Gobierno le costó el puesto a la ministra de Asuntos Exteriores, Arancha González Laya, que por lo demás, era un cero a la izquierda.
Sánchez no fue capaz de encontrar a nadie de medio pelo que aceptara asumir la cartera de Estado, históricamente la más importante del Gobierno. Y se la dio al diplomático que más le había adulado desde la oposición, el que se hizo la foto a su lado en el Falcon luciendo sus Ray-Ban, que eran el único mensaje de aquella imagen. Así que le trajo de vuelta de la embajada en París, porque era el único seguro servidor de Sánchez.
Desde el 2 de enero de este año he ido contando en mis columnas el desbarajuste del Ministerio de Albares, y el trato tiránico a sus subordinados, lo que le ha llevado a ser universalmente conocido entre los diplomáticos como Napoleonchu. Pero comprendo que quizá me he equivocado. No en los hechos que he narrado, sino en el análisis. Porque Napoleonchu, ese estadista, no es más que la voz de su amo. O quizá sea más exacto decir el correveidile de Pedro Sánchez. Esto se ha puesto de manifiesto repetidamente con la crisis magrebí en la que Napoleonchu se enteró del apaño con Marruecos cuando lo hizo público el Majzén alauí. Es decir, quedó con el tafanario al aire, pero se mantuvo, impasible el ademán, en el cargo.
Le preguntaron en el primer minuto si el cambio en el Sáhara se había pactado, acordado o siquiera hablado con Argelia y salió muy gallito a decir que España no tiene que negociar su política exterior con terceros. Espectacular visión de la jugada. Ahora vemos el acierto de nuestro Metternich particular que por algo se queda en Napoleonchu. Argelia ha ido dando advertencias de que no iba a tragar y Sánchez consiguió meter la pata, una vez más, el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. Obviamente Napoleonchu y su Ministerio no habían avanzado ni un centímetro con los argelinos porque en menos de doce horas Argelia salió a finiquitar nuestro acuerdo de amistad, buena vecindad y cooperación. Pero es que lo tenían todo tan bien preparado y España se había quedado de brazos cruzados hasta tal punto, que el mismo día en que el Gobierno argelino anunciaba esa cancelación, unos minutos más tarde, la Asociación Profesional de Bancos y Establecimientos Financieros argelinos remitía a todos los directores de establecimientos miembros de esa asociación una nota ordenando la congelación de las domiciliaciones bancarias, las operaciones de comercio exterior de productos y servicios desde y hacia España con efecto 9 de junio de 2022. Al día siguiente de la nota. Que por la hora en que se conoció ésta, en realidad quería decir cuatro o cinco horas después. O sea, con efecto inmediato.
Y llegados a este punto, confieso que quizá me he equivocado con Napoleonchu. No cuando me he referido a su forma tiránica de tratar a sus compañeros de la carrera, ni de contratar a mujeres llegadas desde fuera del funcionariado con amparos de enorme relevancia. Pero sí a la hora de culparle del desbarajuste de la política exterior española en el último año. Es difícil encontrar una época en que esto haya ido peor. Y eso es responsabilidad de Pedro Sánchez. Como él ha dicho reiteradamente a sus socios de Podemos, la política exterior se decide en Moncloa. Y como sostiene su conmilitón Emiliano García Page «jefe sólo hay uno para toda España y los demás estamos aquí de monaguillos». Pero cuando un ministro de Exteriores discrepa de las pautas marcadas por la Presidencia del Gobierno, sólo tiene una alternativa. Dimitir o asumir como propios todos los errores de su jefe. Quizá me equivocara un poco al juzgar las responsabilidades de Napoleonchu. Pero analizado su Ministerio en conjunto, diez meses y 28 días después de prometer el cargo, sigo creyendo que Napoleonchu es culpable de incompetencia y prepotencia.