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Cosas que pasanAlfonso Ussía

El golpe: miedo a la verdad

Pedro Sánchez, impulsado por Podemos, el separatismo catalán y el filoterrorismo, y amparado por el pesebre de los parlamentarios socialistas, está procediendo a dar un Golpe de Estado al sistema democrático

Actualizada 01:30

Con la mayoría de las cadenas de televisión, públicas y privadas, sirviendo al Poder Ejecutivo, con los periódicos impresos sometidos a la publicidad institucional y las subvenciones, con las emisoras de radio, salvo alguna excepción disfrazada de coartada, siempre dispuestas a justificar sus villanías, el miedo a la verdad se ha apoderado del periodismo español. Arabescos colaterales, titulares medidos, y un temor económico a decir o imprimir con sencillez resumida lo que hoy sucede en España. Y lo que sucede es que Pedro Sánchez, impulsado por Podemos, el separatismo catalán y el filoterrorismo, y amparado por el pesebre de los parlamentarios socialistas, está procediendo a dar un Golpe de Estado al sistema democrático y a la Constitución de 1978. «Una opa a la democracia», titula ABC su editorial. Una opa a la democracia es un Golpe de Estado. «El PSOE desactiva controles básicos del Estado de Derecho», titula El Mundo. Desactivar controles básicos del Estado de Derecho es activar un Golpe de Estado. En el poderoso grupo Planeta-Atresmedia, La Razón apenas influye. Sirve de engaño. Pero el resto de sus medios, Onda Cero, Antena 3, y La Sexta, están al servicio del Poder. Para mí, que las inteligentes y valientes exposiciones de Vicente Vallés forman parte del pacto. Y en Mediaset, lo mismo de lo mismo. Con un periodismo aterrorizado por las pérdidas en sus empresas, la libertad de expresión y de opinión naufraga. Por fortuna, existen –y de ahí su imparable éxito–, medios digitales como El Debate, que en un año ha multiplicado por diez sus cálculos más optimistas cuando aún era un proyecto. El País no entra en el comentario por tratarse de un periódico de partido y, por ello, carente de interés. Como decía Santiago Amón, su primer crítico de arte, y expulsado por escribir con la libertad de los sabios, en lo único que no manipula El País es en su reconocimiento cotidiano de ser «el diario independiente de la mañana», o lo que es igual, el diario que se independiza diariamente de la mañana, pero no más.

En este periódico, dirigido por Bieito Rubido, ese sosegado y firme defensor de la libertad, y en el que escriben Luis Ventoso, Ramón Pérez-Maura, Gabriel Albiac, María Jamardo, Amando de Miguel, Naranjo… Y los que se incorporarán, y los jóvenes redactores que se comen las horas en la Redacción, la libertad no es un lujo, sino una imposición. Escribe Luis Ventoso: «El imperdonable entreguismo del presidente hace que un partido con 874.000 votos, esté aflojando las costuras de un país de 47 millones de españoles». Lo malo es que muchos de esos 47 millones de españoles no leen, no les interesa conocer lo que en España sucede, no estudian y sólo profundizan en sus mentes los avatares de las series de televisión y los debates cochambrosos de los pedorros. España es un golpe de Estado en sí misma, una nación que destruye y humilla a los que la defienden y premia y enriquece a los que luchan por su descuartización desde las instituciones democráticas. Ahora amenazan a los jueces que no colaboren con el Golpe. Esa maravillosa nación, el primer Estado como tal de Europa, que recompensa con 24.127 euros al año a los guardias civiles y policías que velan por su seguridad, y regala 127.582 euros a un tal Rufián por traicionarla. Rufián es el ejemplo más significativo, por cuanto anunció que abandonaría el Congreso de los Diputados, hasta que se apercibió que ser en España diputado de un partido antiespañol es el mejor negocio que existe.

El español es un idioma prodigioso que encuentra siempre la voz adecuada para definir cualquier hecho, sensación, sentimiento o cosa. No hay que adornarse. España está en plena culminación de un Golpe de Estado. Y no sólo son culpables los políticos golpistas. Lo son también la ciudadanía indolente, el capitalismo cobarde, el comunismo revanchista, el sindicalismo marisquero y un periodismo, no claudicante, sino ya claudicado.

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