A Caso, ni caso
Si hubiera sido del PSOE se le habría recordado con un acto conmemorativo y un homenaje municipal en la Villa de los Arzobispos, pero la vara de medir homenajes y memorias no es la misma para todos los hijos de Comillas
Pasó el 11 de diciembre muy olvidadizo. Se trata de una fecha perversa. Recordarlo en la actualidad puede ser causa de problemas evitables. De ahí que se eviten. El 11 de diciembre de 1980, y en presencia de su novia Beatriz Aranzábal, la ETA asesinó con dos disparos a la cabeza al inspector de Policía José Javier Moreno Castro en las puertas de un bar de Éibar. Hoy, sus herederos –a los de la ETA me refiero–, apoyan con sus votos al Gobierno social-comunista de España.
El 11 de diciembre de 1987 se han cumplido 35 años desde el brutal atentado contra la Casa-Cuartel de la Guardia Civil en Zaragoza. El presidente de la Comunidad de Aragón, el socialista Lambán, lo ha recordado con indignación y tristeza. Además de infinidad de heridos, fueron asesinadas cinco niñas, dos mujeres y cuatro guardias civiles. Sus autores intelectuales, Francisco Múgica Garmendia –Pakito–, Arregui Erostarbe –Fiti–, José Luis Álvarez Santacristina –Txelis–, y José Antonio Urruticoechea –Josu Ternera–. Los autores materiales, el comando francés de la ETA, formado por Henri Parot –Unai–, su hermano Jean Parot, Jacques Esnal y Frederik Haramboure. El canalla Henri Parot confesó y reconoció los preparativos de la masacre. Eligieron como objetivo principal un balcón del que colgaban ropas infantiles. «Para montar la carga utilizamos tres botellas de acero del tipo de las usadas para nitrógeno, que estaban seccionadas. La orientación de los tubos con la boca abierta hacia el objetivo con el cordón detonante y los reforzadores en sus bases provocó que la explosión fuera dirigida como si se tratara de auténticos cañones». Calificaban el terrorismo –y algunos medios de comunicación usaban del mismo lenguaje– como «lucha armada». Una lucha armada contra cinco niñas armadas de mochilas con los cuadernos, los lápices de colores y el bocadillo para el recreo. Hijos de puta. Queda pendiente de juicio, que se celebrará en enero de 2023, la vista contra el asesino «Josu Ternera» que, con posteridad al atentado, aparentemente libre de culpas, fue miembro del Parlamento vasco por Herri Batasuna, y con el apoyo de los votos del PNV, presidente de la Comisión de Derechos Humanos.
Ese mismo día y año, el 11 de diciembre de 1987, con la buena España compungida por la tristeza, el espanto y el dolor, un etarra asesina en Placencia de las Armas, Guipúzcoa, al sargento de intervención de armas de la Guardia Civil, José Luis Gómez Solís, delante de su mujer. Un día glorioso para los que hoy votan y apoyan al Gobierno de Sánchez.
El 11 de diciembre de 1995, la ETA explosiona un coche-bomba en el barrio madrileño de Vallecas. Quizá el estruendo asustó al vecino vallecano Pablo Iglesias, pero se le pasó muy pronto el susto y lo cambió por afecto y comprensión a la banda etarra. La metralla hirió a más de cincuenta personas y segó la vida de seis trabajadores civiles de la Armada Española. Manuel Carrasco Almansa, Florentino López del Castillo, Martín Rosa Valera, José Ramón Intriago Esteban, Santiago Esteban Junquer y Félix Ramos Bailón. Los asesinos, Juan Antonio Olarra y Ainhoa Múgica.
Y el 11 de diciembre de 1997, el comando terrorista compuesto por Javier García Gaztelu –Txapote– (Sánchez, que te vote Txapote), Iranzu Gallastegui, Sergio Polo y José Luis Geresta, vigila al concejal del Partido Popular en Irún José Luis Caso Cortines, que está cenando con un grupo de amigos. Cuando José Luis Caso abandona el restaurante y a punto está de acceder al portal de su casa, uno de los «valientes abertzales» de la inmunda ETA, le dispara por la espalda y a bocajarro en la cabeza. Ser concejal del PP en cualquier localidad del País Vasco era, en aquellos tiempos, una acción de continuada heroicidad. El PP había sido amenazado públicamente por el representante de las Juntas Generales de Guipúzcoa de Herri Batasuna, Javier Alegría, y la dirigente de «Jarrai» Ana Lizarralde. Y el jefe supremo de la mesa nacional de Herri Batasuna, Arnaldo Otegui –el «hombre de paz» para el sinvergüenza de Zapatero, y contertulio de Pachi López y el maltratador de mujeres, el socialista Eguiguren–, dejó muy claras sus intenciones: «Mayor Oreja, el Partido Popular y el Gobierno tendrán la contestación que merecen». La contestación adelantada por Otegui, hoy principal valedor del pacto de Sánchez con los filoetarras de Bildu, fue el cuerpo sin vida y con la cabeza destrozada de José Luis Caso.
Y llegados a este punto, me propongo reflexionar desde la sensibilidad personal. José Luis Caso era natural de Comillas. Hermano de Finu, cuñado de Juan y tío de sus hijos, los hermanos Gravalosa Caso, –Juanjo, Virgi, Mariló, kuki, Carlos (Boina Verde de las COES) y Luis, que durante tantos años han alegrado el Corro de Campíos con su simpatía regentando el Bar Samovy (Sánchez Movellán Yllera)–. Son amigos de todos y a todos, locales y visitantes, han tratado siempre con igual simpatía. Si no me equivoco, José Luis Caso es el único comillano, que defendiendo sus ideas y su derecho a ser libre ha sido asesinado por la banda terrorista cuyos herederos hoy cogobiernan en España. Dejó Comillas por Irún por un puesto de trabajo, y allí encontró la muerte que adelantó Otegui y le proporcionaron sus obedientes asesinos. Se han cumplido el día 11 de diciembre veinticinco años de su sacrificio por la libertad y el Estado de derecho. Una cifra redonda. Pero en Comillas, el Ayuntamiento no lo ha tenido en cuenta, quizá por olvido, quizá por exceso de trabajo, quizá porque José Luis era concejal del PP y no del PSOE. En tal caso, se le habría recordado con un acto conmemorativo y un homenaje municipal en la Villa de los Arzobispos, pero la vara de medir homenajes y memorias no es la misma para todos los hijos de Comillas. A Caso, ni caso.
Todo muy triste. Como ese maldito día que todos los años llega cuando la Navidad se aproxima.