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El puntalAntonio Jiménez

De victoria en victoria hasta la derrota final

Mientras Sánchez firmaba con Macron el certificado de defunción del MidCat y pactaban el nuevo y rimbombante «corredor de energía verde» entre Barcelona y Marsella, el Grupo Wolkswagen ponía en cuarentena el gran proyecto estelar que el propio Sánchez presentó en Valencia

Actualizada 01:30

La reciente imagen de Macron escoltado por Sánchez y el portugués António Costa celebrando otro proyecto gaseoso, nunca mejor dicho, como el denominado BarMar para afrontar el déficit energético de Europa y no depender del gas ruso, representa otro fracaso político de ese maestro en resiliencia y supervivencia, tan vacío de escrúpulos y principios como sobrado en afectación y soberbia, que preside el Gobierno de España.

Sánchez ha cambiado el MidCat por el BarMar con el mismo desdén e insignificancia que Groucho Marx cambiaba sus principios. Si no les gustan, tengo otros. Sánchez había apostado por el gasoducto pirenaico después de que el canciller Sholtz se lo pidiera a pesar de que previamente su partido y la ministra Rivera consideraran el proyecto innecesario y caro por que lo había impulsado Rajoy. Lo que no servía con Rajoy, sin embargo, era imprescindible con el canciller alemán hasta que Macron lo rechazó para no darle esa baza estratégica a España en un sector sensible y vital como el de la energía. Muerto el MidCat, Macron le vende a Sánchez el BarMar, un tubo submarino, por supuesto muy «verde», para transportar hidrógeno en 2030, el papel y los proyectos a largo plazo lo aguantan todo, entre Barcelona y Marsella.

En resumen, Sánchez compra la foto europeísta con Macron, que es lo que le interesa, y a cambio acuerda un proyecto más caro que el MidCat de dudosa ejecución. La operación retrata la forma de actuar de este presidente de Gobierno, interesado únicamente en el efecto propagandístico y europeísta de un anuncio que suena en positivo por el adorno «verde» y ecológico que lo acompaña, y que probablemente jamás se materialice.

Paradójicamente mientras Sánchez firmaba con Macron el certificado de defunción del MidCat y pactaban el nuevo y rimbombante «corredor de energía verde» entre Barcelona y Marsella, el Grupo Wolkswagen ponía en cuarentena el gran proyecto estelar que el propio Sánchez presentó en Valencia como parte de su camino «hacia la España que nos merecemos»: la planta de gigabaterías para coches eléctricos de Sagunto con financiación, en buena medida, de los Fondos Europeos de recuperación.

La construcción de la planta de baterías generadora de empleo de calidad está en el aire por los supuestos incumplimientos del Gobierno que prometió a la multinacional alemana del automóvil un presupuesto mayor con cargo a esos fondos del que hipotéticamente le ofrece ahora.

A estas alturas de curso descubrir que Sánchez no es de fiar y que su palabra vale lo mismo que un euro de cartón piedra es como alumbrar la pólvora. Si el proyecto se estrella y se evaporan miles de millones de inversión y puestos de trabajo, estaremos ante otro fracaso económico de Sánchez, cuestionado en España y en la Unión Europea, desde hace tiempo, por la falta de transparencia y mala gestión de esos dineros europeos que él mismo vende como una suerte de bálsamo de Fierabrás con capacidad para remediar los males económicos derivados de la pandemia y ahora también de la guerra de Putin. De momento, las dudas son mayores que las certezas en relación al reparto y destino final de los fondos sobre los que Bruselas pide aclaraciones a España y que los ciudadanos desconocemos si han llegado, llegan o llegarán a la economía real del país. Aunque la publicidad, Tezanos y sus terminales mediáticas intenten presentar como logros lo que no dejan de ser fracasos, Sánchez, en expresión también «grouchiana», sigue de victoria en victoria hasta la derrota final al frente de un Ejecutivo cuajado de mediocres que gestiona mal los recursos públicos y que enreda y enfrenta con proyectos ideológicos prescindibles y aberrantes como la peligrosa ley trans.

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