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Perro come perroAntonio R. Naranjo

Sánchez pide perdón

El presidente no pide perdón a nadie, en realidad no quiere perdonar él a nadie que se atreva a llevarle la contraria

Actualizada 01:30

Pedro Sánchez pidiendo perdón es como Atila prometiendo que dejará crecer la hierba, o como Yolanda Díaz quejándose del dedo de Pablo Iglesias ahora, tras haber aceptado gustosa, y al borde el éxtasis, ese mismo dedo para llegar a la Vicepresidencia.

Los arrepentimientos sobrevenidos son respetables, pero comportan algunas obligaciones que ninguno de los dos ha cumplimentado. Si Sánchez sintiera de verdad dolor por las estrepitosas consecuencias de su Ley de Auxilio a Violadores, debería explicar por qué desoyó los informes que se lo advertían; por qué presumió de ella al presentarla; por qué permitió que Podemos linchara a los jueces y les insultara y por qué mantiene a Irene Montero en el Gobierno.

Sánchez, en fin, no se arrepiente de nada, pero tiene miedo a las consecuencias electorales de ir presumiendo de feminista mientras se ayuda a los peores enemigos de las mujeres, mil de los cuales se han beneficiado ya de rebajas en sus condenas o incluso de salidas anticipadas de la cárcel: como uno de ellos reincida en plena campaña electoral, las ya exiguas expectativas del sanchismo quedarán reducidas a cenizas.

Tampoco mejora la catadura moral de Sánchez su nueva socia, Peroncita del Ferrol, que en un ecosistema mediático razonable sería descrita como una tránsfuga: llegó donde está aceptando la designación directa y caciquil de Pablo Iglesias, aceptó sin rechistar la vicepresidencia dedocrática, se dejó mangonear gustosa y de repente, cuando ya tiene el botín y una daga para apuñalar a su mentor, le sobrevienen los pudores y se hace una especie de Me too.

Las denuncias, para ser creíbles, necesitan unas mínimas condiciones: que se hagan en tiempo real y en las instancias oportunas: salir 30 años después a señalar al tipo que te dio un papel de protagonista en una película o una ópera puede servir para desvelar el alma sucia del personaje, sin duda, pero no disipa la evidencia de que aquello, más que un abuso, fue un negocio suscrito voluntariamente por las partes, en el que cada uno pedía y ofrecía una cosa. Y ambos cumplían su cuota del acuerdo.

Sánchez pide perdón regañando, ofendido y sin ganas, como echando la culpa a las víctimas y a la opinión pública asustada porque su hija se encuentre a un violador en el callejón gracias a las decisiones del Gobierno, reincidente en el mal: siempre dice aspirar a lo mejor, pero al final del camino siempre acaba mejorando la vida de delincuentes sexuales, vagos y okupas, por esa tendencia a humanizar al animal y deshumanizar al ser humano.

Esto de salvar a las mujeres por el método de ayudar a sus agresores; a los trabajadores por el procedimiento de criminalizar a las empresas; a las víctimas del terror por la sorprendente medida de liberar a sus verdugos y a los vulnerables con la fórmula de invadir la propiedad privada no es, pues, una anécdota, un error o un infortunio: es el modus operandi de un Gobierno que no puede pedir perdón por algo que provoca adrede, ni se arrepiente de algo que busca, pero teme el seísmo al corto plazo de las urnas, que no encajan en su calendario.

Si no se votara el 28M o el próximo mes de diciembre, Sánchez exigiría disculpas a todo aquel que no comparta ni entienda su apasionada apuesta por el mal y se haría besar la mano, como Vito Corleone, por cualquiera que aspirara a su indulgencia.

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